Andrés Manuel López Obrador parece no escuchar al ala moderada del PRD que le aconseja no incendiar el país. Ayer convocó a una “sesión informativa” a sus seguidores en el Zócalo capitalino, donde insistió en su triunfo en las pasadas elecciones, confirmando la impugnación del proceso. Lo cual no está mal, tiene derecho, pero la pregunta es por qué recurrir a discursos que polarizan al país, por qué llamar a movilizaciones en vez de recurrir a las instancias legales.
Previo al mitin, el perredista se reunió con periodistas extranjeros a quienes les dijo que las elecciones presidenciales fueron “fraudulentas”, por lo que recurrirá a la vía judicial y a las movilizaciones callejeras para que se reconozca el triunfo que dice haber logrado. Además de advertir que “esto apenas comienza”.
Cegado por las encuestas que desde enero le pronosticaban un triunfo, López Obrador ha sido incapaz, al igual que sus colaboradores cercanos, de realizar un ejercicio de autocrítica para detectar las circunstancias que lo llevaron a la derrota.
Uno de sus principales errores fue el no asistir al primer debate, el cual le permitió a Felipe Calderón Hinojosa levantar la campaña ya que hasta ese momento no lograba penetrar en el electorado. López Obrador olvidó hacer pactos con el perredismo histórico, ése donde el líder es Cuauhtémoc Cárdenas. Intentó sustituir a los viejos aliados por nuevas alianzas con ex priistas resentidos e incluso algunos, carentes de autoridad moral.
El discurso de López Obrador está produciendo hartazgo, inclusive en muchas de las personas que votaron por él. Hasta el momento, López Obrador ha sido incapaz de aceptar la derrota y aprovechar el capital político que le otorgó la ciudadanía con el voto. El perredista parece encaprichado en darle la razón a aquellos que lo calificaban “como un peligro para México”, al no escuchar las voces de asesores que le aconsejan aceptar la derrota y luchar por la vida democrática del país desde una nueva trinchera.
