Por primera vez en la historia moderna de México, el jefe del Ejecutivo rendirá su último informe de Gobierno sin que haya un presidente electo. Ante el conflicto post electoral, Vicente Fox dará este viernes primero de septiembre su último informe sin tener la plena certeza, al menos jurídica, de quién será su sucesor.
El hombre que sacó al PRI de Los Pinos en 2000, llega al final de su sexenio con focos rojos que advierten el peligro de ingobernabilidad. El más serio es el conflicto de los maestros en Oaxaca, problema añejo donde al paso de los días la solución se ve lejana. Actualmente el estado gobernado por Ulises Ruiz es una tierra sin ley.
La amenaza latente de que Andrés Manuel López Obrador endurezca sus acciones, es también un problema que hasta el momento el Gobierno de Vicente Fox ha minimizado. La falta de operadores políticos fue el Talón de Aquiles de la Administración foxista.
Más allá de los errores de forma y algunos de fondo, el Gobierno de Vicente Fox puede calificarse de bueno. Hubo avances importantes, se logró reactivar sectores como el de la construcción y el manejo de las finanzas públicas fue bueno. La inflación se ha mantenido controlada y a la baja, las tasas de interés también se han reducido. Sin embargo, este sexenio se habrá caracterizado por un ínfimo crecimiento del Producto Interno Bruto por habitante, cercano al uno por ciento, menor al 2.1 por ciento alcanzado durante la Administración de Ernesto Zedillo.
Es cierto, Fox no podría lograr un cambio de 360 grados en tan sólo un sexenio. Más de setenta años de régimen priista es imposible de cambiar de un día para otro. Por este motivo urge que su sucesor logre llevar a cabo transformaciones profundas donde las reformas estructurales sean la gran asignatura pendiente.
Por el contexto político que vive actualmente el país, el mensaje de Vicente Fox del próximo viernes debe ser moderado, presentándose humilde y ecuánime, para no avivar la polarización política que tanto mal hace al país.