(CENTÉSIMA UNDÉCIMA PARTE)
Las pasiones pues, forman una parte muy importante del repertorio con el que los seres humanos respondemos al ambiente en el que habitamos y nos desarrollamos; es el estilo con el que podemos interactuar con otros seres humanos, sean aquéllos que se encuentran más cercanos y que forman parte de nuestra intimidad, pero también suele suceder en muchos casos con personas más distantes y ajenas a nuestro universo, pero que por diversas razones también nos provocan reacciones semejantes. Las pasiones vienen envueltas como ramificaciones de nuestros genes, de nuestro temperamento; representan la forma en que nos llegamos a conectar con el mundo y naturalmente con nosotros mismos. Las pasiones nacen en lo más profundo de nuestro interior, y por lo mismo son completamente viscerales e irracionales, de manera que suelen presentarse sin ninguna lógica ni razonamiento. Se trata de una explosión intempestiva y vehemente que naturalmente nos impacta a tal grado, que en la mayoría de las ocasiones nos toma desprevenidos sin siquiera permitir que nos preparemos, e inclusive nos deja confusos, sin saber cómo reaccionar después de la erupción. Podríamos considerarlas como un estilo de lenguaje tal vez sumamente rudo y primitivo, silvestre o salvaje, a través del cual buscamos expresar aspectos muy básicos y recónditos de nuestra sensibilidad, o quizás inclusive cierto tipo de necesidades muy primarias. Y sin embargo, a pesar de todos esos rasgos que se mencionan, las pasiones vienen a representar el dinamismo, la energía y el fuego de la vida misma, y pueden ser canalizadas y sublimadas hacia aquellos aspectos más profundos, creativos, sensibles, artísticos, sobresalientes, productivos, innovadores y superiores que se pueden dar en el ser humano.
Definitivamente, es innegable que las pasiones son un arma de dos filos, tanto para el que las posee, como para aquéllos a quienes van dirigidas. Tienen por un lado ese potencial tan absolutamente creativo y productivo, que puede llegar a remontarse a límites inimaginables como lo hemos aprendido y comprobado con la historia de la humanidad. Pero a la vez y por el otro lado, existe ese trágico y dramático potencial enfermizo y destructivo, que igualmente se puede extender a límites muy lejanos o profundos, lo cual también lo hemos aprendido en las páginas de la historia. Así ha sucedido en las historias de los hombres, mujeres y sus familias de todas las épocas desde el pasado más antiguo; pero igualmente en las historias de las familias, con sus hombres y mujeres de la etapa misma en la que estamos viviendo. No hay diferencias para el pasado o para el presente, y seguramente las pasiones seguirán formando parte de nuestro repertorio humano en el futuro, puesto que siguen siendo un bagaje fundamental de la herencia que recibimos y que a su vez, nosotros seguiremos transmitiendo.
Indiscutiblemente, nuestra salud mental depende en un grado importante de la forma en que hayamos aprendido a conectarnos con nosotros mismos, con nuestros rasgos y especialmente con nuestras pasiones; el darnos cuenta de que en mayor o menor grado existen dentro de cada uno de nosotros, el ser capaces de detectarlas, definirlas, describirlas, conocerlas y comprenderlas; el lograr enfrentarnos a ellas cara a cara, para mirarlas de frente; el intentar controlarlas o al menos aprender a suavizarlas, a disolverlas, a canalizarlas y desahogarlas lo menos peligrosamente posible tanto para los demás, como para nosotros mismos. Las pasiones dependen del grado de sensibilidad con el que hemos nacido cada uno, el cual es importante de reconocer y medir individual y personalmente, ya que es de ahí realmente de donde surgen las pasiones. Uno de tantos mitos culturales bajo los que vivimos esclavizados tradicionalmente en nuestro país, nos ha enseñado a pensar engañosamente que son las mujeres quienes tienen el mayor grado de sensibilidad, y que se trata de un rasgo totalmente femenino, mientras que los hombres como somos ?machos?, rudos y fuertes, carecemos de sensibilidad, porque así se fabricó lo masculino. La conclusión es entonces, que en México sólo las mujeres ?sienten?, pero de ninguna manera los hombres. Quizás eso nos ayude a comprender mejor el porqué las mujeres asisten con mayor facilidad que los hombres a las consultas de psiquiatras y de psicólogos, ya que los segundos tienden a ser más reticentes y resistentes, con ese pensamiento mexicano de que son ellas quienes lo necesitan verdaderamente, son ellas las que se enferman con sus pasiones e inclusive llegan a ?enloquecer?, lo cual de ningún modo se llega a dar en el hombre mexicano. Así son nuestros mitos, transmitidos de una generación a la otra, al igual que esas mentiras piadosas que inventamos y con las que nos tapamos los ojos, en un afán de negar o de justificar nuestros más terribles temores y angustias, ante las limitaciones que sufrimos para enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestras pasiones. Y sin embargo, la verdad de todas las verdades, es que se trata de un mito, de una mentira, ya que la sensibilidad al igual que la inteligencia está repartida por igual entre hombre y mujeres, un poco como una ruleta genética, en la que al que le toca, le toca y con ella tendrá que vivir el resto de su vida, para bien o para mal, según él o ella misma lo decida y haga uso de ello. Y en cuanto a las enfermedades emocionales, igualmente se presentan en hombres como en mujeres, quizás porque la genética nunca se puso a leer un tratado sobre nuestros mitos culturales mexicanos, que la aleccionara al respecto (Continuará).