(Viajero incansable y autor de un conjunto de libros violentos y misteriosos, el guatemalteco Ramón Rey Rosa, es calificado como uno de los valores fundamentales de la literatura latinoamericana actual)
Un hombre se mira en el espejo y nota un arañazo en pleno rostro. Trata de hacer memoria, pero no recuerda haberse herido la noche anterior. Siete días después, amanece con un rasguño idéntico. Le pide a un amigo que vele su sueño y, cuando éste accede, el protagonista despierta sin la marca. Pero si duerme solo, el arañazo reaparece. Como una forma de encontrar la respuesta, empieza a escribir sus sueños. La pequeña herida sigue reproduciéndose cada tanto, pero la escritura lo ayuda a perder el miedo. El miedo a lo inexplicable. Y la violencia, en muchas ocasiones y lugares, carece de toda lógica.
Esto lo aprendió muy joven Rodrigo Rey Rosa, autor del misterioso relato La Señal, incluido en su libro El Cuchillo del Mendigo (1985). Nacido en 1958 en Guatemala, creció entre secuestros, asaltos y explosiones, hasta que a fines de los 70 se cansó de ese ambiente turbulento y se fue a vivir a Estados Unidos, a la casa de un fotógrafo que apenas veía. "Conocí a Paco Grande por relaciones familiares, y, aunque era varios años mayor que yo, hicimos amistad. A mí me gustaban mucho sus fotografías, tomadas desde ángulos inesperados, porque casi nunca disparaba de manera convencional. Creo que luego las fotos, observadas con una lente de aumento, le servían para descubrir los sitios y los personajes que había encontrado en su camino, para descifrar el tumulto de impresiones vagas que debía ser la realidad callejera para alguien prácticamente ciego". Después de un viaje por el interior de Guatemala, que por entonces pasaba por uno de los peores momentos de su historia reciente, me visitó en mi hotel de Nueva York. "Fue en esta ciudad, en la biblioteca de Paco, donde leí por primera vez los cuentos de Paul Bowles", recuerda Rey Rosa, viajero incansable y autor de libros enigmáticos y violentos, relatos que apenas superan las cien páginas, lo necesario para ser catalogado como uno de los escritores más sobresalientes de su generación.
Para Roberto Bolaño, "leerlo es aprender a escribir y también es una invitación al puro placer de dejarse arrastrar por historias siniestras y fantásticas". El poeta español Pere Gimferrer, a su vez, ha resaltado la "coexistencia entre diafanidad y enigma", características que provienen de la "límpida, esmerilada y tensa belleza de un estilo que parece hacer suyo, para la prosa, lo que del poema dijo Octavio Paz: aguzar silencios hasta la transparencia". Un buen ejemplo de estas características es Ningún Lugar Sagrado (1998), volumen de cuentos protagonizados por guatemaltecos que viven en Nueva York. En Video, por ejemplo, un joven repasa los documentales que ha visto en el último año: en uno aparecen unos niños empapados, felices, jugando con el chorro de agua del grifo. En otro, una mujer tiene relaciones sexuales con un jaguar, al que se le han extraído los colmillos y las uñas. En apenas cuatro páginas recrea la desolación de un padre al que le comunican que su hija tiene una enfermedad incurable (La Niña Que no Tuve), y 34 líneas le bastan para transmitir la incomunicación de una familia que come falafels en St. Mark?s Place (Coincidencia).
Dos meses antes de viajar a nuestro país, como jurado del Concurso de Novela 2005 de Revista de Libros, Rey Rosa habla de su vida cosmopolita, su amistad con Paul Bowles y su reciente experiencia como director de cine.
P:¿Es el viaje lo que más te motiva a escribir?
R. Es cierto que viajar me ha ayudado a escribir, porque viajar te hace acostumbrarte a estar solo, y estar solo me parece que es una condición sine qua non para la escritura. Tengo la impresión de que me hago invisible, o me gusta pensar que es así. Sin embargo, creo que aun si no me hubiera sido posible desplazarme físicamente por el mundo, habría terminado escribiendo.
P:¿Qué rol cumplen las localizaciones exóticas en tus libros?
R: Para un guatemalteco, lo exótico no significa lo mismo que para un argentino, digamos, o un español. Recuerdo que en Marruecos, al decir que venía de Guatemala, me miraban con cierta incredulidad, como si hubiera dicho que venía de un país realmente exótico.
P: También Tánger resulta exótico para nosotros. ¿Qué te llevó a vivir ahí?
R: Fui en primer lugar por curiosidad, pero luego me di cuenta de que era un sitio ideal para sobrevivir como escritor. O, al menos, como la clase de escritor que yo quería llegar a ser. La vida era muy barata, bastante más barata que en Guatemala, y podía estar aislado, ajeno a la vida social o cultural, pero sin estar lejos del contacto humano, para lo que habría hecho falta una disciplina que yo no tenía. Encontrar un lugar así, a los 21 años, cuando comenzaba a escribir, creo que fue esencial.
En esa ciudad del norte africano, Rey Rosa participó en un taller literario dirigido por Paul Bowles (El Cielo Protector), quien representaba mejor que nadie la figura del escritor viajero -opuesto al escritor turista-, que renuncia a las comodidades de la civilización para llevar una vida más auténtica, sencilla, natural. A Bowles le gustaron sus relatos y le propuso traducirlos al inglés. Como escribió el propio narrador norteamericano, "la acción de sus cuentos tiene lugar no en la Guatemala de las noticias, sino la de la gente cuya vida continúa más o menos igual que siempre, a pesar de la violencia que constantemente las amenaza. Las historias son intensas y concisas, como teoremas".
P: ¿Fuiste amigo de Bowles?
R: Al principio nos unía la mutua admiración por la obra de Borges; creo que sin esto habría sido difícil encontrar un punto de contacto inicial. También hablábamos mucho de Guatemala, que él visitó en los años 50. Más adelante, mis lecturas provenían casi todas de su biblioteca, y después de leer a un autor solíamos intercambiar opiniones. Creo que en eso consistía nuestra amistad, en largas conversaciones acerca de libros. En cualquier caso, era explícito en que no se consideraba a sí mismo como maestro, y a mí no me gustó nunca la idea de ser su discípulo.
P: ¿Y cómo lo encontrabas tú como escritor?
R: El primer cuento que leí fue El Escorpión, que es uno de los primeros cuentos que Bowles publicó, si no me equivoco, en 1944. En la introducción al libro dice que lo escribió con el deseo de inventar sus propios mitos, adoptando el punto de vista de la mente primitiva. Y también cuenta que usó el método su-rrealista, que consiste en no ejercer control sobre lo que se escribe. Bueno, hasta donde tal cosa sea posible. Aunque esto ocurre sólo en los primeros cuentos de Bowles, y algunos más tardíos, era un buen comienzo para mí, que tenía un programa parecido. También está The Circular Valley, una clara referencia a Las Ruinas Circulares, que es el cuento de Borges que Bowles había traducido. Aquí la vida es descrita desde el punto de vista del espíritu de un valle, que puede entrar en los seres que visitan el valle, y viaja libremente de uno a otro y se alimenta de sus emociones y goza a través de ellos. Creo que éste es uno de los cuentos más hermosos de Bowles, y desde luego a mí me pareció impresionante.
Rumbo a la India:
Podría decirse que en esa época la escritura de Rey Rosa era abstracta. En El Cuchillo del Mendigo y El Agua Quieta (1985) se deduce, por ciertos objetos o por la descripción de los paisajes, que la acción transcurre en alguna ciudad latinoamericana. Pero no hay nombres de lugares, como sí ocurre a partir de Cárcel de Árboles (1992). "Diría que casi por cansancio he buscado formas diferentes de narrar, pero no creo que sea una evolución. Creo también que la oscuridad de los primeros cuentos se debe a cierto temor o incapacidad de escribir de manera directa".
P: Se ha dicho que "Cárcel..." está en la mejor tradición de Bioy Casares, de lo fantástico.
R: Creo que durante su escritura experimenté más momentos de euforia o de felicidad que con la de mis otros textos. Una felicidad ocasionada por el mero ejercicio de la imaginación. Escribí las primeras cuatro o cinco páginas en Tánger, el último día de Ramadán, y al día siguiente decidí tomar un tren a Fez, para aislarme aún más, porque para entonces ya había hecho algunas amistades en Tánger y no quería que ningún compromiso social me distrajera. De Fez seguí en autobús hacia Marrakech por el Atlas, y así seguí viajando hacia el sur hasta que comencé a entrever un posible desenlace. Entonces, emprendí el regreso y terminé la noche en que llegué a Tánger. Está claro que escribía bajo los signos de Bioy y de Borges. La doctora Pelcari de Cárcel... proviene de una nota de Plan de Evasión de Bioy; y en el texto hay citas directas de Borges.
P: Suena como un viaje totalmente diferente al que realizaste hace poco para escribir Tren a Travancore, ambientada en la India.
R: Fui a Madrás por encargo de Mondadori, para escribir un libro. Si no lo escribía al cabo de determinado tiempo, tenía que devolver el adelanto. Me enteré de que una poeta guatemalteca, María Cruz, había vivido en Madrás en la Sociedad Teosófica de Madame Blavatsky, a principios del siglo XX. Este sitio, el ashram para occidentales, existe todavía. María Cruz había sido bibliotecaria ahí y yo fingí ser biógrafo de María Cruz. Me permitieron vivir en el ashram, un edificio estilo victoriano en medio de un enorme jardín tropical que, por cierto, me cuentan que sobrevivió al tsunami. A los tres meses de estar allí tenía un librito muy modesto, y Mondadori no me pidió que devolviera el dinero.
Ese "librito muy modesto" es uno de los más frescos y entretenidos de toda su producción. Narra, precisamente, el viaje del biógrafo de María Cruz. La novela está compuesta por los mails que el narrador le envía a su novia, a un viejo amigo, a su editor, a sus padres, al ahijado y a un misterioso fan. Las costumbres de los habitantes de Madrás -religión, comidas, supersticiones, castas- se combinan con sus propias revelaciones: se le acabó el dinero, está atrasado en la entrega del libro, tiene dudas con su pareja... en fin, pasan las páginas y el lector se da cuenta que el narrador no quiere escribir ese libro ni recibir la visita de su ahijado. Quiere estar solo. Volverse invisible. Perderse.
BIENVENIDO A GUATEMALA
Corrupción, secuestros, tráfico de armas y venta de niños son algunos de los elementos de sus novelas ambientadas en Guatemala, un país en que "el linchamiento ha sido la única manifestación perdurable de organización social", como dice el narrador de Piedras Encantadas (2001). A ratos, Rey Rosa cree que ha exagerado, pues la violencia no es monopolio de su país, pero después de leer en el diario que hay una campaña de "despistolización" o que encontraron el cuerpo de tres recién nacidos a los que les han sacado el hígado y el corazón, piensa que se ha quedado corto. En Que me Maten si... (1997), una hermosa estudiante de antropología empieza un romance con un ex militar. Como también mantiene un vínculo con un periodista vinculado con los movimientos revolucionarios, la situación no demora en explotar. Esta trama corre paralela a la de Lucien Leigh, veterano escritor de viajes inglés que investiga la existencia de un hogar de niños que sirve de pantalla a una red de adopciones falsas. Lo Que Soñó Sebastián (1994) narra la historia de un joven escritor que se va a vivir cerca de Sayaxché, en plena selva, y prohíbe la caza de animales en sus tierras. La humedad puede tocarse con los dedos. Hay hormigas negras, nubes de mosquitos, árboles de más de 50 metros, un venado, un caimán... lo justo para gatillar el conflicto con los cazadores de la zona.
P: Te resulta natural utilizar la violencia en Guatemala como material narrativo?
R: Es un lugar violento, sin duda. Pero no podría decir si mi imaginación, que también suele ser violenta, se deba a la violencia de mi entorno. En cualquier caso, siempre me ha parecido que es un recurso narrativo válido.
P: En este sentido, ¿crees que en Centroamérica se está generando una escritura hiperviolenta, como la de Fernando Vallejo y Castellanos Moya?
R: Con contextos parecidos, porque el clima de El Salvador y también el de Colombia creo que son parecidos al de Guatemala, es natural que produzcamos climas parecidos en nuestros libros. De todas formas, es evidente que atacamos nuestros temas de maneras distintas. Me gustaría pensar que lo que tenemos en común es un prurito de buscar o hurgar más allá o debajo de las apariencias.
P: Varios de tus libros comparten elementos del policial. ¿Algún interés particular en ese género?
R: Creo que fue a partir de mis lecturas de Chandler que empecé a ver en el género policial una forma de discurso narrativo y de crítica que podía ser aplicada a Guatemala. Pero quizá fue Sciascia, a quien leí más tarde, quien más me acercó a este género. Su análisis de la mafia y la corrupción italianas es un buen instrumento para analizar la corrupción latinoamericana.
P: ¿Cómo surgió la idea de dirigir una película sobre tu novela Lo Que Soñó Sebastián?
R: Antes de comenzar a escribir la novela, yo había querido retratar en película el sitio donde se desarrolla la historia, una laguna en medio de la selva del Petén, donde pasé una larga temporada a principio de los 90. Después volví a Tánger y escribí Lo Que Soñó.... Pero me pareció que la novelita no llegaba a hacerle justicia a la laguna, que no me había sido posible representar el paisaje y que, a menos que el lector hubiera estado en la selva, era imposible que se hiciera una idea precisa de aquel lugar. Sin tomarnos la cosa muy en serio, mi amigo Robert Fitterman y yo escribimos un guión basado en la novela, y quizá lo prudente habría sido llegar hasta ahí. Pero más tarde las circunstancias hicieron que nos embarcáramos en la aventura de filmarla.
P: Has dicho que esta novela critica a los ecologistas fanáticos. ¿No son tan malos los cazadores?
R: No cabe duda de que los cazadores, y me refiero a las comunidades de cazadores que han vivido desde principios del siglo XX en la selva del Petén, son parte de ese sistema y casi dependen tanto de la selva para su subsistencia como otros grandes depredadores. No son ellos quienes destruyen la selva. La explotan, y suelen alternar la caza con la recolección de productos silvestres, como el chicle o las plantas ornamentales o el mimbre. Viviendo en el Petén, uno tiende a volverse un poco ecologista. Pero hay una clase de ecologista que pretende imponer su propia visión a toda costa, sin conocer los valores de la gente a la que quiere transformar. Esta actitud me parece criticable.
P: ¿Cuál es tu balance de esta aventura?
R: No me arrepiento de haber invertido el tiempo y el trabajo que significan hacer un largometraje. Parte del paisaje que conseguimos filmar, por otra parte, ha sido ya destruido por el fuego, y ahora, tres años más tarde, en algunos sitios al este de la laguna donde antes había árboles hoy pueden verse hatos de ganado. Creo que eso justifica nuestra precipitación. Ahora me parece que la película, sin que ésa fuera la intención consciente al ponernos a hacerla, es una especie de elegía.
P: El cine es la quintaesencia del trabajo en equipo y tu trabajo de escritor está marcado por la soledad. ¿Cómo compatibilizas la escritura con las demandas del cine, como la difusión en festivales?
R: Afortunadamente no he tenido que ocuparme de eso. La película no ha sido difundida comercialmente y sólo he tenido que asistir a tres o cuatro festivales, lo que me parece más que suficiente. Ahora, dirigir una película, aunque se esté todo el tiempo rodeado de gente, también implica un estado de soledad. Quizá un estado más difícil que el de escritor, precisamente porque el director está solo en medio de un lío de gente.