EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

No pises callos de oquis... sobre todo si andan en babuchas

Francisco José Amparán

No lo olvidemos: la burocracia más antigua del mundo es la del Vaticano. Desde que Constantino tuvo la peregrina idea de autorizar el culto cristiano en todo el Imperio Romano (que no hacerlo religión oficial, como se suele decir), en el remoto año 313, la jerarquía católica se convirtió en un núcleo de poder y tuvo la necesidad de crear todo un andamiaje administrativo y de control, que sólo fue creciendo con el tiempo. Después de todo, ha de supervisar los hechos, dichos y dineros de cientos de millones de fieles, muchos de los cuales tienen la desconcertante tendencia a desbalagarse.

Una parte fundamental de esa burocracia la constituye el área diplomática. Desde que los Papas dejaron de conducir ejércitos en batalla (como tan célebre y efectivamente lo hacía Julio II, quien guerreara contra los venecianos, comisionara la Capilla Sixtina y fundara el Cuerpo de Guaruras Papal, la Guardia Suiza… por algo sería); pero sobre todo, cuando el señorío temporal del Papa quedó reducido a un territorio equivalente a media colonia Torreón Jardín (la Ciudad del Vaticano, que eso mide), la diplomacia se convirtió en el mejor vehículo del Papa para navegar en los procelosos mares de las relaciones internacionales. E insisto: de que tienen experiencia, vaya que la tienen.

Lo cual no los ha salvado de uno que otro fiasco: como toda institución humana, tiene sus problemas, errores y carencias. Pero por lo general los embajadores, nuncios y diplomáticos de Su Santidad tienen bien ganada fama de ser sutiles, astutos y capaces. Los chivos en cristalería como Girolamo Prigione, de tan infausta memoria, suelen ser vistos como excepcionales prietitos en un arroz más grande que paella valenciana. O andaluza, que también en Almería hace aire.

Por ello llamó tanto la atención el monumental desbarre cometido hace unos días por Benedicto XVI: se supone que ese tipo de metidas de pata no puede ocurrir, especialmente cuando se toca un tema tan delicado como el Islam. De por sí no hay que menearle mucho para que se encrespen…

Como ya lo ha de saber el amigo lector, el Papa fue a su alma mater, la Universidad de Ratisbona (que es como se llama Regensburg en buen castizo) a dar una especie de conferencia magistral. En ella citó las palabras del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, allá en el siglo XIV, en que se expresaba muy feíto de Mahoma y sus contribuciones a la paz y la concordia universales. Se supone que Benedicto lo hizo para exponer argumentos de cómo la religión se usa como pretexto y foco para la violencia. La cuestión es que esa cita fue obviamente sacada de contexto (no que tuviera mucho que digamos, en primer lugar: ¿a qué viene recordar a Manuel, uno de los últimos herederos de una dinastía en decadencia?) y sucedió lo que tenía que suceder: ira sagrada en todo el Islam, clérigos musulmanes exigiendo una disculpa, manifestaciones de ociosos (pero muy religiosos, eso sí) en Pakistán, Malasia e Indonesia y atentados contra iglesias cristianas en el Oriente Medio… incluida una ortodoxa griega, rama de la cristiandad que tiene mil años agarrada de la greña con el Obispo de Roma. Sí, el conocimiento de las cosas que deberían importarles nunca ha sido el fuerte de los fanáticos. De ninguna religión. O ideología.

Lo que llama la atención en todo este asunto son dos cosas: la primera, como ya decíamos, es cómo se pudo colar en un discurso público del Sumo Pontífice una cita que brinca y desentona como lunar peludo en el rostro de Keira Knightley. Y la segunda, la intrínseca doblez en las críticas y quejas del mundo musulmán. Me explayaré, en estricto orden de aparición.

Según algunos que dicen saber de estas cosas, el desliz tuvo que ver con lo que podemos llamar “el estilo personal de gobernar” del antiguo Panzercardinal: al contrario de lo que hacía Juan Pablo (especialmente en ciertas etapas de su papado), Ratzinger no delega autoridad, no filtra la información, su círculo de asesores es muy cerrado y reducido y ha venido haciendo cambios sustanciales en la estructura burocrática del Vaticano que, por naturaleza, dejan huecos y vacíos. Al parecer, aparte de él nadie vio el discurso antes de que lo hiciera público. Aún así, sorprende que se sorprenda: el Papa citando un insulto al Profeta en el siglo XXI resulta más peligroso que la infraestructura en ruinas de Pemex. Eso sí, parece que la lección fue aprendida: con súbita presteza (viniendo de quien viene) la diplomacia vaticana puso en marcha una operación de contención de daños bastante movida, y Benedicto dijo que sentía mucho que se hubieran malentendido sus palabras. Suponemos que no volverá a mentar al Profeta en lo que le queda de vida, y cada palabra que pronuncie sobre el Islam la medirá con teodolito.

Por el otro lado, no pocos observadores occidentales se encabritaron por la demanda de uno que otro clérigo musulmán exigiendo disculpas por parte del Papa. Y ello, porque nadie de su gremio (me refiero a los clérigos, of course) suele dar la cara cuando los fundamentalistas vuelan gente en pedazos, en Madrid o Bagdad, Kabul o Nueva York, en aras de la religión. Según esta línea de pensamiento, esos clérigos son muy buenos para indignarse por una inoportuna cita medieval pronunciada en una reunión académica; pero no dicen ni pío cuando los integristas revientan inocentes en nombre del Islam, Mahoma y el Corán. Esta aparente hipocresía ya se había señalado antes, cuando el escándalo de las caricaturas del Profeta de hace algunos meses: muchos chillidos por unos cartones periodísticos y silencio absoluto sobre cómo una minoría de fanáticos asesinos ha secuestrado, usado y maltratado el nombre del Islam.

Por supuesto, puede argumentarse que algunos clérigos musulmanes sí han condenado el terrorismo integrista. Y que, al contrario de lo que pasa con el catolicismo, en el que hay una cabeza única y visible (y que por ello lo que dice tiene mucho peso), en el Islam no hay una jerarquía notoria ni un líder único ni incontestable.

Pero si al juego de percepciones nos vamos, Occidente tiene razón en cuestionar el doble lenguaje de la condena-al-cristiano, silencio-sobre-el-terrorista. Con otra: que la libertad de expresión (incluida la necesaria para criticar o burlarse de la religión, lo religioso y los religiosos) es uno de los derechos fundamentales del Occidente moderno, del que gozamos los nietos de la Ilustración y que ya quisieran tener los súbditos de las corruptas monarquías y represivas dictaduras que son la norma en el mundo musulmán. ¿Ahora también nos van a censurar a nosotros?

Como se puede ver, hay argumentos contenciosos como p’aventar p’arriba. Lo que sí es que la falta de comunicación, los malos entendidos y la incapacidad para reconocerse uno en el otro, parece que seguirán siendo la norma y no la excepción en las relaciones entre el Islam y la Cristiandad durante el Siglo XXI.

Urge tender puentes, urge aproximarnos. Si no, la violencia de los extremistas y la indiferencia de timoratos e ignorantes nos pueden costar muy, pero muy caras.

Consejo no pedido para ganar cualquier discusión bizantina: Lea “Constantinopla” de Isaac Asimov, perteneciente a su serie de Historia Universal, que describe la grandeza y mendacidades de ese fascinante imperio (que fue el que absorbió de lleno y frenó en seco la expansión musulmana). Provecho.

Ah, y hoy empieza la Semana Nacional de Donación. No sean piedras: donar un órgano es ahora-sí-que el desprendimiento, la generosidad últimos. Informes en www.quierodonar.com.mx. O escriban a carmen@quierodonar.com.mx; iki.mua@gmail.com; o iki_mu@hotmail.com. ¿Qué les cuesta?

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 237436

elsiglo.mx