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¡Olviden el Álamo!/Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Mañana se cumplen 170 años de un suceso bélico que, pese al transcurso del tiempo, sigue dando de qué hablar y discutir. Y en torno al cual existen todavía algunas polémicas en que intervienen más las tripas y el corazón que la cabeza. Pero que es, además, un ejemplo perfecto de que México es un país no sólo desmemoriado; sino que lo que recuerda, lo hace de manera muy selectiva. Nos acordamos de lo que nos da la gana, y nunca nos hacemos las preguntas correctas. Por eso seguimos sin encontrar respuestas francamente elementales y el mundo nos sigue pasando por encima… como en el siglo XIX. Lo malo es que ya estamos en el XXI y continuamos cometiendo los mismos errores… tal vez porque no conocemos la historia y nos condenamos a repetirla.

Mañana serán 170 años que el Ejército mexicano conquistó el fuerte de El Álamo, en San Antonio Béjar, exterminando a toda su guarnición. Para variar y no perder la costumbre, la victoria se convirtió en derrota, por una serie de errores y pifias de las que tenemos la malsana costumbre de repetir cada generación. Y luego por qué no avanzamos.

Pero más que nada, el sitio de El Álamo, sus antecedentes y repercusiones son, como decíamos, un ejemplo perfecto de memoria selectiva y que sirve para apuntar dedos flamígeros a los sospechosos de siempre: los gringos, Santa Anna, los alevosos colonos texanos, el arbitraje, el mal estado de la cancha… todo con tal de no admitir jamás (¡Jamás!) que la verdadera responsabilidad del desastre recayó en la nación y las instituciones mexicanas, buenas para el jolgorio y la improvisación, para quejarse y lamentarse, pero no para funcionar con eficiencia… como hasta ahora.

Sí, mis estimados. Texas se perdió no por Santa Anna ni por la (inexistente) intervención de Estados Unidos (la mayoría de la gente cree que a Texas la perdimos peleando contra EUA... o sea, que la mayoría ni siquiera entiende el evento más traumático de nuestra historia).

Se perdió porque no hacíamos las cosas bien, por la multitud de vicios que teníamos antes que la República cumpliera doce años, y por la simple ineptitud de una clase política que, la verdad, no ha mejorado mucho que digamos en más de siglo y medio. Y lo peor es que seguimos replicando esos vicios y defectos hasta la fecha.

Para entender lo ocurrido en El Álamo, habría que echarle un vistazo a los hechos y cómo México desperdició una vez tras otra la oportunidad de retener Texas e impedir el desastre de su secesión y posterior anexión a EUA… que resultó el pretexto que los gringos necesitaban para expandirse de costa a costa. Y lo más didáctico, creo yo, es exponer los mismos, resobados argumentos que siempre esgrimen los patrioteros y proceder a hacernos las preguntas más pertinentes. Y a contestarlas, por supuesto.

Argumento uno: Texas fue invadida por colonos de origen sajón, que pronto quisieron la independencia. Pregunta: ¿Por qué eran los colonos sajones, la mayoría en Texas? ¿Por qué no los mexicanos?

Primero que nada, no hubo tal invasión. La mayoría de los colonos texanos que se rebelaron en 1835 habían llegado ahí por invitación del Gobierno virreinal español primero, y del mexicano después.

¿Para qué introducir gente de fuera a un territorio de frontera? Bueno, la invitación era extensiva para gringos y mexicanos, australianos o marcianos. A quien quisiera arriesgar el pellejo colonizando la frontera noreste de Nueva España o México, exponiéndose al mal clima, el aislamiento y los ataques de los apaches, no se le hacían muchas preguntas y a cambio recibía no pocas tierras y prestaciones.

La cuestión es que esa invitación la aceptaron muy pocos mexicanos. Digamos que nuestro pueblo nunca ha sido muy emprendedor y eso de moverse y jugársela para trabajar y hacerse rico a largo plazo, no es algo que se nos dé con facilidad. En cambio los sajones saben pescar una oportunidad cuando la ven. No es raro que en unos cuantos años la población no hispana y no católica triplicara a aquella que, en teoría, había tenido casi un siglo para colonizar el territorio.

¿Y por qué quisieron seguir su propio camino? Bueno, por la poca atención que recibían del Gobierno de Coahuila primero, y del nacional después. Cuando México se erigió como República Federal según la Constitución de 1824, uno de los estados que la constituían era el de Coahuila y Texas. Juntaron a ambas regiones (cuyos límites entre sí nunca quedaron claros) para que así se tuviera la población necesaria y pudiera erigirse como estado. El problema es que Coahuila empezó a tratar a Texas como entenado y hermano incómodo. Para colmo, la capital del estado se movió de Monclova a Saltillo (¡Ah, esos grillitos saltillenses, tan buenos para llevar agua a su molino desde entonces!).

Entonces para los texanos cualquier trámite tenía que hacerse a mayor distancia y aguantando el típico desdén peronero (¿les suena conocido?). Y cabe recordar que añadirle uno o dos días de camino a cualquier viaje en aquel entonces podía significar la diferencia entre la vida y la muerte, entre llegar a salvo y ser emboscado por una avanzadilla apache.

Hartos de tener que “ir a Saltillo” a hacer eternas antesalas (¿les suena conocido?), los texanos decidieron separarse… de Coahuila, en 1834. Nadie los peló. Nunca se reconoció un estado de Texas dentro de la Federación. Con ese simple gesto es probable se hubieran evitado muchos desaguisados. Pero esperar prudencia era mucho pedirle a la clase política mexicana de las décadas 1820-1840.

Entre 1833 y 1835 la Presidencia de la República fue ocupada, dependiendo de las mareas, la fase lunar y el real antojo del xalapeño, por Antonio López de Santa Anna y don Valentín Gómez Farías. A la hora que le daba la gana al “Guerrero Inmortal de Zempoala” (como todavía dice el Himno Nacional, refiriéndose al Quinceuñas), simplemente dejaba la chamba y se largaba. En menos de dos años cada personaje ocupó la Presidencia ¡cuatro veces!, en ocasiones por sólo dos semanas. Para acabar pronto, entre octubre de 1824 y abril de 1837 hubo diecisiete cambios en la Presidencia. ¿Quién va a tomar en serio a un país así? ¿Cómo puede organizarse y prosperar nadie con semejante clase política?

La cual, para colmo, era tan responsable y autocrítica como la actual. Así que se les hacía fácil culpar del caos y la anarquía en que estaba hundido el país no a sí mismos ni a su incompetencia y codicia, sino ¡a las instituciones!, sobre las que todo el mundo (empezando por Vicente Guerrero, nuestro primer militarote golpista) había bailado La Bamba desde la Independencia.

Según este criterio, a fines de 1835 Santa Anna decidió que era imposible gobernar con una Constitución federal, en vista de que cada entidad obraba como le daba la gana y así era imposible hacer nada. Santa Anna procedió a renegar de la Constitución de 1824 e hizo de México un país centralista, no federal. O sea, que todas las decisiones se tomarían en la capital… a dos mil kilómetros de los principales poblados de Texas y tres mil de los californianos. Los texanos trinaron del coraje. Y decidieron que así no jugaban. En el otoño de 1835 se levantaron en armas pidiendo la restauración de la Constitución de 1824 (Sí, ésa fue la bandera original de la rebelión texana).

Más tarde, cuando Santa Anna decidió hacerles la guerra a muerte, optaron por la independencia.

Además, cabe hacer notar que Texas no fue la única entidad en rebeldía. También Zacatecas se levantó en armas contra el alevoso centralismo santannista. Los bravos zacatecanos fueron prestamente derrotados y como castigo, a su territorio se le amputó Aguascalientes, que pasó a ser una nueva entidad, cortesía de Santa Anna.

Al enterarse que los texanos andaban en las mismas, SA decidió darles cuanto antes un escarmiento a los revoltosos del norte. Si no, era posible que las rebeliones proliferaran como hongos.

Argumento dos: los texanos ganaron por la ayuda de EUA, que aviesamente deseaba anexarse esos territorios. Pregunta: ¿en qué consistió esa ayuda? ¿Tropas regulares, artillería, máquinas de guerra, logística? El Gobierno de Washington no envió ni a Popeye el Marino. Los refuerzos texanos llegados del Otro Lado consistieron en tres docenas de borrachos de Luisiana y unos tipos de Tenesí que se creyeron el showbísnes de entonces e hicieron el ridículo portando sombreros de mapache.

Los texanos estuvieron en inferioridad numérica y técnica en todo momento. Si tenían artillería en El Álamo, es porque se la habían tomado al incapaz general Martín Perfecto de Cós, que tenía de perfecto como militar lo que yo tengo de bailarina del Bolshoi. Para colmo, de acuerdo a su proverbial desprecio por el soldado común y corriente, SA reventó a su Ejército a marchas forzadas para llegar a San Antonio Béjar mucho antes de lo esperado. Ahí lo esperaban menos de 200 defensores en El Álamo. SA llevaba diez veces más elementos.

Lo que siguió fue una lucha desesperada de los aislados texanos, que fueron sitiados durante doce días hasta que SA lanzó a cargar a degüello en la madrugada del día seis de marzo de 1836. De los defensores no quedó uno vivo, dado que SA mandó fusilar a los pocos que se rindieron. Esto puede ser considerado crimen de lesa humanidad, pero habría que recordar que para SA aquéllos eran bandoleros y piratas, no combatientes regulares… más o menos el mismo argumento que usa EUA para mandar afganos a Guantánamo.

En todo caso, la tenaz resistencia en El Álamo y los rumores sobre matanzas de prisioneros (que eran ciertos en el caso del pueblo de Goliad, donde Urrea mandó pasar a cuchillo a 300 cautivos rendidos) inspiraron a muchos otros… que aprovecharon lo atrabancado de SA para sorprender al Ejército Mexicano y propinarle una derrota decisiva… otra vez, estando los texanos en inferioridad de más de tres a uno.

Para salvar la vida, SA firmó dos documentos: uno en el que aceptaba la independencia de Texas y otro, en que ordenaba al general Vicente Filisola retirarse al sur del río Bravo. El primero no valía un centavo: en esos momentos SA no era presidente ni nada del Gobierno mexicano y los Tratados de Velasco nunca fueron aprobados por el Senado mexicano, de manera tal que SA ni entregó ni vendió nada, porque no tenía ninguna autoridad para hacerlo. Así de simple.

El segundo documento tampoco podía ser tomado en serio. ¿Qué militar en su sano juicio obedece la orden de un superior que está cautivo del enemigo? Adivinó: el bruto de Filisola.

Cuando este inepto militar volvió grupas y cruzó el Bravo hacia Tamaulipas con dos mil hombres (pese al desastre de San Jacinto, eran más del doble que los efectivos al mando de Sam Houston), para efectos prácticos México aceptaba la independencia de Texas. Nunca hubo un esfuerzo mínimo por recuperarla durante los nueve años que fue independiente. Estábamos demasiado ocupados organizando golpes, cuartelazos y guerras civiles. Como hoy estamos demasiado ocupados discutiendo tontería y media, dejando que un gángster sindical paralice una industria estratégica, mientras el tren de la historia, como siempre, nos deja atrás. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Consejo no pedido para ser olvidado como dato histórico incómodo: lea “Last stand!”, de Bryan Perret, sobre una docena de batallas desesperadas que por algo son famosas. Provecho.

Correo:

francisco.amparan@itesm.mx

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