ASOCIACION DE PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.
(PSILAC).
CAPITULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA
ASOCIACION PSIQUIATRICA MEXICANA.
(CENTÉSIMA DUODÉCIMA)
La Real Academia Española asigna una variedad de significados para la palabra puente, ya sea desde el más concreto que tiene que ver con ?una fábrica de piedra, ladrillo, cemento, madera o hierro que se construye y forma sobre los ríos, fosos y otros sitios para poder pasarlos?, hasta algunos como los relacionados con las funciones que desempeñan, por ejemplo en el trabajo de los dentistas, o en un estilo de enlace aéreo que sirve para evacuar o abastecer un lugar determinado, e inclusive al de una definición de gran popularidad en nuestro país, que tiene que ver con ?el día o los días que entre dos festivos o sumándose a uno festivo, se aprovechan para vacación?, y así tantas otras y variadas acepciones. En esta columna sobre el cruzar de puentes en San Francisco, se inició precisamente hace un muy buen rato, con el relato inicial de lo que significa concretamente esa fantástica aventura de caminar a lo largo de un puente como el Golden Gate para cruzar la bahía en esa área privilegiada que es la ciudad de San Francisco. A pesar del deseo y la curiosidad por realizarlo, pero tal vez también por falta de tiempo, por timidez o por temor, nunca me había atrevido a hacerlo hasta esa ocasión, durante el último congreso de la Asociación Psiquiátrica Americana que se llevó a cabo en dicha ciudad. Tal experiencia estimuló en mí una serie de ideas y reflexiones no sólo sobre los nuevos conocimientos adquiridos en el congreso, o sobre las diversas experiencias de recorrer una ciudad tan fascinante como San Francisco, sino también sobre la existencia y el significado de los puentes que continuamente cruzamos en nuestras vidas. Es así como podemos hablar de esas construcciones concretas por las que atravesamos cotidianamente al recorrer nuestros caminos rutinarios, como podría ser el de Torreón a Gómez, o los puentes sobre el periférico, hasta aquellos otros puentes muchos más abstractos y elaborados, que forman parte naturalmente de nuestras vivencias personales y de nuestra vida emocional.
Me refiero a esos puentes que construimos diariamente en nuestras vidas, los que nos conducen de un lugar a otro, de un espacio al siguiente, sea al que acabamos de dejar atrás, en un ayer reciente o quizás mucho más remoto, lo mismo que a uno más en el presente o inclusive proyectándonos hacia lo desconocido de un futuro, pero igualmente en sentidos inversos. Los puentes que entrelazamos de una persona a otra, en interacciones de mayor intimidad o de lazos más distantes, de rasgos más profundos o simplemente superficiales; puentes de estructuras sumamente fuertes y poderosas o más bien débiles y convencionales, poco estimulantes o atractivos. Puentes mentales que tejemos de un pensamiento a otro ya sea más simple y sencillo o más elaborado, sofisticado y ramificado al grado que nos perdemos entre sus engranajes; puentes que buscan enlazar respuestas y conocimientos a la curiosidad de las preguntas que nos hacemos, y que tal vez transforman nuestra inercia temporal y nuestro permanecer pasivo, en una chispa que estimula la acción, que ayuda a levantarse y a prepararse para la lucha, el aprendizaje y el trabajo. Puentes que viajan desde la nebulosidad de una fantasía que acariciamos, hacia la continuidad convertida en imágenes fragmentadas, de bordes y contenido no siempre muy nítidos, que brotan desde la profundidad del inconsciente hasta llegar a desvanecerse suave o súbitamente como si se tratara de frágiles burbujas de jabón. Obviamente, las pasiones se transforman en puentes, aquéllos que nos enlazan con otros seres humanos en un estilo de mayor o menor intensidad, e inclusive de locura de acuerdo a nuestra sensibilidad e idiosincrasia, a nuestro temperamento y al total de nuestra personalidad. Puentes de amor, de celos, de lujuria, de envidia, de rabia, de odio, de culpa y remordimiento, de orgullo, de soberbia, de vanidad, de ambición, de vergüenza, de tristeza, decepción, melancolía, desconsuelo, desesperanza y de tantas otras pasiones que alcanzan a movernos como marionetas de un momento a otro y de un espacio al siguiente en el lapso de nuestras vidas. Los puentes pues, nos conectan con el mundo pequeño o grande en el que habitamos, con el ambiente en el que existimos, con las personas que nos rodean y que le dan sabor a nuestras vidas, en esas interacciones sólitas y cotidianas.
Buscamos flotar dentro de ese equilibrio que asimismo tratamos de alcanzar en la cotidianeidad de nuestras vidas, conforme nos desplazamos de un puente al siguiente, o a la mitad de ellos mientras los recorremos con pasos apresurados o lentos, bajo la ansiedad o la inercia, al columpiarnos de uno al otro, al sentirnos en movimiento continuo mientras intentamos planear la dirección hacia la cual nos llevará el siguiente puente. Igualmente podemos evitarlos, para entonces descubrirnos sedentarios, pasivos y temerosos, sin noción del tiempo o de los destinos conscientes a los cuales dirigirnos, sin recorridos imaginarios ni concretos. Pero ello no importa, porque aún así estaremos cautivos de nuestros puentes mentales, más o menos complicados o abstractos, pero puentes aún, sin importar que tratemos de refugiarnos en cualquier rincón. A la larga, el aprendizaje, el total de las experiencias, de los placeres y las insatisfacciones que se dan en nuestra existencia, están relacionados con esos puentes que fabricamos, que enfrentamos, que tememos, que nos estimulan y atraen y que por lo mismo finalmente nos atrevemos a cruzar, a sabiendas idealmente que nuestra salud mental dependerá de ello (Continuará).