De acuerdo a un sondeo realizado por el Departamento de Encuestas de El Siglo de Torreón, de 350 personas sólo el 28 por ciento vio el debate. La cifra resulta preocupante en un país que aspira a una mayor participación en la vida democrática, pero también revela la poca credibilidad que tienen los políticos en la sociedad civil.
Las opiniones se dividen sobre quién ganó el debate, para la gran mayoría fue el candidato panista, Felipe Calderón Hinojosa, lo cierto es que hoy más que nunca la contienda se ha cerrado, por lo que el dos de julio los mexicanos seremos testigos de un final de fotografía, -utilizando como metáfora las carreras de caballos-.
Apenas tres meses atrás parecía que nadie detendría a Andrés Manuel López Obrador, hoy el escenario es distinto. La estrategia del perredista de no asistir al debate, aunque sus seguidores se nieguen a aceptarlo, fue una mala decisión. La factura podría resultarle demasiado cara.
En un ejercicio democrático donde todos los candidatos tuvieron los mismos minutos para exponer sus ideas, Andrés Manuel ya no puede justificar que existe un complot en su contra. Por este motivo está obligado a rediseñar su estrategia, el desplome del tabasqueño ha sido mínimo, sus esperanzas de llegar a la Presidencia se mantienen pero debe cambiar el discurso. El seis de junio, en un nuevo debate, tendrá la oportunidad de convencer al electorado indeciso.
A raíz de que la contienda se ha cerrado, el país se ha polarizado. La pasión está superando a la razón lo cual es peligroso. Este es el gran riesgo que enfrenta México, un conflicto post electoral es una amenaza latente.
La indiferencia hacia el debate mostrada por un gran sector de la población es un mensaje contundente: es tiempo de ideas y de ser convincentes, esperemos que los candidatos sean capaces de entenderlo.
