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Paideia/Transformar desde abajo

Gabriel Castillo

Uno de los grandes teóricos de la cultura popular, el africano Amílcar Cabral, ante la pregunta ¿Qué es la lucha? ha dicho: “La lucha es una condición normal de todos los seres vivientes. Todo el mundo lucha. Todos”. En México no se da la excepción, pues mientras unos sectores luchan por sobrevivir, otros lo hacen para conservar privilegios y, no debemos olvidarlo, en distintos momentos de nuestra historia se ha luchado para tener un país mejor, aunque la realidad hoy nos dice que en algunos sentidos no se ha logrado, ya que persisten serios problemas y profundas desigualdades sin resolver.

Este tema de la lucha va ligado al hoy en boga de la resistencia civil pacífica post electoral, que ha dado lugar a múltiples comentarios y análisis a favor o en contra, llevándonos a la reapertura del viejo tema de la existencia de dos o más Méxicos y al asunto no menor de la polarización social. Es del dominio público que antes, durante y después de la campaña presidencial se han hecho presentes dos visiones de país, dos proyectos de nación en pugna, no coincidentes, porque uno le apuesta al continuismo, a la permanencia del modelo neoliberal que ha favorecido a los que más tienen y ha dado migajas a quienes por millones viven en la pobreza, y otro que busca transformar a fondo las condiciones de vida de los mexicanos, a partir de impulsar una economía con mayor sentido social, una nueva forma de hacer política y una nueva manera de convivencia social. ¿Quién puede dudar hoy que el tejido de la sociedad está sumamente dañado? Se requiere, ya lo he dicho antes, un nuevo pacto social, pero quienes tienen actualmente la responsabilidad de la conducción del Estado no han alcanzado a entenderlo, ni han estado a la altura de las circunstancias complejas que se viven. Están ocupados en la pretensión de conservar el poder a toda costa para su grupo, sin importarles las consecuencias que esa obcecación pueda tener para el futuro del país.

Por ello tenemos la obligación todos de ubicar en esa tesitura de gravedad y de riesgos a futuro el conflicto posterior al dos de julio. No fue una elección cualquiera y todavía no termina el proceso. A pesar de la decisión tomada en los más altos círculos de poder económico y político para impedir la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República, porque según ellos les afectaría sus intereses, lo cierto es que las cosas no les salieron como las pensaron y planearon, encontrándonos ahora entrampados en una circunstancia inédita de litigio electoral y resistencia civil. ¡Qué bueno que en 2006 se esté luchando por que no se repita la experiencia de 1988, de permitir la imposición de un Presidente de la República cuyo triunfo esté en duda y su legitimidad, por lo tanto, cuestionada! Además, hoy la lucha está orientándose a ir más allá de lo meramente electoral, a buscar una transformación de fondo de las instituciones, de la forma de gobernar y de hacer política. Esto es una diferencia cualitativa respecto a otras elecciones, pues nos está dejando nuevas enseñanzas a los ciudadanos sobre nuestra necesaria participación en la búsqueda del cambio, pero no el cambio del “gatopardismo” para que todo siga igual sino el verdadero que se encamine a la transformación en todos los órdenes de la vida socioeconómica, cultural y política. De ahí que se justifiquen las acciones de resistencia civil que han tenido lugar los últimos días.

Respecto a esto de la resistencia civil pacífica, algunos académicos estudiosos de lo social han señalado que no sólo es una acción legítima sino “una forma de expresión para una sociedad que se siente profundamente agraviada”. No debemos dejarnos confundir por información manejada tendenciosamente, con el ánimo de descalificar un movimiento de resistencia que exige ser revisado o tratado con mayor cuidado, no superficialmente. Hoy tenemos que comprender que la polarización social que se vive no es sólo producto del resultado muy cerrado de una elección competida, sino que es parte de un proceso en el que ya durante bastantes años se han visto confrontadas dos visiones distintas de país. Es un proceso profundo, que ha rebasado a las instituciones y a los actores políticos que como antes señalaba son los responsables de la conducción del Estado, quienes no actuaron imparcialmente, ni supieron responder con imaginación, con oficio político y con talento a las demandas ciudadanas y a los retos que ofrecía la disputa por la Presidencia de la República. ¿Pedimos peras al olmo?

Ante ese rebase a que aludimos y que tiene que ver con una sociedad más organizada, más exigente, más informada, madura y politizada, estaremos viendo, de ahora en adelante, ciudadanos cada vez más comprometidos con la solución de sus problemas, el reclamo de sus derechos, el cumplimiento de sus obligaciones, la defensa de causas justas y la transformación de las instituciones para que verdaderamente respondan a los intereses de la población mayoritaria que es la que las sostiene. Esto ya es parte de la ganancia de esta elección que no ha concluido y cuyo desenlace desconocemos. Pero aunque llegaran a imponer al candidato de la derecha, lo cierto es que no podrá gobernar contra los intereses del pueblo, no podrá imponer con sus incondicionales más políticas antipopulares. Si llegaran a sentar en la silla presidencial al candidato del continuismo, evidentemente no podemos esperar cambios benéficos para los mexicanos, por lo que es indispensable, a partir de la experiencia de la resistencia civil pacífica post electoral, iniciar un gran movimiento de transformación desde abajo que busque mejorar el funcionamiento de las instituciones en los ámbitos federal, estatal y municipal para bien de todos los mexicanos.

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