Para entender el ambiente casi generalizado de histeria que ha ocasionado la prueba nuclear norcoreana del pasado lunes, habría que hacer algunas precisiones sobre lo singular de las condiciones en esa península, uno de los corredores de invasión más frecuentados de la historia. Y así comprender que el chuta-nene planetario está plenamente justificado.
Empezando, precisamente, por el destino que la geografía le impuso a los coreanos. Si ven un mapa, Corea es una península situada justo en medio de las dos grandes, poderosas civilizaciones de esa parte del mundo, China y Japón. Corea es una especie de Polonia asiática, pero sin Papa que la aliviane allá arriba. Por lo mismo, ha sido continuamente invadida y utilizada como trampolín por alguno de sus vecinos. ¿Cuál ha sido la respuesta coreana a esta situación? Una reafirmación casi maniática de los valores y la identidad nacionales; diferenciarse lo más posible de chinos y japoneses (Corea tiene su propio sistema de escritura, por ejemplo); y cuidar la ?pureza racial? (o como se le quiera llamar) de manera fanática: los matrimonios interraciales son rarísimos. Y todo ello a pesar de (o quizá como consecuencia de) largos períodos de dominación de alguno de los dos colosos? el último entre 1910 y 1945, cuando Japón ocupó la península y sometió a los coreanos a un régimen brutal. Según su versión del nazismo-con-ojos-rasgados, los japoneses consideraban a los coreanos como ?raza inferior? y los trataron peor que a perros. Una tercera parte de los muertos de Hiroshima era de trabajadores esclavos coreanos que laboraban en las fábricas de la ciudad aquel seis de agosto. Por no hablar de las miles de coreanas obligadas a fungir como prostitutas para levantar la moral y otras cosas del Ejército Imperial Japonés. Sí, lo adivinaron: no hay muy buena sangre entre ambas naciones. Nada más a la FIFA se le ocurre organizar algo en conjunto con las dos.
Al ser derrotado Japón por EUA y la URSS, parecía que había llegado el momento de la libertad. Pero se impusieron las circunstancias del fin de la guerra, primero; y la lógica de la Guerra Fría, después. La península se dividió con una línea imaginaria (el paralelo 38º) entre soviéticos (al norte) y americanos (al sur). Cuando ambos evacuaron la península en 1948, ya había empezado la Guerra Fría y cada uno dejó en su cacho de Corea un Gobierno fiel a su ideología. El norte quedó bajo las órdenes de uno de los animales políticos más curiosos del siglo XX: el dictador comunista Kim Il Sung.
Éste impuso una férrea tiranía, se armó hasta los dientes gracias a la URSS, y en 1950 invadió Corea del Sur para reunificar a la península a la fuerza bajo mandato comunista. La maniobra no le salió por la rápida intervención de la ONU, que creó una Fuerza Multinacional (90 por ciento americana) para defender a un país notoriamente agredido. La conflagración se prolongó tres años, y luego de dos millones de muertos y la destrucción de ambos países, se llegó a un cese al fuego. Ojo, no a un acuerdo de paz: a un cese al fuego.
La Guerra de Corea técnicamente no ha terminado y podría recomenzar en cualquier momento. Y ahora uno de los contendientes tiene armas nucleares.
Después de la tregua, Kim Il Sung continuó manifestando durante décadas su absoluto desprecio hacia el resto del mundo. Selló las fronteras de Norcorea, cortando todo nexo con el extranjero y centralizando la economía manejada por el estado con un furor que hubiera envidiado Stalin. Se suponía que Corea del Norte no necesitaría del resto de la Humanidad y saldría adelante por sí misma, una política de autosatisfacción de necesidades llamada ?juche?.
Ya se imaginarán lo que ocurrió: Norcorea es un magnífico ejemplo de cómo las economías del socialismo real logran la igualdad social: todos viven en la miseria. Corea del Norte sigue teniendo un PIB per cápita de alrededor de 700 dólares al año? menos de dos dólares diarios? como hace treinta años.
Ah, pero eso sí, tiene un Ejército de más de un millón de hombres (uno de cada doce habitantes masculinos) que son los únicos que comen bien y se chupan más del 30 por ciento del presupuesto. Por supuesto, el régimen mima al Ejército, y el Ejército es el garante de la supervivencia del régimen. Por ello no es de extrañar que, mientras el pueblo norcoreano muere de hambre (se calcula que hubo un millón y medio de muertos de inanición la década pasada) buena parte de los recursos se destina a un programa nuclear que, desde 1994, ha sido condenado por la comunidad internacional. No sólo por lo errático e imprevisible del régimen norcoreano que, ya lo vemos, puede constituir una amenaza por su proclividad al desafío. Sino porque sencillamente no se vale gastar la pólvora en diablitos (o en neutroncitos) mientras la población anda arrastrando la cobija.
Kim Il Sung (?El Gran líder?, como le tiene que decir todo mundo) murió en 1994 luego de 46 años como dictador (¡le acaba de ganar Fidel!).
En ese tiempo fomentó un demencial culto a la personalidad: a los niños norcoreanos se les enseña que Kim Il Sung inventó el bolígrafo, la televisión y el agua de horchata; el calendario norcoreano empieza con la fecha de su nacimiento; y se convirtió en el hombre que más estatuas se mandó hacer en vida. Como en toda buena monarquía comunista (¡se le adelantó a Fidel!) le dejó el poder a su hijo Kim Jong Il (a quien hay que llamar ?El Querido Líder?), el cual no tiene otra función en la vida que ver películas (se dice que posee una videoteca de 16 mil filmes, muéranse de envidia) y asegurar la supervivencia de un régimen que ha fracasado por donde se le quiera ver. Por supuesto, esa supervivencia necesita un Némesis, un Masiosare, un extraño enemigo que justifique las inconsecuencias, idioteces y desmesuras ideológicas que han depauperado a Norcorea. Ese enemigo es, por supuesto, Estados Unidos, los cuales siguen teniendo presencia militar (32 mil hombres) en Corea del Sur. Nada más por aquello de no te entumas.
Como decíamos, el programa nuclear norcoreano tiene más de una década, pero se aceleró desde 2003 por una razón muy sencilla: la intervención norteamericana en Irak demostró que la única manera de evitar que a uno lo invada el vaquero bruto que ocupa de la Casa Blanca es? tener armas de destrucción masiva. A Saddam lo depusieron porque No las tenía.
Al parecer, el petardo que detonaron hace una semana los norcoreanos (de menos poder que la bomba de Hiroshima, que para estas alturas equivale a palomita de a cinco pesos) es una especie de ?¡Estese quieto!? (pero más efectivo que los de Lopejobradó) destinado a que Estados Unidos tome en serio sus amenazas, entable negociaciones bilaterales (EUA insiste en incluir a los vecinos de Norcorea) y se prevenga de iniciar cualquier acción militar? que en estos momentos resulta impensable. Los planes de guerra americanos desde mediados de los noventa contemplaban que las Fuerzas Armadas americanas pudieran librar una guerra limitada en Irak (o Irán o por ahí) y otra masiva en la península coreana.
El problema es que la de Irak es cualquier cosa menos limitada, las reservas de EUA se están agotando con pasmosa rapidez y no se ve para cuándo salgan de ese berenjenal. Por ese lado, Corea del Norte puede estar tranquila.
Quienes no duermen en paz son los japoneses, que están alarmadísimos por el poderío y lo atrabancado de los cholos que tienen por vecinos. Y Japón, en su paranoia, puede actuar, o hacer actuar a otros, de maneras no muy racionales. De la paranoia no los podemos culpar. Pero con Norcorea hay que andarse con mucho tiento. Bien sabemos que les vale lo que piense o diga el resto del mundo. Sólo cabe esperar que Kim Jong Il no tenga tendencias suicidas. Aunque con ese peinado?
Consejo no pedido para que en su casa lo llamen ?Precioso Líder? (Sí, ¡cómo no!): Vea ?El candidato del miedo? (The Manchurian Candidate, 1962; sí, la original) con Frank Sinatra y Janet Leigh, sobre las capacidades psíquicas de los malditos comunistas coreanos? según Hollywood. Como quiera, sigue siendo un buen thriller. Provecho.
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