El niño deja entrever al hombre como la aurora al día
?Los de edad madura sabemos que toda victoria futura pertenece en grandísima parte a lo pasado?, así lo dijo ANTONIO CANOVAS DEL CASTILLO en el Discurso del Ateneo en 1884 en España. El escritor francés ANATOLE FRANCE sabía de la importancia del pasado, cuando escribió: ?El presente es árido y turbio, el porvenir nadie lo sabe; toda la riqueza, todo el esplendor y toda la gracia del mundo están en el pasado?.
Toda nuestra vida está contenida en el pasado, a excepción del instante en que estamos viviendo. Y el pasado, nuestro pasado, no en la suma de todos nuestros ayeres; nuestra vida no es un amontonamiento de años vividos. Si así fuera, la mezcla de nuestro tiempo pasado no nos permitiría ver los miles de experiencias que tuvimos. Nuestro pasado, es un tiempo de segmentaciones, como sucede con los ríos, donde puede verse las edades que han transcurrido; o como un árbol, de cuya corteza puede conocerse la edad de un imponente roble.
El pasado es a veces un sepulcro de vivencias que ya no queremos volver a recordar; pero puede ser también una fuente de donde brotan las mejores aguas. Pues bien, nuestra niñez no debe formar parte de ese sepulcro, sino vertedor de esa riquísima fuente de agua pura. Si queremos borrar de nuestra memoria una parte de nuestra niñez infeliz, mutilaríamos una potencia sana de nuestra adultez; ya dijo esta idea ARTURO GRAF: ?¡Pobre del hombre en el que queda pocos rasgos de la infancia!?.
?El niño deja entrever al hombre como la aurora al día?, dulcemente lo expresó el gran poeta inglés JOHN MILTON en una de sus obras; pero esa aurora que anuncia el nuevo día, el hombre ya de adulto puede convertir esa aurora en el presagio de un desafortunado futuro.
Nuestra niñez es una parte esencial de nuestra vida. Si logramos entenderla, aceptarla, y a veces curarla, seremos unos adultos armoniosos y felices. Pero si cuando descubrimos ya de adultos comportamientos de cuando éramos niños, y tratamos de sepultar esas vivencias de nuestra niñez, terminaremos aborreciéndonos como adultos, pues nuestra niñez fue una parte fundamental de nuestra vida.
Cuando descubramos nuestros sentimientos y conductas de niños, seamos enormemente compasivos, pues resulta absolutamente imposible que podamos mutilar en nuestra existencia ese niño que alguna vez fuimos y que ahora vemos con tanto desagrado y horror. Negar nuestro niño insensato, caprichoso, débil y temeroso, es negar una parte sustancial de nuestra actual edad de desarrollo. Darle la espalda a nuestro niño, es traicionarnos a nosotros mismos, es vengarnos en nuestro propio cuerpo. De alguna manera, ser incomprensivos con ese niño que llevamos dentro y que tanto nos desagrada, es una forma de cobardía y de crueldad. Bien lo dijo MONTAIGNE: ?La cobardía es la madre de la crueldad?.
Acariciemos con ternura, compasión y comprensión a nuestro niño lastimado por nuestros padres o por la propia vida. Ese niño que presenció la muerte de uno de sus padres o de su hermanito que tanto quiso. Ese niño cuyo padre le negó su atención y no le cumplió sus promesas. Ese niño que temblaba de terror ante los malos tratos que recibía. Ese niño, no debemos ni tratar de olvidarlo ni de sepultarlo; además, no podríamos, pues forma parte de nosotros. Más bien, somos nosotros ese niño, pero que ya creció y ahora aparece como adulto.
Imposible que ese pequeño pajarito con su ala rota pueda surcar los aires; para ello se necesita que su alita quebrada pueda soldarse a su cuerpo. Pues bien, nosotros somos ese adulto que cojea de su alma porque ha rechazado a su niño que lo horroriza.
Critilo nos aconseja que cuando dejemos de aborrecernos y cuando tomemos a esa avecita lastimada, la comprendamos y la curemos; y cuando así sea, contemplaremos a ese pajarito surcar los cielos, y al vernos nosotros, asombrados contemplemos que nuestra alma ya no cojea, sino que camina saludable por los frondosos campos de la vida.
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