La ambición es la única potencia que combate al amor
Querer mejorar nuestras vidas en aspectos importantes como la salud, el buen desempeño en nuestro trabajo, en obtener armónicas y constructivas relaciones con nuestros seres queridos, es una aspiración buena, y además, necesaria.
Pero generalmente, se piensa que hay ambiciones sanas, pero esto no es así. En estricto sentido, la ambición es el deseo ardiente y especialmente el que tiene por objeto alcanzar fama, poder o riquezas. Querer gozar de un nivel económico que nos cubra ?decorosamente? nuestras necesidades es algo conveniente en todos los sentidos.
En cambio, la ambición no es ni puede ser una aspiración saludable para nuestro cuerpo y nuestra alma. La ambición se nutre del deseo ardiente por alcanzar la fama, las riquezas o el poder. Como se trata de falsos bienes, y como el ?deseo ardiente? por ellos indica un desequilibrio emocional, jamás la ambición podría sernos provechosa, y sí en cambio, siempre serán, como dice una máxima romana, ?cadenas de oro más fuertes que las cadenas de hierro?.
?Maldita sed de riquezas?, sentenció el poeta latino VIRGILIO. Es tan poderosa la ambición, que le hizo decir a JULIO CÉSAR cuando estuvo en Egipto: ?La ambición es la única potencia que combate al amor?. Para el ambicioso, jamás el amor podrá ser superior a su ambición de fama, poder, o riquezas.
Es tan pretenciosa la ambición, que LOUIS DUMUR en su obra, Pequeños Aforismos, escribió: ?Ambicionamos lo que creemos merecer; codiciamos lo que sabemos que no merecemos; envidiamos lo que merecemos sin poder conseguir. De los tres, es la ambición la que apunta más alto?.
FENELÓN, en su obra Aventuras de Telémaco, dejó esta idea muy clara: ?El verdadero origen de los males suele ser la ambición y la avaricia y, así los que todo lo quieren y el ansia con que lo desean todo, aun lo superfluo, necesariamente les acarrea la infelicidad?.
Para el gran sabio griego EPICTETO, el hambre y sed de riquezas, fama, y poder, constituyen aspiraciones enfermizas, y que además, no es cierto que dependan de la voluntad del ambicioso, pues el azar se las puede negar al que las persigue, o darle riquezas, fama y poder, al que jamás pretendió obtener ninguno de éstos falsos bienes. EPICTETO siempre predicó que estas pretensiones son despreciables y sujetas al poder de otros, y que se trata de cuestiones serviles; y sobre esta idea, escribió en su Manual:
?Acuérdate, pues, que si juzgas por libre y tuyo lo que de su naturaleza es servil y sujeto al poder ajeno, hallarás muy grandes inconvenientes, y te verás confuso en todos tus designios y expuesto a mil molestias, y al fin acusarás a los dioses y a los hombres de tu infortunio.
?Y si, al contrario, creyeres ser tuyo solamente lo que de verdad te pertenece, y supieres considerar como externo o extranjero lo que en efecto lo es, cierto que nada será capaz ni bastante para desviarte de lo que te hayas propuesto hacer; que no emprenderás cosa alguna que te pese; que no acusarás a nadie, ni murmurarás; que ninguno te ofenderá; que no tendrás enemigos, ni padecerás jamás un mínimo displacer?.
Critilo piensa, que en el fondo de toda ambición (que siempre es malsana y contraria a la salud de nuestra alma), se revela la pérdida de nuestros sueños más anhelados en la etapa más noble de nuestra vida. Casi siempre, la ambición y sus logros, se disparan y obtienen, de las ruinas de una entrega al amor, de una vocación frustrada, de la traición a nuestros más nobles ideales. Cuando ya dimos por perdido lo que consideramos ?oro del alma? nos creemos contentos con la basura de lo superfluo. Pero Critilo piensa, que si el ambicioso tuviera verdadera valentía, podría abandonar los despojos y basura de la ambición, y luchar por lo que alguna vez su corazón anheló con tanta nobleza de espíritu.
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