ASOCIACION DE PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.
CAPITULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA
ASOCIACION PSIQUIATRICA MEXICANA.
(DUODÉCIMA PARTE)
Es difícil pensar que se puedan cambiar radicalmente los rasgos de temperamento de cualquier individuo. Sin embargo, sí es posible hablar de la capacidad individual de cada uno para poder controlar o manejar de alguna forma tales rasgos a lo largo del tiempo, de manera que logre una mejor y más satisfactoria adaptación al ambiente en el que se mueva durante su desarrollo, y con la posibilidad de un mejor acoplamiento en lo que se refiere a sus relaciones interpersonales. El hecho de que cada uno de nosotros los pueda detectar y reconocer en sí mismo, da a su vez la oportunidad de enfrentarse a una serie de opciones respecto al grado en que los pueda controlar o modificar. Mientras existen sujetos que desde pequeños toman una actitud pasiva y hasta cierto punto conformista, que los hace aceptar tales rasgos incondicionalmente, hasta con cierta tendencia a esconderse, a recluirse, a intentar pasar desapercibidos o inclusive a llegar a tomar una posición de franca retirada, hay otros que pueden tomar una actitud opuesta. En una postura más dinámica, tales individuos reconocen igualmente el tipo de rasgos de temperamento que poseen, pero intentan superar los déficits y limitaciones que les provocan para compensarlos con sus demás habilidades, lo que les puede permitir obtener una adaptación más satisfactoria tanto en lo que respecta a su ambiente, como en cuanto a sus relaciones interpersonales.
En contraste con el temperamento, la personalidad ha sido definida como un conjunto multifacético en el que se llega a dar, la compleja integración de un enorme repertorio de características cognitivas, afectivas, conductuales, así como temperamentales naturalmente. A ellas hay que añadirles el aprendizaje y la práctica de un conjunto de patrones de manejo de las diversas experiencias y problemas de la vida, así como de la gama de mecanismos de defensa que ha desarrollado cada sujeto con el paso del tiempo para enfrentar tales problemas y experiencias, con su muy personal estilo de expresión emocional. En ciertos casos, la presencia de factores biológicos importantes o de enfermedades crónicas o graves, pueden influir definitivamente sobre la estructura de la personalidad. En este conglomerado de elementos, también se tiene que tomar en cuenta el concepto que cada uno tiene de sí mismo, tanto en los aspectos conscientes como en los inconscientes; concepto en el que obviamente se encuentra implícito su sentido de identidad en todos los aspectos. Por último, hay que añadir además el repertorio de sus relaciones interpersonales, incluidas las familiares obviamente, en la forma que le han influido y lo han ido moldeando a lo largo de su existencia. Así pues, el hablar de la personalidad, implica considerar una mezcla muy profusa y compleja de ingredientes biológico-constitucionales, así como sociales y de experiencias dentro de uno o varios ambientes en los que cada sujeto se ha desarrollado, todo ello como parte de un modelo biopsicosocial. A su vez, habría que añadirle además aquellos aspectos culturales de tales ambientes, durante los diversos períodos históricos en los que le haya tocado vivir, así como los grupos sociales a los que perteneció. En este concepto tan amplio de lo que constituye la personalidad, podemos darnos cuenta que se encuentra incluido el concepto de temperamento, pero como un concepto mucho más básico y limitado.
Al seguir estos lineamientos y detectar los muy variados elementos que conforman la personalidad, podemos asumir que ésta aún no se encuentra estructurada del todo durante la infancia. Sin embargo, hay ciertos autores que consideran que ya durante esa etapa de la vida, no sólo existen determinados rasgos básicos de personalidad tanto en los niños como en las niñas, sino que además es importante detectarlos y llevar a cabo un seguimiento de ellos por la forma en que pueden desarrollarse. De acuerdo a estos autores, algunos de estos rasgos pueden prolongarse a través del tiempo en forma de rasgos rígidos, maladaptativos, disfuncionales y crónicos al enfrentar diversas situaciones en determinados ambientes, lo que les puede traer como consecuencia un mayor o menor grado de deterioro en el estilo y la forma de funcionar de la criatura, así como de su capacidad para adaptarse. Ante tales situaciones, dichos autores creen que es posible utilizar el diagnóstico de un trastorno de personalidad durante la infancia. Por otro lado, existe una corriente opuesta, en la que sus partidarios consideran que no es sino hasta la adolescencia o la etapa del adulto joven, cuando se puede hablar de la presencia de una personalidad más integrada. De una u otra forma, tenemos que tomar en cuenta que hablar de personalidad, es hablar de un concepto bastante flexible hasta cierto punto, puesto que va evolucionando y por lo mismo, puede ir cambiando a través de los años, de acuerdo a las muy diferentes experiencias, ambientes y etapas por las que pasamos cada uno de nosotros hasta llegar a la vejez. No obstante, se considera que de base, cada individuo posee ciertos rasgos específicos que predominan en mayor o menor grado, y son los que pueden tomarse en cuenta para definir el que posea tal o cual tipo de personalidad que lo caracteriza. Inclusive, hay que tomar en cuenta la existencia de múltiples teorías que intentan explicar precisamente el concepto de personalidad y la forma como ésta se desenvuelve desde diferentes puntos de vista (Continuará).