Tú que piensas distinto a mí. Tú que en ocasiones no estás de acuerdo con lo que escribo. Tú que votaste por un partido diferente. Tú que crees en el candidato que yo critico. Tú que eres mi amiga, mi familiar, mi compañero de trabajo, mi conocida, mi desconocido, una estudiante, un abuelo, en fin, un mexicano con los mismos derechos y obligaciones que yo. A ti te escribo esta carta.
Hace tiempo nos distanciamos. La necesidad de elegir un nuevo presidente de la República bifurcó el camino y cada quién tomó una senda distinta. La pasión electoral que se vivía en las calles, era transportada a nuestras conversaciones personales. En todas las cafeterías de la ciudad podían escucharse discusiones entre amigos. Lo mismo sucedía en reuniones familiares, donde parientes cercanos trataban de persuadir a los demás para votar por tal o cual candidato. ¿Y qué ocurrió después de todo esto? Las preferencias electorales no cambiaron, pero se provocó un distanciamiento ideológico y afectivo con diferentes personas que nos rodean. Ante esta situación es pertinente hacer una pregunta: ¿Realmente vale la pena estar divididos por culpa de nuestras preferencias políticas? Definitivamente no.
Es bueno defender y sostener con pasión nuestras creencias. Si algo nos diferencia de los animales, es la capacidad de raciocinio. Si no tuviéramos ideas propias y estuviéramos convencidos de éstas, en realidad nuestra vida no sería muy distinta a la de un perro o una tortuga. Pero en ocasiones se nos pasa la mano y por defender nuestros conceptos, se dañan las relaciones con personas de nuestro entorno.
Hoy México está dividido. La contienda presidencial hizo mucho daño al país. Dejando a un lado temas como el de la claridad de los comicios o la intromisión de autoridades federales y estatales, la polarización en la que incurrieron los candidatos dejó como producto a dos Méxicos: el de aquellos que votaron por el PAN, y el de los que apoyaron las ideas de López Obrador.
Pero México es mucho más que dos candidatos presidenciales o dos paridos políticos. Sin miedo a ser exagerado, los mexicanos somos poseedores de uno de los territorios más hermosos y ricos del planeta. En nuestro país hay bosques, desiertos y playas. Existen hermosos ríos y lagos. Nos bañan las aguas de dos mares. En nuestro subsuelo hay una de las reservas más grandes de petróleo en el mundo y abundan también los minerales. Por si fuera poco, la riqueza cultural de México es apreciada en el mundo entero. Nuestra cultura es tan rica en artes, lenguas, conocimientos, creencias y religiones, que es una de las más apasionantes para los arqueólogos. Muchas sociedades desearían tener tanto que presumir de su pasado como lo que tenemos nosotros. Otra de las razones para sentirnos orgullosamente mexicanos es por nuestro folclor. Cada región del país tiene un baile y música característica, una forma de vestir y de hablar, y una rica gastronomía. Sin embargo, la principal causa por la que debemos sentirnos orgullosamente mexicanos, es por nosotros mismos. Nuestra alegría es famosa en el mundo entero. Cuando un turista viene a nuestro país, queda maravillado con nuestras ciudades y playas, pero lo que más le impacta es la cordialidad de los mexicanos. Nuestro espíritu festivo permanece con nosotros hasta en los problemas más graves y sólo un mexicano es capaz de reírse de la muerte.
En estos días de fervor patrio, debemos olvidarnos de todo lo que nos divide y encontrar aspectos comunes para aspirar a la unidad nacional. Al igual que tú, yo quiero mucho a México, pues son incontables las cosas que este país me da día con día. Si desde este momento trabajamos juntos por el futuro de nuestra nación, estoy seguro que el día de mañana tendremos al país que tanto deseamos hoy. Por esto y más, te invito a firmar un pacto de unidad con México.
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