Andrés Manuel López Obrador y el PRD están logrando su cometido: provocar desconfianza con el fin de echar por la borda la elección presidencial.
La socorrida estrategia de repetir incesantemente una mentira hasta que parezca verdad ha sido hasta hoy la base del éxito.
A esta confusión se han sumado hombres y mujeres de buena fe que votaron por un cambio hacia la izquierda porque creen que es lo mejor para México.
Incluso intelectuales, periodistas y medios de comunicación han sucumbido a este juego de mezclar las simpatías e inclinaciones partidistas con la verdad.
Hablar de un fraude electoral maquinado a nivel nacional, así como comparar los comicios presidenciales de 2006 con los de 1988, es además de falso una negra perversidad.
En 1988 las elecciones las organizaba el Gobierno Federal, no existía credencial con foto, tampoco un padrón confiable y menos sistemas electrónicos eficientes como quedó demostrado en aquella fatídica noche de julio.
Las elecciones entonces estaban plagadas de irregularidades desde sus campañas: los candidatos del PRI contaban con una cobertura privilegiada en los medios, especialmente en radio y televisión. La cerrazón informativa era impresionante amén de que los partidos de Oposición no tenían los subsidios actuales ni los donativos de particulares.
Decir que en 1988 hubo desaseo electoral es un piropo, al igual que en otras elecciones de esos tiempos lo que se registró fue un verdadero cochinero por no decir que un desastre.
Los acarreos, tacos, carruseles, rasuradas del padrón así como la clásica inducción al voto a favor del PRI, fueron la constante durante la controvertida jornada del 88 cuando Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel J. Clouthier pelearon la Presidencia en evidente desventaja contra el sistema y su candidato Carlos Salinas de Gortari.
Los números oficiales fueron bien maquillados para que Salinas de Gortari se alzara con una victoria que luciera holgada, legítima y confiable.
A 18 años de la famosa “caída del sistema” la organización de las elecciones en México ha evolucionado sustancialmente.
El Instituto Federal Electoral que en 1996 obtuvo plena autonomía del Gobierno Federal, ha realizado con el apoyo de la ciudadanía y los partidos dos elecciones presidenciales que han sido ejemplares en muchos aspectos.
En este 2006 se supervisó a conciencia las aportaciones y subsidios para los candidatos y partidos; se promovió una cobertura equitativa en los medios; se tomaron medidas correctivas en varias ocasiones en torno a las campañas publicitarias para evitar excesos.
El padrón incluyó la foto de cada elector, las casillas contaron con lo necesario para ejercer un voto libre y secreto; no hubo en esta ocasión denuncias de credenciales ni boletas electorales falsas o duplicadas como ocurría en el pasado.
Tampoco existen reportes de operativos a nivel nacional de carruseles y “taqueos”. Los dos videos que mostró López Obrador sobre un supuesto fraude electoral son pecatta minuta comparado con lo ocurrido en el 88.
Lo único cierto en estos comicios fue lo reñido de sus resultados que pudo favorecer a cualesquier candidato. Obviamente un fraude orquestado a favor del PAN habría arrojado una diferencia sustancial de sufragios y no de menos del uno por ciento.
Ha trascendido que el PRD no tuvo representante en el 30 por ciento de las casillas y por tal descuido por no decir irresponsabilidad, demanda ahora un recuento de todas las urnas.
Si accede a tal petición el Tribunal Federal Electoral y aún así pierde López Obrador como seguramente ocurriría, ¿qué exigirá a continuación? ¿Una nueva elección? ¿Una concertacesión o finalmente acatará los resultados con la hombría que se requiere para aceptar una derrota?
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