En el corazón del barrio neoyorquino de Chelsea abrió sus puertas el diez del actual un nuevo museo de arte, entre cuyos objetivos se encuentra la promoción de los artistas más jóvenes. El nuevo museo ocupa un edificio rehabilitado de tres plantas y albergará también la Fundación Jean Miotte (el pintor francés nacido en 1926), con la misión principal de presentar las obras no sólo de artistas conocidos, sino de los aspirantes que no han podido exponer todavía en la ciudad. En un espacio de casi tres mil metros cuadrados, el edificio tiene tres plantas bien diferenciadas y fue renovado para albergar la colección permanente compuesta por más de un centenar de obras, desde Tapies a Bueys, pasando por Christo o Rauschenberg. Para esta construcción se prometió oficialmente un futuro hasta ahora tan incierto como el del cercano Museo de Arte Moderno, una obra que nunca se termina, pero que como tantas otras sigue adelante, igual que el país. Ambas obras potenciarían un buscado efecto de dispersión. En Chelsea, que abarca desde el distrito de los "mataderos" hasta la calle 26 entre las avenidas décima y undécima, se han instalado en los últimos años más de ciento setenta galerías que representan a artistas contemporáneos internacionales informalismo del sur. Es notablemente oportuna la muestra del Museo de Arte Moderno dedicada a Kennethe Kemble y Silvia Torras, ya que ellos fueron dos propulsores locales del "informalismo" que cundió en los años 60s, década que como nunca despierta el interés del público. El tema no estuvo ausente en la reciente Bienal de Arte durante una charla protagonizada por Dalila Puzzovio, ni lo está en la cantidad de ideas "diseño" que se ven en las Galerías de Arte de lo Zona Rosa capitalina que en este momento contienen las espléndidas muestras del mexicano Evaristo Murillo (1947) y del prefigurativo Kemble (Buenos Aires, 1923) y el hispano Torras (Barcelona, 1936-México, 1970) que recrea con piezas ya históricas, otras que hicieron juntos en 1961. En perspectiva, las grandes telas se acompasan hoy en los museos capitalinos como piezas de un rompecabezas atemporal. Los rastros de la gran pintura han quedado sobre esas superficies sólo en apariencia arbitrarias, porque han sido determinadas por el gesto de la mano, por ese gesto que de Velázquez a Daumier asegura la perdurabilidad del arte occidental. Sin embargo, en especial en los trabajos de Kemble, la estética japonesa parece haber guiado la partición del soporte que ostenta un cromatismo que bien puede empalmar con la goyesca serie negra. Kemble y Torras, artistas "informales" cuarenta años atrás, reunieron muchas lecciones de un arte que hoy trata de volver a repensarse pantalla informática por medio.
LA GENIALIDAD DE EGUÍA
Fermín Eguía (n. 1942) es un artista mexicano experto en la difícil técnica de la aguada. Esta especialidad lo relaciona íntimamente con nuestros precursores, y él seguramente lo sabe porque en esta nueva serie ha querido convertirse en una suerte de artista viajero, que testimonia lo que ve, como aquéllos del cada vez más lejano siglo XIX. No por nada también Eguía toma como modelos para dos de sus aguadas sendas pinturas costumbristas de Schiaffino y Sívori, para resaltar detalles inmovilizados en el entramado sociocultural. Estos Episodios Nacionales de Fermín Eguía se dan la mano con el pasado a través de la iconografía vieja y con el ayer inmediato de esos helicópteros que el Zócalo ha visto salir con apuro del Palacio Nacional.
MIRADA CON RECUERDOS
Muchos recuerdos se agolpan sobre las propuestas de la artista italiana Ángela Occhipinti, relacionada con la gráfica de su país desde los años 60s, quien exhibe ahora en un proyecto originado por la isla del Tiburón, en las costas de Sonora que ha llamado, precisamente, Alquimia de Memorias. Los recuerdos mencionados no aludieron a nada concreto ni anecdótico sino a la forma resolutiva de Occhipinti, en tantos aspectos reminiscentes. Del soporte a la resolución de la totalidad, de la inclusión tipográfica a la de diferentes elementos naturales: flores, caracoles. Los recuerdos que desencadena Ángela Occhipinti están ubicados en un pasado menos complejo, en ese momento en que el arte buscó alejarse de la reiteración, volcándose como siempre ha pasado, a las formas más primitivas, relegadas más que a la sombra de los museos, a esa memoria creativa que no muere junto al tiempo escaso de los hombres.
EL DISEÑO Y EL POP
La muestra del orizabeño Horacio Zabala es otra de las que en este momento contiene sesgos de profunda relación con el pasado. Y nada tiene de crítica la aseveración, sino que indica las posibles vertientes que se adivinan tras la lograda resolución de cada diseño. Desde que Warhol y Lichtenstein en los 60s nos hicieron ver de nuevo la cotidianeidad siguiendo, es probable que con total inocencia, los preceptos de Marcel Duchamp, el "pop" se instaló en la memoria colectiva, como pasa siempre que algo que trasciende la mera especulación estética. Lo dicho es aplicable a la producción de Horacio Zabala (n. 1943), quien pasa revista a una vida de producción -de los 70 a la actualidad-, una trayectoria caracterizada por una actitud inteligente de la expresión. Zabala es arquitecto y el rigor de ese aprendizaje parece guiar la perfección de los ensamblados y de las propuestas que deben lo suyo al "pop" y también al primer surrealismo (el grande).