La visión del escritor mexicano Juan Villoro, sobre ese deporte de masas que es el fútbol, aparece con luminosa claridad en su libro Dios es Redondo, publicado por Planeta y Anagrama, que confirma la hipótesis de que el fútbol es un espejo de la sociedad:
El poder de las multinacionales, el fanatismo de los nacionalistas, la pobreza de la que surgen los grandes cracks y la épica que cristaliza un gol en el minuto noventa son el material narrativo de este oportuno volumen, que llegará a nuestro país durante el Mundial de Alemania y del que entresacamos algunos conceptos.:
?Desde niño -nos dice Villoro- sé que no soy testigo de los mejores partidos. La sensación de estar lejos de los empeines prodigiosos se recrudeció cuando empezamos a ver goles por televisión satelital. De cualquier forma, en mi calidad de aficionado mexicano, sabía desde un principio que la pasión por el juego no puede depender de los resultados, tantas veces adversos. Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos. Unos optan por una escuadra de sólido arraigo familiar, otros se inclinan con claro sentido de la conveniencia por el campeón de turno. En ocasiones, una fatalidad regional decide el destino antes de que el sujeto cobre conciencia de su libre albedrío y el hincha nace al modo ateniense, determinado por la ciudad. Otras elecciones son más caprichosas, como el flechazo por un jugador, un ídolo de embrujo capaz de resumir las ilusiones de la infancia. Nada resulta tan doloroso como la partida a otro club de ese consentido de la gloria que parecía condensar en su pecho los sueños de la colectividad. Casi siempre, el hincha que creía en el héroe sigue fiel al club, por más que la motivación inicial se haya ido. Resignado, busca en los once fantasmas que ahora juegan por él la magia del genio primero?.
Uno para todos: Francesco Totti.
Totti es el único superestrella del balompié emocionalmente incapaz de jugar en otro equipo. A estas alturas de su celebridad, dispone de toda clase de contratos y patrocinios que apoyan su monomanía. Nadie le podrá decir: ¿quo vadis? Y sin embargo, hubo un momento en que Totti fue un delantero con más futuro que presente y tuvo las contradictorias oportunidades de los legionarios. No se fue. Sería altivo y a veces sucio, como manda la narcisista tradición romana, perdería el control y buscaría reconciliarse con el sentimentalismo que algunos preferían desconocer, pero no se iría. Francesco Totti o la adicción a la pertenencia. Si no hay siete colinas atravesadas por el Tíber, la ciudad no vale. El delantero romano ha vivido el único exceso sentimental que no pudo vivir Maradona. Totti es el último sedentario. Otros divos del calcio tienen un rostro perfecto para acuñar una moneda, pero sólo él merece la divisa de lo intransferible?.
Formas de la pasión.
?¿Y qué decir de los argentinos de 1978? Perdieron contra Italia ante su público y golearon a Perú con alta dosis de sospecha. Pero representaban al país de Di Stéfano, Sívori, Pedernera, Labruna, Sanfilippo y otros genios que nunca ganaron Mundiales, pero debieron hacerlo. Los once de Menotti corrían impulsados por deudas acumuladas durante varias generaciones.
Nadie puede calibrar el sufrimiento histórico que desequilibra los partidos. Si un defensa sospecha que su esposa lo engaña con su compadre mientras él está concentrado en un hotel, ese sufrimiento es real pero no histórico. Al día siguiente anotará un soberbio autogol. En cambio, el dolor de los que antes estuvieron en la misma situación potencia como un compuesto hecho del hierro de los tiempos. La gran epifanía en la película sobre la vida del Rey Pelé es el momento en que, siendo niño, oye por radio la final de 1950 y atestigua la derrota de los suyos en Maracaná. De esa fisura surgió la voluntad de regate y toque prístino que le permitirían conquistar tres veces la copa que perdió en su infancia. En cambio, ¡qué trabajo cuesta que Holanda se preocupe! En la Eurocopa 2000 fue la selección mejor afeitada del continente. Como jugaba en casa, las gradas se llenaron de alegres trompetistas. Un marco perfecto para un amistoso, no para la guerra. Cuando Kluivert falló dos penales en el mismo partido, las cámaras enfocaron al príncipe de Holanda: sonreía con un dichoso gesto de kermés. La escena revela la poca repercusión que un lance fatal tiene en los Países Bajos. No vamos a encomiar aquí la antropología del desastre; digamos, tan sólo, que en Brasil una situación equivalente hubiera llevado a miles de sacerdotisas a decapitar gallos a mordiscos y a algunos discapacitados a arrojarse al mar con sus sillas de ruedas. Holanda sólo ganará el Mundial cuando sea menos feliz y se deje afectar por complejos y frustraciones que hasta ahora desconoce. El paraíso del fichaje, La Liga de las Estrellas de España depende de quienes vienen de trópicos y sabanas distantes, o de los europeos comunitarios que pueden jugar como locales pero se distinguen de los salidos de la cantera por el herraje en fuego de un contrato multimillonario. Así las cosas, hablar de fútbol es hablar de importaciones. A propósito de una de las más cotizadas escribió Vázquez Montalbán: ?Me temo de Ronaldo pasará por la vida sin haber entendido nada de lo que nos ha pasado y nos pasa. Y es que ni siquiera podemos considerarlo como un inmigrante de lujo. No es ni será nunca un jugador de club. Pertenece a las multinacionales y vive en los aviones que le llevan de y lo llevan a la samba. Es un mito creado por la FIFA para que sigamos creyendo en la religión del fútbol, y no hay religión sin Dios, vacante de la FIFA desde que Maradona comenzó a autodestruirse?.
El otoño de 2001 trajo una curiosa discusión. Los barceloneses vivían en estado de alerta y sobreinformación por culpa de los jugos gástricos de Rivaldo. El divo brasileño se lesionó en un partido con su selección y no pudo alinear con el Barsa. Después de una auscultación médica, se fue a Brasil en busca de una segunda opinión. Rivaldo regresó con la pierna sana y el estómago averiado. Una polémica se apoderó de España. ¿Se trataba de una gastritis histérica, reactiva o incluso fingida? Durante una semana supimos más de la flora intestinal rivaldiana que de la biodiversidad de la Amazonia. Esto lleva a una pregunta decisiva: ¿cuánto tiempo se puede hablar de fútbol sin sucumbir a la imbecilidad?
Florentino Pérez magnate del Real Madrid fracasó en su intento de configurar la mejor alineación del mundo. Sin embargo, creó un fenómeno del siglo XXI: el fútbol supersexualizado. La Aldea Global se ha llenado de imágenes de los galácticos que apenas tienen que ver con el fútbol. Se trata de símbolos eróticos que utilizan su atractivo para vender coches o refrescos. Si en otros tiempos la personalidad se definía según el Beatle con el que te identificaras, ahora los galácticos sirven para definir conductas. Ronaldo es el galáctico ideal para ir de parranda y dejar que los alemanes se ocupen de ser responsables. Figo ofrece la variante del Adonis de barrio, un cadenero con abrigo de Armani. Beckham representa la opción andrógina y pop (Brad Pitt y Madonna en una sola estrella). Zidane aparece como un monje intenso para las mujeres con mucha vida interior. Al modo de los signos del zodiaco, los galácticos son una referencia en las estrategias del cortejo. Antes podías confiar en las chicas Acuario o Libra; ahora, para descubrir temperamentos, resulta más útil saber si prefieren a Beckham o a Zidane.
Escribir el fútbol.
Escribir de fútbol es una de las muchas reparaciones que permite la literatura. Cada cierto tiempo, algún crítico se pregunta por qué no hay grandes novelas de fútbol en un planeta que contiene el aliento para ver un Mundial. La respuesta me parece bastante simple. El sistema de referencias del fútbol está tan codificado e involucra de manera tan eficaz a las emociones que contiene en sí mismo su propia épica, su propia tragedia y su propia comedia. No necesita tramas paralelas y deja poco espacio a la inventiva de autor. Ésta es una de las razones por las que hay mejores cuentos que novelas de fútbol. Como el balompié llega ya narrado, sus misterios inéditos suelen ser breves. El novelista que no se conforma con ser un espejo, prefiere mirar en otras direcciones. En cambio, el cronista (interesado en volver a contar lo ya sucedido) encuentra ahí inagotable estímulo.
Y es que el fútbol es, en sí mismo, asunto de la palabra. Pocas actividades dependen tanto de lo que ya se sabe como el arte de reiterar las hazañas de la cancha. Las leyendas que cuentan los aficionados prolongan las gestas en una pasión non-stop que suplanta al fútbol, ese Dios con prestaciones que nunca ocurre en el vacío?.