En Estados Unidos se le llama la “sorpresa de octubre”, a una bomba informativa sobre uno de los candidatos presidenciales que se deja caer semanas antes de la elección, que tradicionalmente es a principios de noviembre.
En México ya tenemos nuestra “sorpresa de junio”, la acusación que hizo Andrés Manuel López Obrador, candidato de la coalición Por el Bien de Todos, contra el panista Felipe Calderón, de haber otorgado contratos a un cuñado cuando era secretario de Energía y la denuncia de que el familiar no pagó impuestos.
La jugada es sacada directamente de un manual de campaña estadounidense. Felipe Calderón no debería sorprenderse, a final de cuentas su campaña fue la que importó la estrategia de seguir el modelo estadounidense: el anuncio negativo, el ataque, la caracterización del adversario como una amenaza. La misma estrategia que le sirvió a George W. Bush en 2004 contra su rival, John Kerry.
El hecho de que López Obrador sacara otra página del manual al soltar la bomba de los contratos, confirma que el modelo de campaña electoral del país está tomando los peores ejemplos de otras democracias. Al hacer la acusación, las pruebas salen sobrando, se vuelven innecesarias, lo importante es acaparar la atención.
El destino final de esta ruta se ve en otros países, pero también aquí: la polarización, el encono. Parece que al voltear a otras democracias más avanzadas, tomamos las lecciones que no debíamos.
