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Norte y Sur / ?LA ACADEMIA SE ACORDÓ DE LOS DRAMATURGOS?

Salvador Barros

Desde sus inicios en 1957, el británico Harold Pinter (1930) reveló los elementos que acompañarían su exploración literaria: una aparente ausencia de motivación psicológica en la conducta de sus personajes; el uso de un lenguaje coloquial lleno de absurdos; un realismo que se torna en pesadilla y, sobre todo, la construcción de una ambigüedad ?pinteriana?. Con motivo de la entrega del Premio Nobel de Literatura a este clásico del teatro del siglo XX, presentamos una entrevista que desnuda su pensamiento (?Blair es un criminal de guerra y un asesino?), como lo dijo en una carta abierta al primer ministro, Harold Pinter estaba ?extasiado? por la llegada del gobierno de Blair al poder. Pero este entusiasmo se ha esfumado desde hace mucho tiempo. La guerra de Kosovo, las sanciones contra Irak y la belicosa política exterior que se ha llevado a cabo en otros países han hecho que Pinter se sienta tan ?desextasiado? como se puede estar. ?El proyecto de Blair me parece cada día más repugnante -se queja-. Nuevo laborismo... el término en sí es de lo más despreciable. Como algo sustitutivo pero de calidad inferior?. Y luego están las acusaciones de envergadura. ?Blair es un criminal de guerra y un asesino. Vive en el engaño. A pesar de que se la pasa sonriéndole a todo el mundo, también es responsable del asesinato de miles de civiles. Tiene las manos manchadas con la sangre de todos ellos?. El polémico enfoque de Pinter no es nuevo; como tampoco su fama de ser furibundo. En un discurso que leyó en 1995, resumió las referencias de sus personajes como "enigmáticos, taciturnos, secos, ariscos, explosivos e intimidantes". No obstante, hay indicios alentadores de que el espanto que provoca Pinter no es tal. La primera vez que se le entrevistó envió una agradable nota escrita a la manera de un estudiante que trata de ahorrarse la clase de natación. ?Me temo que por ahora no estoy en plena forma... ¡física, no espiritual!?, escribió. ?Padezco una infección pulmonar. Siento que por el momento no debo llevar una vida ajetreada?. Siguieron otros boletines. ?¡Estoy restablecido!?, anunció al fin. De modo que aquí estamos, en la casa tapizada de libros en donde trabaja. Pinter ha marcado la página en donde está el poema de T.S. Eliot que quiere leerme (?O dark, dark, dark. They all go into the dark?) [Oh, oscuro, oscuro, oscuro. Todos se adentran en lo oscuro?]. La velada promete ser animada, durante la cual hablaremos de teatro, de la guerra del tercer mundo y del papel del disidente. Pinter es un disidente un tanto raro; se parece menos a Vaclav Havel o a Günter Grass y más a Víctor Meldrew... un ?cascarrabias? profesional cuyo termostato supuestamente está calibrado entre un fuego lento y estable y la temible ebullición de la furia. ?Creo que es mucho peor que eso. Algunos afirman que estoy trastornado; que soy un loco de atar. Dicen que si un policía de tránsito caminara por la calle, yo me lanzaría sobre él y lo ahorcaría. Estoy constantemente enojado y fuera de control?. Pinter cree que esta percepción da pie a la ?extraña relación? que tiene con la prensa británica y a algo más siniestro. ?No soy especialmente paranoico, pero creo que hay un vínculo entre la prensa y algo más. No estoy insinuando que hay una orden que dicta que me acorralen y me hagan parecer como un pobre tonto. Pero sospecho que algo está pasando en este país... no sólo conmigo, sino con cualquier forma de disidencia?. ¿Acaso se refiere a una conspiración hecha y derecha, Harold? ?Hacer una declaración sobre una teoría de conspiración que provenga desde arriba sería sumamente pretencioso y jactancioso. Pero estoy convencido de que algo hay de eso. Soy una chinche para quienes están en el poder, sobre todo en Estados Unidos. Cabe la posibilidad de que exista una política de menosprecio en mi contra. Pero no debo seguir quejándome con usted en el sentido de que yo podría ser objeto de una teoría de la conspiración. Eso es algo que me importa un pepino. Ya estoy más allá de todo eso?. Parece razonable concluir que uno de los componentes del misterioso conjunto Pinter sea... él mismo. Por más que uno pueda concordar con su postura antibélica, sus atronadoras denuncias evocan a un hombre que machaca una oruga con un mazo. Sin entrar en mayores debates, Pinter desecha sin miramientos el libre mercado, la globalización y la Tercera Vía y considera todo eso ?basura?. Pero tal vez su problema no resida principalmente en el reduccionismo ni en la ingenuidad política. En 1979, votó por la mujer a quien ahora llama ?la maldita señora Thatcher?. ?Creo que nunca he hecho nada más vergonzoso en mi vida. Fue una idiotez; algo infantil de mi parte?. Además, se le acusa de que su mundo privilegiado no encaja del todo con sus objetivos. Le pregunto acerca del Grupo 20 de Junio, un centro izquierdista de análisis que Antonia Fraser, su segunda esposa, Pinter y otros adinerados pensadores montaron en la década de los ochenta. ¿Acaso el espectáculo de esta mimada cuadrilla que discurría sobre la pobreza mundial mientras disfrutaba la los platillos suculentos del River Café no fomentó el encono de los medios... sobre todo después de que Pinter hizo que expulsaran a un inocente reportero de televisión, a media comida, bajo la acusación errónea de que los estaba espiando? ?Ése un caso clásico de menosprecio hacia personas que sentían preocupación por la sociedad en la que vivían. Difícilmente se habría podido reunir a un grupo más interesante y la prensa nos ridiculizaba. Qué absurdo. El rollo sobre el socialista que bebe champaña no es más que un estereotipo. Yo no puedo disfrutar las recompensas que me da la sociedad y quedarme callado. No puedo y, con un demonio, no pienso hacerlo?. Además, como dice, el dinero que tiene se lo ha ganado ?sólo con el sudor de mi propia frente. Soy todo un trabajador?. Hijo de un sastre judío, Pinter montó El Cuarto, su primera obra, en la Universidad de Bristol en 1957. Este febrero Pinter (que ya casi cumple los 70 años de edad) dirigirá un reestreno de la obra para presentar Celebration una nueva farsa verbal ?detestablemente vulgar, muy divertida y violenta?, en el Teatro Almeida de Londres. Steven Pacey, Lindsay Duncan y Lia Williams protagonizarán la obra junto con Henry Woolf, un profesor canadiense que es uno de los amigos más viejos de Pinter y formó parte del elenco original de El Cuarto?. ?Todo eso me entusiasma muchísimo. Han pasado 43 años entre las dos obras, pero tienen cosas en común?. Las cuatro décadas que hay en medio no siempre han estado marcadas por tan agradable simetría. Las primeras obras de Pinter le valieron una mezcla esquizofrénica de alabanzas y críticas negativas; un proceso que puede haberlo vacunado contra los insultos. En efecto, parece poseer una gran resistencia al rechazo y, quizá, al dolor. Le hago una pregunta sobre Vivien Merchant, su primera esposa, que bebió hasta morir a la edad de 53 años y él contesta: ?fue muy triste que una actriz tan brillante muriera tan joven... Yo sólo diría que Vivien era una persona muy, muy obstinada. Si ella se fijaba un rumbo, lo seguía hasta el final. Pero en 1975 sucedió algo extraordinario. Antonia y yo nos conocimos y aquí estamos. A propósito, la gente, la prensa, quiso destruirnos?. Pero la sola destrucción notable en la vida de Pinter parece ser el deterioro de su relación con Daniel, su único hijo. En 1993, acordaron que era mejor que no se buscaran más. ?Claro que me siento triste por haberme alejado de mi hijo... Es un hombre de mente brillante. Tiene 41 años. Es una verdadera lástima. Vive solo. Es una existencia muy solitaria. Pero creo que él es feliz en la medida en que puede serlo. ?A pesar de este distanciamiento, Pinter tiene lo que Michael Billington, su biógrafo, llama un lazo ?hemingwaiano? con los demás hombres. Su actitud hacia las mujeres resulta menos clara. Aunque no hay duda de que es encantador. Sin embargo, la obra de Pinter no siempre le ha valido el aprecio de las feministas. En particular, el personaje de Ruth en La Vuelta a Casa (la esposa del catedrático que se vuelve prostituta) molestó incluso a Joan Bakewell, su antigua amante. ?Muchas mujeres detestan esa obra, pero no la entienden. Ruth les da veinte vueltas a todos (sus parientes políticos). Yo no idealizo a las mujeres. Las disfruto. He estado casado con dos de las mujeres más independientes que es posible imaginar. Mi primera esposa era increíblemente independiente y no conozco a un ser que sea más independiente e inteligente en el mundo que Antonia?. Harold puede resultar pomposo. Y tampoco le falta el amor propio (aunque ha negado fervientemente que alguna vez trató de convencer a Tom Stoppard de que cambiara el nombre del Teatro Comedy por el de Teatro Pinter; entonces Stoppard le sugirió que él se cambiara el nombre al de Harold Comedy). Le pregunto en dónde se colocaría en el panteón de los grandes escritores y contesta, con modestia: "eso no me toca decirlo a mí. Aunque sí recibo un gran número de cartas de todo el mundo... cartas muy cálidas. Eso es muy satisfactorio, pero no puedo ir más lejos. Pero sí sé a qué escritores admiro de verdad: Shakespeare, Proust, Joyce. Ésos son mis muchachos?. Este espaldarazo no se aplica, por desgracia, a los hombres de Blair: Robin Cook es una terrible desilusión. ?Política exterior ética, ¿en qué puedo servirle??, dice Pinter con profunda sorna. Ha hablado una sola vez con Chris Smith; durante una comida formal, lo instó a deshacerse de Trident y a salvar el Teatro Royal Court. Yo había escuchado que, a pesar de su aversión por el nuevo laborismo, ciertos ministros le habían hecho la corte pero él, el forastero, desechó esa idea como algo ridículo. Y sin embargo existe una vena de conformismo (y, por lo tanto, tal vez de inseguridad) en Harold Pinter. Me dice, en tono confidencial, que acaba de aceptar la invitación a comer del alcalde de Londres, un acontecimiento al que asistirá la reina y otras 300 ?personalidades del siglo?. ?Bueno, vivo en este maldito país. Trabajo aquí. No estoy a favor de los gobernantes. No estoy a favor de la monarquía. Pero, por Dios, no dejo de ser un Comendador de la Orden del Imperio Británico. Es un disparate, pero no he rechazado la invitación?. Existen ciertas inconsistencias en la forma en que uno lleva su propia vida?. Vaya que sí, dirían los escépticos. Es fácil satirizar a Pinter; un disidente que no concuerda con el gobierno, pero está en sintonía con los apostadores comunes y corrientes con quienes se encuentra en sitios tan populares como ?Cheltenham? o ?Hay-on-Wye?. Y no obstante, él sí trabaja arduamente por lo que cree. Aunque también ha tenido que pagar un precio por sus creencias. Los críticos de Various voices, la antología de reciente publicación, hicieron un énfasis predecible sobre su diatriba contra la Guerra del Golfo (?Hallelujah. It works. We blew the shit out of them?.) [?Aleluya. Sí funciona. Los hicimos volar en pedazos?). Mientras ignoran por entero sus otros (y mejores) poemas. El que Harold Pinter se arriesgue a caer en el oprobio no es nada nuevo. Coquetear con el olvido es indicio de un ego laminado o bien de una sinceridad feroz. O, lo que es más probable, de una combinación de ambos. Su producción teatral: El Cuarto y Fiesta de Cumpleaños (1957); El Mesero Estúpido (1957); Un Ligero Malestar (1958); La Casa Caliente (1958); El Cuidador (1959); Una Noche Afuera (1959); Escuela Nocturna (1960); Los Enanos (1960); La Colección (1961); Fiesta de Té (1984); Regreso a Casa (1964); El Sótano (1966); Paisaje (1967); Silencio (1968); Viejos Tiempos (1969); Monólogo (1972); Tierra de Nadie (1974); Traición (1978); Voces de Familia (1980); Otros Ámbitos (1982); Una Especie de Alaska (1984); Estación Victoria (1984); Uno Para el Camino(1985); Lenguaje de Mtaña (1986); Luz de Luna (1987); Cenizas Para las Cenizas (1988) Celebración (1989); Memorias del Pasado (1990.

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