La venganza es siempre el placer de un alma pequeña, débil y mezquina.
?Siempre debes desagradarte de ti mismo si deseas aquello que no tienes, y si te dejas decir: esto basta, vas perdido?, así lo escribió Quevedo. Este pensador, fue un gran defensor de la moral, pero sus consejos prácticos por muy pocos autores pueden ser igualados.
Si carecemos de algo que nos falta y que deseamos con intensidad (me refiero a cosas buenas y justas), la gran mayoría de las veces no las obtenemos a causa de actitudes conformistas y negligentes de nuestra parte. Si nos decimos ?esto basta?, como afirma Quevedo, le damos una señal de conformismo y renuncia a todas las fuerzas de nuestra inteligencia, de nuestras emociones y de nuestra voluntad. Si no obtenemos lo que es posible que logremos, debe incrementarse en nosotros un desagrado de nosotros mismos, es decir, un disgusto, un descontento. Si nos contentamos con un logro parcial, pudiendo lograr el objetivo por entero, ese contento interior de conformismo, paraliza las potencias de nuestro espíritu. El mejor acicate para luchar por lo que queremos, es desagradarnos nosotros mismos, causarnos un disgusto por nuestras flaquezas, desánimo y pereza.
Quevedo, en otra de sus reflexiones nos advierte: ?La venganza no se paga con los beneficios; antes se enciende más, porque se juzga por precio vil de la injuria, y con ello se compra el honor?. La venganza consiste en la satisfacción que se toma del agravio o daño recibidos, y especialmente por medio de infligir otro daño. La venganza es una poderosa pasión que no mide ningún tipo de consecuencias. El que ha sido ofendido o dañado, algunas veces su pasión lo orilla a cobrarse el agravio. Shakespeare nos describe el torbellino de Hamlet en su inmenso deseo de vengar la muerte de su padre a manos de su tío.
Los grandes conocedores de la condición humana, los hombres de una gran experiencia en la vida, no cometen el grave error que sí comete la mayoría de las personas que han ofendido a otras y que deseen aplacar o que desaparezca el deseo de venganza que tanto temen de sus ofendidos o dañados.
Quevedo, un inmenso conocedor del alma humana, aconsejó acertadamente no querer contentar al ofendido, otorgándole beneficios. Para Quevedo, esta conducta enciende más el deseo de venganza, pues el ofendido se siente dañado en su honor, en su dignidad. Y cuando el ofensor, ingenuamente piensa que otorgándole beneficios al injuriado lo va a compensar, no sabe que su contrario siente esos beneficios como la forma barata de comprar su honor.
El autor de esta Columna platicó con una persona que le narró la serie de 87 crímenes cometidos en una serie de venganzas entre su familia y otra familia; y me decía que él estaba muy tranquilo, pues de las dos familias él era el único que quedaba vivo: no existía quién pudiera vengarse de él, ni tampoco existía ninguna persona viva en quién cobrar esa serie de venganzas.
Para el poeta latino Juvenal, ?La venganza es siempre el placer de un alma pequeña, débil y mezquina?. Pero hay quien piensa lo contrario, como Borel: ?No es posible vengar una villanía, sino cometiendo otra?. Hay quien se contenta con tener paciencia para ver el mal del ofensor, tal y como lo dice el proverbio árabe: ?Siéntate en la puerta y verás pasar el cadáver de tu enemigo?. Para Critilo, lo más sabio es no tratar de congratularnos con aquellos a quienes hemos ofendido. Lo mejor es tenderles un puente de plata por donde puedan pasar; alejarnos de ellos. Recordemos que el ofendido siempre mantiene una cólera de venganza. ¡No seamos tan ingenuos como el querer comprar con favores y bienes, el honor de quien hemos ofendido!
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