El lunes pasado fui a la plaza de San Francisco a bolear los zapatos viejos que tanto quiero. Quienes asean el calzado masculino en la esquina de Juárez y General Cepeda poseen una secreta habilidad para rejuvenecer las chanclas: las limpian y lustran hasta dejarlas como piel de becerro nonato.
Ya había hecho el propósito de evadir, en lo posible, el irremediable encuentro con mi viejo amigo, el filósofo de la plaza de San Francisco, quien vive en ese paseo y friega a quien se deja. Imposible escapar: apenas pisé las piedras del revestimiento escuché la meliflua vocecilla de mi amigo recitando a mis espaldas su vieja cantinela de “por dónde amaneció el Sol, cuánto tiempo sin verlo, milagro que ande por este barrio de pobres” etcétera, etcétera. Ya me fregué, pensé, y observé las manecillas de mi reloj: quería saber cuánto tiempo se tardaría mi inopinado interlocutor en abordar el tema de las elecciones presidenciales del próximo dos de julio. “¡37 segundos!” dije en voz alta y apresuré mi paso al ver descendía un cliente de la bolera asediada por mí, único sillón que no tenía lista de espera.
“No corra, mi amigo, y disfrute el primaveral ambiente de este paraje franciscano” dijo mi acompañante para convencerme de apoltronarnos en una banca a conversar con tranquilidad. No le hice caso y alargué el tranco de mis pasos hasta alcanzar mi meta; pero apenas coloqué ambos pies en los soportes ad-hoc de la bolera, el susodicho me alcanzó para cuestionarme si ya tenía decidido el sentido de mi voto en la elección presidencial.. “Fíjese que si -le contesté- pero ni crea que voy a decírselo, ni a usted ni a nadie...”.
Miró mis cómodos mocasines y no se quedó callado: “Están para echarlos a la basura -dijo señalando hacia mis pies- Mire nomás: mi abuelita, a los 98 años, tenía la cara más lisa que sus mugres de chanclas. ¿Cuánto hace que las compró?...”.
No tenía caso indignarme. Guardé un precavido silencio para que el coraje no me elevara el nivel de azúcar en la sangre y acabara víctima de un coma diabético “para siempre callado, para siempre tendido”. Preferí amarrarme un ya saben ustedes qué, ya saben ustedes dónde y esperar a que el maestro limpiabotas, que educadamente sonreía sin levantar la vista, terminara el noble empeño de darle un “cháin” a mis entrañables calcorros.
Cuando el aseador de calzado concluyó su tarea dio, con su mano derecha, tres golpecitos en la suela del zapato izquierdo. Bajé de la bolera y me dispuse a pagar el débito, pero el filósofo placero ya había deslizado una moneda de diez pesos en las manos del resucitador de zapatos.
“Véngase, mi licenciado, que ahora amanecí dispendioso y le voy a disparar una cerveza en el supercito de la esquina. Las enfrían muy bien. Usted espéreme aquí sentadito. Yo las traigo con disfraz y todo”.
Me dejé convencer. No había otro remedio, había amanecido ese día con más paciencia que el santo de Asís y como además sentía la boca más seca que las dunas de Bilbao, la malta aquélla, verdaderamente fría, me iba a caer de perlas. Bueno, le dije, una y nada más. Pero él agregó: “Y luego luego la otra”.
Fue por ellas y las trajo envueltas en sendas bolsas de papel de estraza, tomó asiento a mi lado y preguntó con timidez: “¿Ya se le pasó la muina?” Al segundo trago, ciertamente, ya hasta se me había olvidado. Buen dialéctico, el cordial filósofo aprovechó el relax de la “chela” para meter su tema preferido: “Y ora sí, ¿dígame a quién va a elegir el dos de julio?
No supe responder. Dije que en un proceso como el presente la decisión del sentido del voto debería dejarse a la intuición personal de cada ciudadano. El análisis de los candidatos no ayuda mucho porque ninguno de los tres es monedita de otro. No hay carisma en ninguno, aunque sí mucha beligerancia. La comparación ideológica no es posible por la ausencia de ideologías definidas. Los proyectos de Gobierno de Felipe, Andrés y Roberto están montados, uno sobre otro, por la apremiante realidad social, política y económica del país y la urgencia de atenderla.
Todos ofrecen resolver los mismos problemas pero ninguno ha dicho cómo los resolverá. “Tiene la boca llena de razones, licenciado, aunque por alguien habrá que votar. ¿O no?...”.
Pues sí, dije compungido, sólo que por quién. Mientras Calderón ofrece el paraíso del capitalismo -Empleos (¿bien pagados?) Inversiones (¿a costa de qué?)- López Obrador propugna por una vuelta al populismo y al manejo discrecional (¿por el presidente?) de los recursos y los bienes públicos. Madrazo, por su parte, ofrece orden público con leyes rígidas y prolongadas penalidades contra los delincuentes: pero sucede que esa misma mano dura e inflexible que impone la paz social ha sido históricamente el principio de todas las dictaduras. ¿Cómo lo ve desde ái?...
“Bueno, mi lic. Pero no descarte que vamos a tener un Estado de Derecho, que siempre habrá una comisión de derechos humanos, que el Congreso será un contrapeso para los abusos del presidencialismo y seguirá vigente el juicio de amparo; además el Poder Judicial acotará las leyes excesivas o equivocadas. No tendremos las manos totalmente amarradas. Ya vio que los presidentes de todos los partidos firmaron un compromiso de civilidad con el propósito de trabajar juntos por México...”.
Pues sí, y tiene usted razón, le dije: por alguien habrá que votar, aunque al paso que vamos en el campeonato mundial de futbol se van a dar las circunstancias para poder elegir un candidato no registrado: ¿Cómo vería usted a Osvaldo Sánchez, el portero de la Selección Mexicana? Con los goleadores que somos los mexicanos necesitaremos un guardameta que pare todos los proyectiles... Mi amigo, el filósofo de la plaza San Francisco, se dio media vuelta y se fue. Al mismo tiempo llegó acezante el dueño del supercito de la esquina: Oiga, maistro: ¿usted me va a pagar las helodias?...