Se les puede apostar a los caballos, a los perros, a los gallos, a la ruleta, a los dados, a las cartas en sus muy diversas variaciones de juego, a la lotería, al Melate, a los partidos deportivos de cualquiera de los deportes existentes, al box, a las carreras de autos y a tatas otras situaciones y experiencias que el ser humano ha descubierto e inventado para pasar el tiempo y para desahogar sus aficiones y pasiones. Los objetivos de las apuestas varían de un individuo al otro, pero casi siempre, todas ellas tienen como común denominador, por un lado la ambición de ganar dinero y hacerse ricos fácilmente, pero por otro lado, la excitante emoción del juego en sí mismo, en esos tormentosos instantes de espera, casi orgásmicos o frustrantes mientras se llega a los resultados. El dinero junto con las emociones, aparece entonces como ese personaje fundamental, a la sombra del cual llega el deseo de cobijarse desesperadamente y por mucho tiempo.
Dice una vieja canción, americana por supuesto, que ?el dinero hace girar al mundo?, le hace dar vueltas y más vueltas, en ese sonoro e incansable tintineo, así como en el verde y resbaloso chistar de los billetes. El dinero igualmente y por consecuencia también hace girar a las personas, para dar vueltas y más vueltas, saltos, piruetas y toda clase de malabarismos, e inclusive les llega a provocar esa rigidez sorpresiva e inquietante hasta el grado de desaparecer o morirse. Sabemos y estamos conscientes de que al menos así ha sido y así sucede en la mayor parte de nuestro mundo occidental, y con la globalización, podríamos decir que algo similar se está dando en la otra parte del planeta, en la mitad oriental. Por lo mismo, podemos deducir que cuando hablamos de parentesco entre las ciudades, sea del parentesco al que podemos aspirar con alguna región o ciudad americana, también podemos referirnos a otro tipo de parentesco. Me refiero básicamente al que existe entre la pasión por los juegos de azar y las apuestas, como un pariente muy cercano de esa otra pasión tan importante y generalizada como es la de la atracción, el amor y la pasión por el dinero. Es verdad que de una u otra forma, todos lo necesitamos, que a todos se nos ha enseñado a valorarlo y respetarlo, que nos atrae por lo que se puede adquirir con él y que quizás hasta lo podamos llegar a amar como parte de esas necesidades y de lo que en un momento dado puede proporcionarnos. Lo valoramos como resultado y como premio a nuestra capacidad, nuestros esfuerzos y nuestro trabajo, y a veces hasta llegamos a medir los logros y satisfacciones en billetes, como parte del modelo representativo que se nos da en este mundo comercial y materialista, en el que todos dependemos de ello.
Sin embargo, para muchos hombres y mujeres, el dinero no es solamente eso, sino que adquiere una imagen, un valor y un significado tan fundamental y especial, de proporciones tan extremas, al grado que su vida entera gira alrededor de éste. Es así como la acumulación y el atesoramiento del mismo se convierte entonces en el foco central de la vida de tales individuos, su objetivo principal, su razón de ser y de existir, la mayor y hasta única prioridad existente, e inclusive su imagen misma. Todo lo demás sale sobrando y desciende a niveles inferiores y secundarios, sin que pueda existir ningún otro valor que lo reemplace, se trate de personas, amistades o familia. El trabajo y las actividades de cualquier tipo son valoradas de acuerdo a la capacidad que tengan para producir más dinero, y dirigidas con ese firme y bien delineado objetivo específico. Lo que se inició como una necesidad, como una afición o como un cortejo, un noviazgo y un enamoramiento con el dinero, se transforma pues en una enorme pasión, también obsesiva e incontrolable que lo llena todo. Ni siquiera se trata ya del gusto o de la habilidad para disfrutar de los privilegios y de los productos que puede proporcionar la riqueza. La pasión más bien se centra en el dinero como tal, el dinero como símbolo, como imagen de estatus y de poder, en la cantidad o cantidades que se acumulan y que se poseen y en el nivel de riqueza, de dominio y de controles que proporciona. Posiblemente sea éste un estilo de disfrutarlo, un estilo que se aprendió y que llega desde la infancia, un estilo que cambia posteriormente a tonos pasionales, en los que nadie ni nada importan, excepto el dinero. Así pues, al igual que se ha mencionado respecto a las otras pasiones, una pasión de tales dimensiones dirigida hacia el dinero, podría igualmente calificarse de obsesiva y enfermiza. Sin embargo, esta situación no siempre es fácil de reconocer y definir como tal, puesto que ahí entran en juego la posición, el estatus y el poder de estos personajes, que les sirve de fachada, de escudo y de protección ante los demás, especialmente frente a la familia, frente a su círculo social y al ambiente en el que se desenvuelven. Dedicarse a hacer dinero y a poseerlo en cantidades exorbitantes se valora en nuestra época y en nuestro mundo, como una inmensa y especial capacidad de quien lo logra, puesto que se ha distinguido por su inteligencia, su tenacidad, su visión y las demás habilidades para hacerlo, a veces inclusive sin importar los medios. Por lo mismo, como un símbolo del éxito y del poder en el mercado, tales capacidades son difíciles de distinguir del tipo de pasión al que me refiero, percibida entonces como un arma de dos filos. (Continuará).