ASOCIACIÓN PSIQUÍATRICA DE LA LAGUNA A .C (PSILAC)
CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIATRICA MEXICANA
DÉCIMA CUARTA PARTE
En general, podemos afirmar que aunque es cierto que necesitamos cierto nivel de ansiedad en nuestra vida diaria para desarrollarnos y conducirnos adecuadamente, así como para llevar a cabo nuestras actividades y funciones cotidianas, es verdad que también se puede caer en cualquiera de dos extremos importantes. Dichos extremos a la larga pueden conducirnos a la misma situación, con resultados más o menos semejantes. Uno de tales extremos se da cuando las presiones del exterior, es decir las ambientales, llegan a ser tan intensas y abrumadoras que producen un alto nivel de ansiedad, el cual puede mantenerse por un período de tiempo más o menos prolongado. En ocasiones, un nivel de ansiedad de esa magnitud, puede llegar a sobrepasar las defensas psicológicas y físicas con las que cuenta cada individuo para protegerse y hacerle frente. En tales casos, la persona puede llegar a bloquearse o paralizarse emocionalmente, a dejar de funcionar adecuadamente, e inclusive a presentar en forma paulatina o repentina los síntomas iniciales de lo que conocemos actualmente como un trastorno de ansiedad. Ello puede suceder en aquellos casos en los que el o los estímulos traumáticos sean muy intensos y se lleguen a mantener por un período de tiempo muy prolongado. Cuando por el contrario, el nivel de ansiedad en la vida corriente de un sujeto es muy bajo, lo cual definitivamente no es algo muy común en el mundo en el que nos movemos en nuestros días, el individuo carece de esa gasolina, de ese estímulo necesario que lo empuje hacia adelante para actuar, para conducirse, para desarrollarse y para poder continuar con el o los proyectos de su vida. En dicho caso, los resultados tampoco son muy halagadores, ya que este sujeto podría caer a su vez en el otro extremo de la línea, es decir, en una situación de tal forma pasiva y conformista, que podría semejarse inclusive a lo que conocemos como un trastorno depresivo. Se podría argumentar que el planteamiento aquí señalado es demasiado simplista en contraste de lo que puede tratarse en realidad y en el fondo, como un fenómeno mucho más extenso y complejo. Sin embargo, el mencionar estos dos extremos tal vez pueda servir de todos modos para ejemplificar la importancia del papel que la ansiedad llega a alcanzar en nuestras vidas, no sólo como un elemento nocivo para la salud, sino también como un estímulo necesario para la supervivencia.
El estrés, que es la denominación castellana del término ?stress? acuñado en inglés hace ya muchas décadas, se ha convertido en un término sumamente popular en nuestros días. Con este término se busca señalar todo ese conglomerado de presiones, problemas, preocupaciones, experiencias traumáticas y situaciones negativas o amenazantes que nos acechan, atacan, abruman y aprisionan en el mundo cotidiano al que pertenecemos, y que son capaces de producir y elevar exageradamente el nivel de ansiedad a nuestro alrededor, y obviamente dentro de nosotros mismos. Existe entonces una inmensa variedad de lo que hemos dado en llamar factores estresantes, que son precisamente ese tipo de experiencias que estimulan en nosotros tales niveles de ansiedad. De acuerdo a la sensibilidad de cada individuo, a sus rasgos de temperamento y de personalidad, a las defensas psicológicas que posea y haya desarrollado durante su vida por un lado, y por el otro, a la fuerza, la intensidad y la duración de dichos factores estresantes, será el balance o el desequilibrio que se logre entre ambos aspectos. De ahí se definirá naturalmente la forma en que cada individuo logre enfrentar, manejar o controlar esa ansiedad sin repercusiones importantes, o por el contrario, sucumba ante ella para presentar alguno de los diferentes tipos de trastornos de ansiedad.
Al igual que los adultos, los niños y los adolescentes se encuentran a riesgo de padecer cualquiera de estos trastornos, debido a que desde muy temprano en la infancia existe una serie de factores traumáticos y estresantes que pueden influir sobre ellos. Tales factores inclusive se pueden presentar desde el embarazo de su madre, cuando ésta se encuentra presionada por una serie de experiencias ambientales o internas que le producen ansiedad, y que obviamente van a repercutir en el producto en útero. Pleitos o desavenencias maritales serias, situaciones económicas difíciles, problemas graves en la familia de origen de ella o del esposo, incluyendo muertes, enfermedades crónicas o terminales en sus miembros, o trastornos psiquiátricos en los padres de ese bebé que está por nacer, son algunos de los factores estresantes importantes que pueden elevar el nivel de ansiedad en ellos, y secundariamente en el bebé. Aunque no lo sabemos específicamente todavía, pero se piensa que ello se puede transmitir por medio de mecanismos químicos y fisiológicos de la madre al bebé durante el embarazo. Como resultado, se ha llegado a descubrir que hay algunos recién nacidos que muestran signos de ansiedad desde entonces, los cuales se van a manifestar primordialmente durante sus primeros meses o años de vida a través de dificultades en las áreas del sueño y de la alimentación, así como en el área motora. Ello naturalmente, va a repercutir en el tipo de vínculo que formen con su madre y con su padre, sobre todo si el nivel de ansiedad familiar tiende a mantenerse alto en forma crónica (Continuará).