Como ocurrió varias veces antes, una delegación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional ha salido de sus emplazamientos. No me refiero a sus incursiones militares, como la inicial, ocurrida en enero de 1994, ni a sus movilizaciones tácticas en diciembre del mismo año. Cuento sólo las ocasiones en que el zapatismo armado dejó en resguardo su escueto arsenal y, fuera de su ámbito territorial propio, buscó alternativas que satisficieran sus demandas. Tal fue el caso de las conversaciones en San Andrés o, más vistosamente, la caravana encabezada por el subcomandante Marcos en marzo de 2001, cuando la nación estuvo próxima a un acuerdo profundo que significara el comienzo de las reivindicaciones indígenas.
En vez de ese resultado, el Congreso produjo sólo frustración, resentimiento y la convicción en el EZLN de que por la vía institucional nada es esperable. De allí que en junio pasado, al emitir la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, el zapatismo haya invitado a organizar y practicar la oposición extraparlamentaria. No utilizó ese término, usual en la teoría política, pero es claro que su convocatoria a practicar otra política (y a plantearla en el semestre de movilización electoral como otra campaña) conduce a tal modo de contestación.
Giampaolo Zucchino, en el Diccionario de política dirigido por Norberto Bobbio (Siglo XXI) enuncia los rasgos de tal género de oposición, que son los perceptibles en la finalidad a que ha llamado el EZNL: “Para alcanzar... el objetivo de la destrucción del actual sistema capitalista... la oposición extraparlamentaria no se sirve tanto de los clásicos medios revolucionarios de la insurrección armada sino más bien de la utilización de medios menos violentos en el plano físico, pero no en el moral y de la eficacia práctica, más en consonancia con el actual desarrollo de la sociedad industrial... El objetivo es el de recoger a su alrededor, mediante acciones expresivas (por ejemplo manifestaciones y ceremonias colectivas) por una parte, y acciones instrumentales por otra, el más amplio consenso en la sociedad, sacudiéndola de su presunta o real resignación apática para lograr que la revolución, iniciada desde la base, se convierta en una avalancha que crezca momento a momento y que arrolle al sistema”.
La otra campaña, que hoy ocurre en Tuxtla Gutiérrez (después de hacerlo en San Cristóbal de las Casas y Palenque) y el lunes próximo saldrá de Chiapas para continuar en Yucatán, es una nueva declaración de guerra, sólo por medios pacíficos, si valen la paradoja o la contradicción. Antes fue una guerra contra el Estado. Ahora lo es contra el sistema.
La Sexta Declaración de la Selva Lacandona incluyó un descarnado diagnóstico de la situación de México (y del mundo), que pone el acento en los estragos y aun la destrucción que el neoliberalismo ha generado, y se propone poner remedio a las diferentes formas de expoliación que ese modelo suscita y propicia. Es un movimiento expresamente anticapitalista. Y es también contrario a la política de partidos y parlamentaria. Aprovecha en ambos terrenos el malestar profundo que causan el desempleo (el de los que perdieron sus puestos de trabajo y el de quienes no los han tenido nunca) y la inequidad subrayada por el consumismo conspicuo, y las prácticas partidarias abusivas y estériles que enferman a porciones crecientes de la población. Seguro que muchísimos lectores harían suya la visión zapatista a este respecto:
“¿Estamos diciendo que la política no sirve?”, se pregunta el delegado Zero, que para efectos de La otra campaña, es la nueva advocación del subcomandante Marcos, quien contesta. “no, lo que queremos decir es que esa política no sirve. Y no sirve porque no toma en cuenta al pueblo, no lo escucha, no le hace caso, nomás se le acerca cuando hay elecciones. Y ya ni siquiera quieren votos, ya basta con las encuestas para decir quién ganó. Y entonces, pues puras promesas de que van a hacer esto y van a hacer lo otro, y ya luego, pues anda-vete, y no los vuelves a ver, más que cuando sale en las noticias que ya se robaron mucho dinero y no les van a hacer nada porque la Ley, que esos mismos políticos hicieron, los protege”.
Por eso el zapatismo armado propone “otra forma de hacer política”, una que de nuevo “tenga el espíritu de servir a los demás, sin intereses materiales, con sacrificio, con dedicación, con humildad, que cumpla la palabra, que la única paga sea la satisfacción del deber cumplido, o sea como antes hacían los militantes de izquierda que no paraban ni con golpes, cárcel o muerte, mucho menos con billetes de dólar”.
De La otra campaña resultaría, si así lo convienen los grupos y las personas que serán escuchadas por los zapatistas, una “nueva organización política zapatista, civil y pacífica, anticapitalista y de izquierda, que no luche por el poder y que se empeñe en construir una nueva forma de hacer política”. Pero muy pronto esa rara política que no busca el poder conoce sus límites, pues el zapatismo propone “una nueva Constitución, o sea nuevas Leyes que tomen en cuenta las demandas del pueblo mexicano... Una nueva Constitución que reconozca los derechos y libertades del pueblo, y defienda al débil frente al poderoso”. Pero tal nuevo instrumento sólo puede surgir de un constituyente, emanado a su vez de una revolución o de una convocatoria electoral. Y como el EZNL ha renunciado a la vía armada tendría que acudir a la política tradicional para instaurar la nueva política.