Hace años que el primero de mayo dejó de ser el pretexto para que el corporativismo adherido al otrora partido de Estado (el Revolucionario Institucional) manifestara la subordinación de su fuerza a la dictadura que gobernó este país durante casi setenta años.
Hasta finales del siglo pasado, en los desfiles del Día del Trabajo participaban cientos de miles de agremiados de las centrales obreras que durante décadas formaron la base de la estructura del binomio PRI-Gobierno.
Con el triunfo de Vicente Fox, las cosas cambiaron, al menos en apariencia. La derrota priista dejó en la orfandad a los sindicatos, muchos de los cuales, de la noche a la mañana, se convirtieron en “críticos acérrimos” del modelo económico neoliberal introducido en México –paradójicamente- por los tres últimos presidentes tricolores -Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo-, y continuado desde 2000 por el autonombrado Gobierno del Cambio.
Además de la incongruencia, las agrupaciones de trabajadores han mostrado una gradual pérdida de poder y cohesión, motivada en gran parte por el vacío que dejó la caída de la llamada dictadura perfecta. El presidente de la República y su camarilla ejercían un control total sobre las dirigencias y bases sindicales. Ahora, cada gremio persigue sus propios intereses y establece alianzas a su conveniencia. El Sindicato del Magisterio y la CTM son buenos ejemplos de ello. Podría decirse que se ha abierto una etapa de indefinición.
La actual relación entre el Gobierno y algunos sindicatos es de confrontación y la responsabilidad de esta crisis recae en ambas partes. La Administración de Fox ha cometido graves errores -el manejo del problema en Pasta de Conchos y la intervención en Sicartsa, por ejemplo- y no ha logrado desarrollar una política laboral conciliadora entre patrones y obreros, y se ha erigido más bien como defensor de intereses de grupos empresariales.
Los sindicatos, por su parte, se han quedado rezagados en el avance -lento pero real- de la democracia en México y siguen añorando un pasado que difícilmente se repetirá. Sus dirigencias, en muchos casos, no representan a las bases y los líderes se han convertido en una élite que pacta, negocia o confronta a su antojo. De la sumisión al patriarca tricolor, han pasado al libertinaje y al caos.
Mientras no se dé un acercamiento sincero entre las partes -Gobierno y sindicatos-, basado en la búsqueda honesta de mejorar las condiciones de los trabajadores, crisis como la que hoy se vive, serán cada vez más comunes.