Es evidente que la alternancia es una excelente fórmula para una democracia exitosa.
Así lo confirman muchos ejemplos en países desarrollados en donde los partidos políticos cambian con frecuencia y no se perpetúan en el poder.
El Gobierno de setenta años de un solo partido hizo un terrible daño a México, tal como ocurre en Cuba hoy en día y que podría repetirse en el futuro con Venezuela.
En cambio en Europa hemos visto casos ejemplares de alternancia como sucedió en España desde la caída del franquismo y ni qué decir de Francia, Inglaterra e Italia.
En México llegamos a pensar que luego de seis años de un Gobierno de derecha sería conducente una Administración de centro o izquierda.
Parecía que en 2006 había llegado la hora para Cuauhtémoc Cárdenas o algún político liberal que ayudaría a negociar los cambios estructurales que urgen a México y establecer nuevos equilibrios en la política social y la del exterior.
La candidatura de Cárdenas no cuajó y cedió su lugar a Andrés Manuel López Obrador, quien desde el Gobierno del Distrito Federal logró crecer su popularidad.
Todo iba de maravilla para el tabasqueño, a muchos los tenía convencidos de su habilidad para gobernar, de su sencillez e incluso de su honestidad.
Al fin los mexicanos teníamos a un político honrado, honrado y realmente preocupado por los necesitados. Si le ha ido tan bien en el D.F. de seguro le irá bien en la Presidencia de la República, fue el comentario general.
Pero su imagen cambió radicalmente cuando surgieron los videoescándalos. La conclusión fue general: si AMLO no puede controlar a sus colaboradores cercanos menos podrá con una estructura tan compleja como es un Gobierno Federal.
Aun la publicidad negativa, López Obrador conservó buena parte de su popularidad, misma que se disparó por los cielos a raíz de su desafuero como servidor público.
Hábil en el manejo de masas, el tabasqueño se mantuvo adelante en sus aspiraciones presidenciales y por mucho tiempo encabezó las encuestas electorales.
Ya sin la investidura de gobernador y sujeto a los ataques propios de la refriega política, López Obrador fue superado por Felipe Calderón en los sondeos de opinión. Los más recientes hablan de un repunte de AMLO, pero todavía por debajo del aspirante panista.
A casi un mes de las elecciones y una vez analizados pros y contras de cada candidato, tomamos la decisión de no votar por López Obrador.
A estas alturas consideramos que el triunfo de este candidato sería el más dañino para el país. Lo decimos no para alarmar a nadie sino para provocar una reflexión.
No creemos que López Obrador se vaya a convertir en otro Hugo Chávez, tampoco en un Fidel Castro, simplemente nos dimos cuenta que AMLO no tiene la preparación, la experiencia, ni el equipo humano que se requieren para gobernar con efectividad a México.
Hace unos días leí el libro “La Victoria” de Jaime Sánchez Susarrey en donde refleja la personalidad egocéntrica, intolerante y resentida de López Obrador.
Con exageraciones y un alto grado de ficción, la novela supone que el político tabasqueño si gana la Presidencia llevará a México a un callejón sin salida.
Así lo confirmamos al escuchar ayer al candidato de la Alianza por el Bien de Todos en una entrevista con Carmen Aristegui. Palabras más, palabras menos, esto dijo el candidato:
“Ganaré por más de diez puntos… lo que está en un juego son dos proyectos de nación, el de derecha y el de izquierda… el primero de diciembre llegaré a Palacio Nacional para echar fuera a los panistas, ja ja ja…”.
De planes y acciones no concretó nada, tampoco de su equipo de trabajo y menos de cómo encauzar la economía del país. Eso sí afirmó que Manuel Bartlett, el eterno enemigo de los perredistas, sería bien recibido en su campaña.
México, pues, merece un presidente de mayor estatura y calidad moral. López Obrador sería un buen diputado o senador pero jamás un buen presidente de los mexicanos.
Envíanos tu opinión a:
josahealy@hotmail.com