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Norte y Sur / ¿CUÁL FUE EL ÚLTIMO GRAN LIBRO QUE LEÍSTE?

Salvador Barros

Si asumimos que el cine ha sido una de las artes que más han contribuido a crear la industria de la entretención y, de paso, pavimentar el camino a la farándula y a la idea del espectáculo, no es del todo aventurado decir que hace tiempo que ?lo audiovisual?, con todas sus reglas y excesos, ha invadido el mundo literario

¿De qué estamos hablando cuando hablamos de literatura? ¿Estamos todos hablando de lo mismo? ¿De novelas y cuentos y poesía? ¿De libros impresos en papel? ¿O de blogs? ¿O de cine y seriales tipo ?Six Feet Under? o ?The West Wing? o ?The Sopranos?? ¿Se pueden comparar? ¿Por qué, de pronto, se está hablando más de cine que de libros en sitios que no son de cine o de espectáculos? ¿Por qué el exitazo y la polémica en torno a El Código Da Vinci alcanzan ribetes histéricos sólo en el momento cuando el folletín de intrigas se transforma en imágenes?

Dudas: ¿puede un guionista ser un escritor tanto o más importante que un novelista? Leo en Los Ángeles Times un perfil al genial Charlie Kaufman, el guionista más célebre de Hollywood, y me topo con una suerte de canonización literaria. El perfil de David L. Ulin no sólo sostiene que el tipo es genial (lo que es cierto, basta ver Eterno Resplandor de una Mente... o El Ladrón de Orquídeas), sino que va más allá y lo tilda como un autor (en el sentido cinéfilo y francés del termino, auteur). Ulin sostiene que, en muchos casos, no es el director el autor responsable de la obra sino, más bien, el guionista (siempre y cuando éste sea un guionista con un universo propio). Esto ya de por sí es revolucionario. Pone de cabeza una suerte de dogma establecido por años. Según el artículo, todos los films escritos por Kaufman son ?de Kaufman?, no de Gondry o Clooney o Jonze.

David L. Ulin estira aún más la cuerda y se sale de lo estrictamente literario y saca a Kaufman de la parte trasera de las bambalinas hollywoodenses y lo traslada a los panteones académicos y literarios de la Costa Este al afirmar que ?Charlie Kaufman is a great American writer?. Lo considera un escritor de letras, de papel, de libros, a pesar de que no ha escrito ninguno. Él mismo lo dice: ?Sé que escribe para el cine, sé que su medio son guiones de 100 páginas, pero en todo lo que importa (su voz, su visión, la forma como estructura, su confianza en la palabra escrita para rehacer el mundo) está entre los mejores escritores de su generación?. Y lo coloca, allá arriba, con David Foster Wallace, Michael Chabon y Jonathan Safran Foer. ?A veces, es mejor que todos?, remata.

Para seguir enredando las cosas apareció un libro llamado The Schreiber Theory, de David Kipen, en el que se argumenta lo mismo: las películas deberían ser categorizadas por los escritores que las escribieron, no por el director. Escribir esto es como dudar de la teoría de la relatividad. Pero Kipen insiste. ?Imagínense una biblioteca ordenada en orden alfabético por el apellido de los editores?, sostiene. Sin duda, está provocando. La razón por la cual el director tiene el aura del director es que el cine es el arte de la colaboración, por lo tanto, alguien tiene que tomar las decisiones finales y esas decisiones serían la ?marca? del director. Y en una novela gráfica: ¿quién es el autor?

Tal como en una película de Charlie Kaufman (¿Quieres Ser John Malkovich?, por ejemplo), estas afirmaciones complican y vuelven surrealista el mundo que conocíamos. De alguna manera, estas dudas y este incesto entre cine y literatura lo estamos viviendo. Es más: si asumimos que el cine ha sido una de las artes que más han contribuido a crear la industria de la entretención y, de paso, pavimentar el camino a la farándula y a la idea del espectáculo, no es del todo aventurado decir que hace tiempo que ?lo audiovisual?, con todas sus reglas y excesos, ha invadido el mundo literario. Casi lo ha cooptado. Recordemos que hubo una época en que los libros salían sin foto. Quizás ése fue el día en que todo cambió.

¿Existe, por ejemplo, eso que muchos llaman la novela HBO? ¿Es posible estudiarla y canonizarla si, de hecho, la gente se enfrenta a esos programas como novelas? Miremos el fenómeno Lost. Libros, sitios de Internet, gente que se junta a discutir teorías. Lost, como buena parte de estas ?series de autor?, se compra y colecciona y, según me cuentan muchos, y lo he probado en carne propia, el verdadero placer de estas novelas-visuales es verlas/leerlas como novelas: capítulo tras capítulo, sin parar; es decir, como se lee una novela que te atrapa.

Un amigo me dice que quizás faltan libros. No hay suficientes libros buenos o no se están escribiendo todos los libros que necesitamos. Me dice que ahora se lee menos porque, entre otras cosas, se está escribiendo peor. Esto es cuestionable, pero te hace pensar. Quizás lo impactante es lo poco que importa la literatura, a no ser que el autor pueda ser atacado y o elogiado. Importa la polémica mediática, no la estética. Lo triste es que se debate menos y ahí es donde entra -de nuevo- el cine o, al menos, algo ligado a ese mundo: el espectáculo.

Si uno analiza la reciente encuesta de los mejores libros locales que se publicaron durante estos últimos 25 años, llaman la atención dos cosas: uno, que se haga la encuesta. Un ranking es una lista. Es rating, es la recaudación de la taquilla. Es ordenar algo esencialmente inabarcable. Un ranking es, sin duda, espectáculo. Lo otro: por qué no figura entre los primeros cinco El Evento, de Totó Romero y Ximena Torres Cautivo. No cabe duda que Roberto Bolaño escribió un par de obras claves, pero, sin ironía de por medio, ¿alguien ha influido más en el medio que la dupla Romero-Torres Cautivo? A partir de El Evento todo se volvió, digamos, un evento. Si no hay evento, si no hay show, si no hay un extra, un backstage, si no hay presencia mediática, el libro no puede salir de la librería (y, para peor, al no estar en los medios, la librería termina expulsando el libro a las tiendas de saldos).

En esta misma revista, Álvaro Bisama viene, de un tiempo a esta parte, escribiendo sobre temas ?cercanos? a los libros (cómics, novelas gráficas, etcétera). No me parece mal. Sigo devotamente a Bisama y me gusta lo que hace y piensa y lo libre que es. Pero no me deja de llamar la atención el hecho de que su última columna se centre en dos películas chilenas: Kiltro y Fuga. ¿Bisama come libros o devora cultura popular? Yo mismo vivo esta contradicción en carne propia: cine y literatura, imagen y texto. Pero, si se piensa, ¿qué hace una cinta de karate en una revista de libros? Como dice Bob Dylan: things have changed. ¿Por qué la última rencilla literaria-mediática es acerca de los méritos y no-méritos de Fuga, la ópera prima de Pablo Larraín, y no sobre un libro? ¿Quizás porque un libro no logra llegar a tanta gente? No lo sé. ¿Quizás porque no ha habido un libro que genere tanta resistencia frente a una cierta masa crítica? ¿O porque aquellos libros que sí gustan no tienen mucho espesor? No tengo la respuesta. ¿Debería?

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