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Para combatir el pánico, la razón.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Después de una ausencia de dos semanas estoy obligado a dar una disculpa a mis amables editores y a lectores. Hace 15 días tuve necesidad de ir al Distrito Federal y retorné con una bronquitis de pronóstico reservado, de la que apenas estoy saliendo y sólo espero que corran Febrero loco y Marzo otro poco, para que en Abril pueda sentirme libre de cualquier otro ataque terrorista por virus, enfriamientos y demás agresiones contra la salud, Dios mediante.

En Saltillo me esperaban varios temas preocupantes; el más urgente es la notoria incapacidad del Gobierno Federal y sus agencias judiciales para evitar el avance de la criminalidad organizada, hecho patente en el ataque de que fue víctima el periódico “El Mañana” de Nuevo Laredo, Tamaulipas, hace varios días. La intención de los sicarios fue castigar e intimidar al periódico fronterizo por haber dado la bienvenida en sus oficinas a la Sociedad Interamericana de Prensa en un seminario sobre coberturas informativas de alto riesgo al cual acudió más de un centenar de reporteros, no sólo de México, también de Estados Unidos, el Caribe y América del Sur y en el cual, por cierto, se alertó y condenó los ataques de que han sido víctima muchos colegas de la región latinoamericana.

Esto no quedó oculto para nadie, como tampoco resulta un secreto la intención intimidante que animó a la balacera en la cual resultó gravemente herido Jaime Orozco Tey, reportero de “El Mañana” a quien dejaron con una incapacidad laboral permanente: parapléjico.

Dos días después acaecieron en Saltillo otros hechos de violencia ligados con secuestradores y pequeños comerciantes de yerba y drogas. Informar lo que acaece en la sociedad a la que servimos es un tácito deber de nuestra función periodística, sin excepciones. Ningún hecho atañedero a la comunidad puede ser ajeno a la responsabilidad informativa de investigar, analizar, denunciar y perseguir hasta que sea resuelto en justicia; pero hay personas y grupos antisociales -todos los conocemos- que piensan que los periódicos deben ignorar esos hechos y nos recomiendan limitarnos a las informaciones de economía, sociedad y política; y no por el mal gusto de las noticias que ellos propician, sino porque afectamos las áreas delictivas en que se mueven.

Los periódicos deben apoyar a los organismos de la sociedad, que gracias a los medios de comunicación han adquirido una propia, respetable voz; pero los diversos sectores sociales llámense cámaras, sindicatos, partidos, uniones, iglesias, cargan asimismo con la misma y recíproca obligación ante los medios.

El problema de la delincuencia organizada es complejo, amplio y conflictivo; viene de lo general a lo particular. Los “gangs” criminales son como la economía mundial, aunque con diferentes métodos y fines.

Pensar en que Coahuila pueda resolver sus propios problemas de inseguridad, sin que en ello se involucren las entidades federativas vecinas, es una ingenuidad.

Toda la República con sus organismos empresariales, sociales, políticos, religiosos y el -vale decir el Gobierno nacional- con su fuerza legal como escudo, necesitan unirse en esta empresa de interés trasnacional. Y así cada país, cada estado federativo, cada municipio, que se vea y analice por dentro, para que diseñe, en concordancia con sus propias razones, un proyecto de lucha contra quienes comercian con las debilidades humanas: el alcohol, las drogas y el sexo por el sexo mismo. Y que se postule una verdadera razón para vivir ajena y contraria a todo ese tipo de circunstancias que por ser violentas, dramáticas y dolorosas deben ser combatidas hasta eliminarlas.

¿Qué nos va en ello? Pues nada menos que nuestra subsistencia como sociedad que propugna un futuro mejor para las nuevas generaciones; concepto que aparece en algunos discursos de los estadistas más poderosos de la Tierra, pero hábilmente despojado del supremo aliento de las decisiones formales y definitivas que otrora transformaron el rumbo de la historia; pero hoy sólo parecen reivindicar la causa de la riqueza, del coloniaje y de la expoliación de recursos naturales y económicos.

Los poderosos estadistas deberían reivindicar la causa de una moral pública supranacional fundada en la razón y en la justicia; no en la verborrea, tampoco en la demagogia y mucho menos en la hipocresía.

Hegel decía que “la organización más perfecta que la razón puede realizar consiste es su autodespliegue en un pueblo”. Y la razón, pensamos, no indica que éste sea el tiempo de pelear contra molinos de viento ideológicos, políticos o económicos; dejemos, por lo tanto, de acechar peligros y amenazas reales o imaginadas.

Detengamos el detonar de guerras de apropiación y pongamos los ojos en los latentes peligros inmersos en nuestras propias comunidades: acabemos con la expansión de los vicios que degeneran a los hombres y a las sociedades; la ruina moral, la perversidad de las fuerzas del delito, la degradación de la salud ética y física de la juventud, que son cuarteaduras en la estructura espiritual de nuestro pueblo.

Ha llegado el momento de volver los ojos al terreno de los valores morales, a la doctrina cristiana, al rechazo consciente y civilizado de los males que amenazan a nuestra sociedad. Resucitar la conciencia del deber, acaso inspire a nuestras autoridades para emprender es lucha jurídica, valiente y pacífica hasta donde sea posible para acabar con la delincuencia y los vicios que alimentan al terrorismo...

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