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Norte y Sur / ?VIDA SIN BIÓGRAFOS?

Salvador Barros

Stéphane Mallarmé dejó hablar sólo a su poesía, que motivó cientos de estudios y recorre toda la filosofía francesa del siglo XX. Este año se publican las cartas a su amante, Mery Laurent, recobradas en Francia recién en 1996. El año 1857 es clave para la historia pública de la literatura francesa, pero 1861 es el año crucial de su historia secreta: Gustave Flaubert publica su novela Madame Bovary y Charles Baudelaire los poemas Las Flores del Mal; ese mismo año ambos son llevados a juicio por ?ofensas a la moral pública?. Francia vive bajo el Segundo Imperio y la revolución de 1789 y los levantamientos de 1848 parecen hechos lejanos. El fiscal Pinard lleva adelante la acusación, con estos resultados: Flaubert, absuelto; Baudelaire, culpable. Las Flores del Mal es prohibido. Pero en 1861 se reedita por segunda vez. Stéphane Mallarmé tiene entonces 19 años y lee el libro de Baudelaire. Al igual que el Fiscal, pero por razones inversas, queda conmovido. Después de esa lectura ya nada sería igual para él y tampoco para la poesía moderna. La deuda de Mallarmé con Baudelaire es tan intensa, que no es difícil leer su obra como un gran comentario, oscuro y elíptico, del maestro: el mismo gusto por los poemas en prosa, por Édgar A. Poe y el idioma inglés, por los personajes opacos, por hacer aún más inasible el presente. Pero también es cierto que, como debe hacer todo discípulo, Mallarmé toma distancias con el maestro. Si en Baudelaire el tema del poema es la vida urbana, la soledad en la multitud, Mallarmé realiza un giro inesperado para la poesía: el tema es el lenguaje. La estructura del lenguaje, su profundidad, su hermetismo; el combate -en las palabras- entre azar y necesidad. En el comienzo de su conferencia sobre su amigo, el escritor Villiers de L?Isle- Adam, Mallarmé pronuncia una frase que abre la poesía moderna a su dimensión crítica: ?¿se sabe qué es escribir? Una antigua y muy vaga pero celosa práctica, cuyo sentido yace en el misterio del corazón. Quien la realiza, íntegramente se suprime? (en la correspondencia inédita, Mallarmé refiere la boda in extremis y la muerte del amigo). Mallarmé: el poeta de la supresión del yo. Un siglo después, escribe Maurice Blanchot: ?en lo sucesivo, no es Mallarmé quien habla sino que el lenguaje se habla, el lenguaje como obra y como obra del lenguaje?. No es casual la cita de Blanchot. La herencia de Mallarmé va más allá de la influencia poética y alcanza a la propia filosofía. Las cuestiones nodales de la filosofía francesa en la posguerra de 1945 -la cuestión de la escritura, la relación entre lenguaje, estructura y deseo, la muerte del autor- llevan su marca. Stéphane Mallarmé nació en 1842 y murió en 1898. En total publicó sólo 49 poemas en verso, centenares de poemas en prosa -todos geniales- además de retratos, ensayos y divagaciones. Sólo de Igitur o de Un Golpe de Dados hay más de diez traducciones al castellano. Verlaine le dedicó un capítulo central de Los Poetas Malditos y Paul Valery lo nombró su maestro. Su madre murió cuando tenía cinco años. Fue criado por su abuela, una persona recta y malhumorada, demasiado preocupada por las buenas costumbres (?Stéphane se porta bien, es muy mal estudiante, pero se porta bien que es lo único importante?, escribe en una carta a su prima). A los 20 años viaja a Londres. A su regreso -y hasta su muerte-, se ganará el pan como profesor de inglés. Pero la vida parisina de fin del siglo XIX es interesante: organiza las Tardes Literarias de los Martes, un salón donde poetas, pintores y músicos -en especial jóvenes- discuten sobre sus obras. Las reuniones ocurren de cuatro a siete de la tarde, en el 87 de la Rue de Rome, calle que luego se volvería mítica al ser habitada también por otros grandes escritores. Más tarde edita La Dernière Mode, revista dedicada al mundo de la moda y la vida urbana, escrita casi integralmente por él mismo. Ya consagrado, en una charla de 1891 con Jules Huret, Mallarmé hace una declaración que se volverá célebre: ?la vida sirve para desembocar en un libro?. Y el libro, dice en sus notas, ?es sólo estructura?. ¿Para eso sirve la vida? O, en otros términos: ¿puede tener una vida el hombre que hizo de la impersonalidad su tema? ¿Tiene algún interés la biografía del poeta que se adelantó a la muerte del autor? En otra carta de 1867, escribe: ?está claro que el poeta tiene a su mujer en el pensamiento y a su hijo en la poesía?. Pero no es cierto o al menos, no del todo: Mallarmé tuvo mujer e hijos bien reales. En su viaje a Londres se casó con María Gerhard, una alemana siete años mayor que él, con quien tuvo a Geneviève y a Anatole, muerto a los ocho años. En una carta al poeta provenzal Joseph Roumanille, refiriéndose a Geneviève, escribe las mismas frases que cualquier poeta y padre primerizo podría decir: ?hace tiempo que no escribo versos, pero en cambio tuve una hija bien rítmica, cuyos ojos azules no sabría hacer rimar, y sus cabellos se despliegan...?. La muerte de Anatole lo deja un año en silencio. Ya en la vejez se enamora de Méry Laurent, la modelo favorita de Manet, a quien dirige una correspondencia, recientemente recobrada en Francia y cuya traducción en castellano se prepara ahora. Méry inspiró también algunos de los rasgos de la Madame Swann de Marcel Proust en En Busca del Tiempo Perdido. Se sabe también que Mallarmé tuvo otras amantes y varias enfermedades graves. Sin embargo, sobre él no abundan biografías y, sí, en cambio estudios literarios y académicos. Quizá porque no hay en él ese deseo de aventura que guía a Baudelaire o a Arthur Rimbaud, y que fascina tortuosamente a Verlaine. Thibaudet señala que lo esencial en Mallarmé ?es ese carácter de huida, esa especie de intolerancia de la vida y del pensamiento cotidiano?. Su imagen es conocida sólo por una foto de Nadar y un retrato de Manet. En todo caso, si algo guía su vida es cierta reserva, una desconfianza en la acción e incluso en la sociedad (de ahí su pasividad durante la Comuna de 1871, aunque luego apoyará a Zola en al affaire Dreyfus). El mundo es un lugar inaccesible y sólo se puede estar en contacto con él por la vía poética. Pero a la vez Mallarmé descree del mito romántico del genio, de la inspiración y la ensoñación nocturna. Si el poema es ?pura estructura? significa que ya no hay lugar para ningún idealismo. Si algo lega a la literatura contemporánea es que el poeta debe mantenerse alejado de la conversación y la genialidad, debe renunciar tanto al deseo de lo público como a la espera de Dios. En Una Muerte Heroica, Baudelaire cuenta esta historia: un bufón condenado a muerte por el Rey es obligado a mostrar su talento frente a su tumba, ya cavada. El bufón lleva adelante el acto y demuestra que su arte es único, lo que provoca el aplauso y la aclamación de los presentes. Pero el Rey, sabiendo que el aplauso podría salvarlo de la muerte, envía a un paje a que lo silbe. Los silbidos estallan y el bufón, arrancado de su magia, se desploma muerto. Para Baudelaire, una sola muestra de desaprobación basta para hacer vana la magia del arte. El vencedor de la muerte no pudo soportar un silbido. Mallarmé va mucho más allá: en su poesía ya no hay lugar para una reconciliación entre el poeta y el mundo. Ningún silbido puede ya arruinar el poema, porque el poeta ha desertado del tiempo de los otros. Sólo se entrega a la incandescencia del lenguaje, sin ningún afuera. La estructura del lenguaje: el gran mito del siglo XX.

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