ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.
(PSILAC).
CAPITULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA
ASOCIACION PSIQUIATRICA MEXICANA.
LA SALUD MENTAL DE LOS NIÑOS.
DECIMA QUINTA PARTE.
Por lo mencionado la semana anterior, podemos afirmar entonces que los síntomas de ansiedad en los niños pueden presentarse desde los primeros meses de edad. Debido a su nivel de inmadurez, no es fácil detectarlos como tales y se tiene que contar entonces con la colaboración de los padres, en lo que respecta a la obtención de la información necesaria acerca del ambiente que rodea al bebé. Gracias a esa exploración minuciosa, es posible detectar la mayoría de factores estresantes que pudieran estar influyendo sea en los padres primeramente, pero también en forma más específica sobre la criatura. Por lo general, son los pediatras o los neonatólogos quienes se encuentran en la primera línea de batalla en las familias, y por lo mismo, son quienes primero pueden detectar tales señales de ansiedad en la familia. Las visitas frecuentes de la madre o de ambos padres con el bebé, así como el entrenamiento profesional, la experiencia, la intuición y el conocimiento que tiene el médico sobre el ambiente de la familia, pueden darle las pautas necesarias para reconocer dichas señales. Ello sucede sobre todo en aquellos niños o niñas que presentan dificultades de tipo motriz, variaciones en su ritmo del sueño, o asimismo en su ciclo de alimentación. Según el tipo de educación y cultura médica y psicológica que posean los padres, o el grado de observación y sensibilidad que hayan desarrollado en cuanto a ellos mismos y a sus hijos, ya sea más tarde o más temprano, serán capaces de identificar este tipo de señales, y reportarlas con su médico según sea el grado de inquietud, preocupación o angustia que les genere. En otras parejas, esas mismas señales pueden pasar desapercibidas o inclusive ser desechadas como algo natural y sin importancia, que se superará con el tiempo y que por lo mismo, no es algo que tenga que ser consultado con su pediatra.
Es así como podemos encontrar entonces, criaturas que lloran con gran intensidad y frecuencia al grado de durar despiertos durante la noche entera, con un estilo de sueño interrumpido y dividido en tan solo breves períodos de descanso, lo que naturalmente tampoco facilita el ciclo de sueño de sus padres, ni tampoco su descanso. Otros que desde los primeros días rechazan el seno de la madre, o igualmente cualquiera de los diferentes tipos de leche, así como de muchos otros alimentos. Inclusive estos bebés tienden a reaccionar abiertamente con vómitos, lo que trae como consecuencia los sentimientos de alarma, confusión, decepción, frustración, impotencia y ansiedad de sus madres o padres. Otros bebés suelen presentar una constante inquietud que se intensifica bajo ciertas circunstancias, con períodos frecuentes de movimientos intensivos y de gran fuerza, diferentes de lo que sería la movilidad normal de una criatura de esa edad. Es importante entonces, que el pediatra o el neonatólogo se encargue de valorar tales señales concienzudamente, puesto que en muchos casos se puede tratar de problemas físicos, malformaciones congénitas o algún otro tipo de trastornos orgánicos que las produzcan. Sin embargo, después de una valoración semejante, también se tiene que pensar en la posibilidad de que se trate de señales tempranas de ansiedad en el bebé, en sus padres y en el ambiente familiar como un todo, y que por lo mismo se debe llegar a un diagnóstico diferencial adecuado, para a su vez tomar las medidas necesarias y específicas para su manejo terapéutico.
En estas etapas tan tempranas de la vida, los síntomas de ansiedad que presenta un bebé suelen ser generalmente de tipo reactivo; es decir que se trata de sus reacciones de ansiedad a personas, experiencias y situaciones estresantes que provienen del ambiente en el que se encuentra. Naturalmente que ello estará ligado definitivamente con la relación con su madre y con su padre, y con el tipo de vínculo que se esté desarrollando entre ellos, como ya se había mencionado en semanas anteriores. La presencia de algún tipo de trastorno psiquiátrico importante en cualquiera o en ambos progenitores, ya sea que se trate de trastornos depresivos, psicóticos, de ansiedad, de personalidad, del abuso de alcohol o de drogas, de trastorno por déficit de atención, o de cualquier otro puede ser un factor contribuyente al estado de ansiedad del bebé. Las enfermedades físicas serias que pudieran sufrir cualquiera de los padres, o algún miembro importante de la familia, o inclusive la muerte de alguno de ellos, pueden ser asimismo factores estresantes. Los problemas maritales graves, en cuanto a las dificultades que puedan existir en áreas como la comunicación, las relaciones sexuales, la adaptación entre ellos, el trabajo, la administración de las finanzas, las relaciones con las familias políticas respectivas, la vida social, la forma de solucionar o no los conflictos, las creencias religiosas, así como otras tantas áreas, pueden resultar en conflictos importantes en el matrimonio que van a crear una atmósfera tóxica y estresante para ambos cónyuges en el hogar. Este tipo de atmósfera es obviamente contagiosa y a ella, también va a reaccionar el bebé, así como los demás hijos, aunque cada uno lo haga de acuerdo a su propio temperamento, sensibilidad, defensas psicológicas y estilo de reaccionar. Inclusive, cuando el ambiente llega a ser tan estresante y tóxico, no sólo se mantiene encerrado dentro del hogar, sino que se irradia hacia las familias políticas, hacia los trabajos del esposo o la esposa, hacia el ambiente escolar de los hijos mayores, hacia los hogares de las amistades o hasta de los vecinos en ciertos casos (Continuará).