Inicio citándole un párrafo del sermón de Navidad, dicho por Benedicto XVI en la ciudad del Vaticano, durante la misa celebrada el 24 de diciembre: “una humanidad unida podrá afrontar los numerosos y preocupantes problemas del momento actual: desde la acechanza terrorista a las condiciones de pobreza humillante en la que viven millones de seres humanos; desde la proliferación de las armas, a las pandemias y al deterioro del ambiental que amenaza el futuro del planeta”.
Con breves frases, el Papa de los Católicos, sin duda la primera autoridad moral del mundo, pone el dedo en el renglón –por no decir en la llaga–, destacando lo que sería un buen propósito para el Año Nuevo; al menos, sentar las bases de un nuevo orden mundial. Con decepción les escribo que esta denuncia y propósitos han sido repetidos constantemente, no sólo en Navidad sino a lo largo de los años, haciéndolas, además de Benedicto XVI, otros lideres del mundo, caso de Kofi Annan, que las repite constantemente ante los medios de comunicación mundial, desde la sede de la Organización de Naciones Unidas.
La unidad de propósitos siempre ha sido clave para el éxito, el problema del caso es que esa igualdad entre los pueblos significa la renuncia a beneficios extremos, desprendimiento que los países ricos no están dispuestos a aceptar, pues sus líderes tienen el compromiso establecido con grupos particulares: asegurar que continúen fluyendo los beneficios materiales, usando de paso a los ciudadanos comunes y corrientes como “escudos” ante sus delatores.
La denuncia de tal actitud ha sido hecha en el Informe Sobre Desarrollo Humano, 2005, de la ONU, citando a Estados Unidos de América, donde cada vez hay más pobres y mayor desigualdad entre los distintos grupos étnicos. La República Popular de China, llamada a ser, en el futuro próximo, la primera potencia económica del mundo, también es denunciada por la desigualdad social; sus altos índices de crecimiento económico se deben, en buena parte, al sometimiento y sobreesfuerzo de su población urbana y la rural, que sigue subsistiendo en condiciones de marcada pobreza. En el año recién terminado, alcanzaron alrededor de ocho de crecimiento del PIB, sin embargo, sus sistemas de salud son cada día más ineficientes para atender a las mayorías y llegar a los rincones de su enorme territorio.
El terrorismo no sólo continúa, sino que ha incrementado su bárbara presencia agresiva. Hoy día, nos es común –hecho del que desgraciadamente no siempre hacemos conciencia– leer noticias relacionadas con su presencia en las grandes capitales europeas; si usted hace memoria, se dará cuenta del poco tiempo que se ha necesitado para el incremento de la agresión asesina y atemorizar a los ciudadanos de metrópolis como Madrid o Londres; en tanto, las declaraciones de sus líderes siguen siendo demagógicas, ante la incapacidad de regresarles la tranquilidad de la vida social a sus ciudadanos, esa que vivían anteriormente. ¿Qué tanto tendrá que ver la actitud bélica adoptada en sus políticas exteriores hacia los países protectores de terroristas?
El Papa Benedicto, hábilmente reúne en un párrafo a los extremos del problema: “ ... desde la acechanza terrorista a las condiciones de pobreza humillante ...”; ¿cree usted que sólo sea causa del azar literario?, o ¿que se deba a la circunstancial construcción gramatical del sermón?, o ¿lo hizo para subrayarlo?
Ya en otras ocasiones hemos dialogado sobre el tema de los pobres, ofreciendo información para validar lo afirmado: “cada día hay menos ricos, más ricos; y más pobres, cada vez más pobres”. Recuerde la cifra aportada por la propia ONU, que prevé que al menos 18 millones de míseros –humanos en pobreza extrema– morirán de hambre en África Central.
Cuando el Papa pidió la construcción de un nuevo orden mundial, basado en las relaciones éticas y económicas justas, hizo clara alusión a los poderosos, que desde el exclusivo vecindario londinense o el rancho texano, sin duda brindaron por la Navidad, expresando en voz alta sus buenos deseos, con oídos sordos al clamor mundial de justicia social. Sencillamente ellos no pueden hacer mucho, solamente son los peones visibles de los grupos de poder que intentan controlar y administrar al mundo conforme a sus intereses.
El daño ecológico es cada día más evidente; los fenómenos naturales que nos azotaron el último año, si distingos entre ricos y pobres, desde Asia y Latinoamérica hasta Estados Unidos y Japón, fueron de gran intensidad, cobrando vidas humanas y enormes sumas de dinero cuantificadas en millones de dólares y/o euros. La presencia de estos fenómenos meteorológicos es tema de discusión entre científicos y técnicos ambientalistas, incluyen factores generados por la “vida civilizada” que están provocando su incremento; otros, los menos, aseguran que esos citados nuevos componentes del problema no son, o no puede comprobárseles, ser la causa.
Sin embargo, nadie duda el daño que estamos ocasionándole a la naturaleza. Seguimos perdiendo miles de hectáreas de bosque anualmente, por acciones depredadoras que bien pudieran detenerse; las aguas dulces del planeta están contaminadas en su mayor parte y continúa el avance del deterioro biológico de ríos y lagos del mundo; el aire en el medio urbano es cada vez menos respirable y ya se incluyen en el problema “ciudades medias”, como las nuestras.
Ya en 2005, los asesores e investigadores de la ONU presentaron su interpretación de la realidad mundial con datos y cifras preocupantes; entre sus comentarios sobresale el insistente llamado de atención para atender los problemas mundiales, en especial los de hambre, salud y vivienda, que son los jinetes del Apocalipsis del tercer milenio. De varios de ellos han surgido comentarios sobre la urgente necesidad de que los países ricos apliquen recursos a la reparación de las graves deficiencias que padecen los seres humanos, habitantes de los estados más pobres y han advertido: si esta respuesta no se hace por solidaridad y subsidiaridad, se aplique con la visión egoísta de cuidar a sus propios ciudadanos, amenazados con perderlo todo.
Como ejemplo varias han sido las advertencias de los fenómenos naturales y sus altos costos, acontecidos en las costas norteamericanas o los atentados terroristas sufridos en Madrid, España.
También se está cumpliendo la trágica advertencia de que el mundo, a pesar que su desarrollo en la civilidad con la ciencia y la técnica, es cada día menos libre. Los ciudadanos de los países ricos sufren la zozobra del terrorismo y el secuestro como dos formas de violencia limitante de sus posibilidades de vivir en real libertad; los países pobres, continúan padeciendo la falta de ella, por no contar con la plataforma económica para sustentarla.
Pensemos en ello y comprometámonos en nuestras propias formas de vivir, buscando alcanzar esa libertad como camino único –yo no conozco otro- para alcanzar la verdadera felicidad, la que incluye todas las facetas del ser humano.
ydarwich@ual.mx