EFE
CISJORDANIA.- Dos años después de su muerte en un hospital de París, la figura del histórico líder palestino Yasser Arafat aún es objeto de culto y nostalgia en Cisjordania y Gaza, donde la situación ha empeorado de forma dramática desde su desaparición.
Violencia interna, crisis política y económica, hambre y guerra, son las condiciones que afronta la población palestina desde aquel dramático 11 de noviembre de 2004, cuando un portavoz del hospital militar de Percy anunció la muerte del mítico dirigente ante cientos de micrófonos y cámaras.
Mañana, sábado, los gobernantes de la ANP y miles de palestinos han sido convocados junto a su tumba, un más que modesto cubículo de cristal en el predio de la Mukata de Ramallah, para conmemorar el segundo aniversario de su muerte.
“No queremos que la página del eterno líder Yasser Arafat se convierta en la conmemoración de otro aniversario. Yasser Arafat debe ser recordado siempre”, dijo el negociador jefe palestino y diputado por Jericó, Saeb Erekat.
Este político fue acompañante y fiel servidor de Arafat en los diez años que vivió en Cisjordania y Gaza, y con él llevó adelante el proceso de paz de Oslo, que se desplomó en 2000 con el comienzo de la Intifada de Al Aqsa.
Aunque en sus últimos años de vida las divisiones políticas palestinas en torno a la conveniencia de la intifada se profundizaron, hoy nadie duda en los territorios de que la situación hubiera sido bien distinta si Arafat siguiera con vida.
MOMENTOS CRUCIALES
Porque desde su muerte, los palestinos viven momentos cruciales tanto a nivel interno como en sus relaciones con Israel.
“Arafat ha muerto, pero todos los días los israelíes siguen cometiendo masacres contra nuestra pueblo. Arafat ha muerto, pero los mismos palestinos seguimos derramando la sangre de nuestro pueblo”, se lamenta Erekat.
Y es que la supremacía política del movimiento islámico Hamas no sólo ha agravado el conflicto con Israel, el eterno enemigo.
Las rivalidades con el movimiento Al Fatah, el partido de Arafat, desembocó en una ola de violencia interna que el dirigente había conseguido siempre eludir gracias a su talante de líder indiscutible de los palestinos. Ningún islamista hubiera osado retar al presidente, que con un mero chasquido de sus dedos podía reunir a su alrededor a miles y miles de simpatizantes.
“Arafat sabía cómo hacer frente a Hamas, y si hubiera estado con vida nunca hubieran ganado las elecciones”, asegura Ahmed Abu Ghazza, un fiel seguidor de Al Fatah, de 29 años, al ser consultado sobre el significado de este segundo aniversario.
A pesar del tiempo transcurrido, los carteles del mítico líder engalanan aún numerosas calles, y la Presidencia y el Gobierno de la ANP tienen una foto suya que “preside” cualquier reunión oficial.
‘SUS SUEÑOS’
En Gaza, por ejemplo, frente al Parlamento, una gran foto de Arafat acompaña la frase: “Mis sueños no serán alcanzados sin Jerusalén”, con la que recordaba que Palestina no podrá existir sin su capital en Al Quds.
Erekat explica que “él siempre soñó con Jerusalén como capital de ese Estado palestino por el que tanto luchó”.
Arafat es especialmente echado de menos en Gaza, foco de los enfrentamientos internos palestinos y zona que no pudo visitar en los últimos años de su vida por el aislamiento al que fue sometido por Israel en Ramallah desde finales de 2001. En esta estrecha y superpoblada franja están convencidos de que su situación no sería tan “miserable” si el popularmente conocido como “Rais” siguiera con vida.
“No era un mero presidente elegido (en las urnas), era un líder con un carisma especial”, afirma Ahmed al Jammali, un comerciante.
Analistas palestinos consideran que, en un principio, el pueblo no se dio cuenta realmente de lo que representaba perder a un líder como Arafat, porque tras su muerte se vieron frente a la necesidad de elegir a un nuevo líder, y después de votar en las elecciones municipales, y luego otros tantos y tantos asuntos como la evacuación de Gaza por Israel.
Ahora, después de la subida la poder de los islamistas de Hamas, los palestinos se ven en una lucha día a día por su supervivencia, tanto física como económica, una lucha interna y externa de la que Arafat les hubiera rescatado.