Cosa inaudita en la historia moderna del país, el lunes pasado México amaneció sin un presidente electo. Aunque muchos se plantearon la posibilidad de unos comicios donde entre el primero y el segundo lugar existiese un estrecho margen de ventaja, en realidad pocos fueron capaces de aventurar un final tan cardiaco y cerrado. Al escribir estas líneas y con el cien por ciento del conteo distrital a cuestas, el triunfo le corresponde al panista Felipe Calderón Hinojosa, próximo jefe de Estado para el periodo 2006-2012.
Es importante felicitarnos por las elecciones del domingo. Los mexicanos acudimos a las urnas de forma pacífica y civilizada a fin de ejercer nuestro derecho a decidir y del mismo modo, fortalecer la democracia. Aunque hubo disturbios aislados dada la efervescencia del momento, muy a pesar de irregularidades lógicas que poco o nulo impacto tendrían sobre el resultado final, a la larga México y sus instituciones saldrán fortalecidos. Lo anterior es motivo de gozo.
También cabe aquí un amplio reconocimiento al Instituto Federal Electoral, quien a juicio del grueso del padrón, actuó de forma imparcial en todo momento, si bien difieran los agitadores de siempre. La decisión del consejero presidente, Luis Carlos Ugalde, de no dar a conocer a un ganador el domingo por la noche obedeció a una razón de peso: las precipitaciones son absurdos que no tienen espacio dentro de un país que puede enorgullecerse de contar con una autoridad electoral a la altura de las mejores del mundo. No obstante el PREP marcó ciertas tendencias, la cercanía de votos entre el PRD y el PAN y el precepto de que dicho instrumento es preliminar, fue otra razón para que el IFE optara por esperar al cómputo distrital. A mi juicio, dicho cómputo es definitivo y su resultado, inobjetable.
De ambos candidatos (Calderón y López Obrador) hemos recibido señales de triunfo, alarma y nerviosismo. Lo ideal hubiese sido que los dos esperaran al pronunciamiento oficial para así fijar su postura; sin embargo, desde altas horas del domingo y a lo largo de la semana pudimos presenciar una serie de dimes y diretes que han tenido en vilo a la nación, a la comunidad internacional y sobre todo, a los indicadores financieros. Se prevé que los últimos muestren signos positivos cuando exista una definición clara por parte de las autoridades competentes.
López Obrador afirmó en diversas ocasiones que respetaría el resultado aun si éste no le favoreciese. Más de una vez aseveró que “en la democracia se gana o se pierde por un voto, y por ello actuaré en consecuencia”, dijo. Pero ya sabemos cómo se las gasta el señor, cuán afecto ha sido a violentar el Estado de Derecho cuando así le es conveniente; por eso no me causa ninguna sorpresa que pretenda impugnar la elección presidencial. Obrador nos está mandando un claro mensaje: “no me importa la voluntad del pueblo, aquí la única que debe imperar es la mía”.
Es evidente que AMLO, a partir de instrumentos mediáticos, vacíos legales y movilizaciones tumultuosas, fomentará la división entre los mexicanos. Confío en que las instancias a cargo de la elección -el Trife- se encuentren más allá de pasiones, espero que López Obrador actúe en sincronía y acepte de una buena vez que en esta ocasión las cosas le fueron adversas. Tenemos frente a nosotros un escenario difícil: López es un ente poco afecto a respetar todo aquello disímbolo a su muy cuestionable proyecto de nación.
Para el próximo sexenio nadie tendrá mayoría; los ánimos estarán polarizados y de ahí la necesidad de lograr acuerdos entre todos los actores sociales. Muy cara y onerosa nos resultó la parálisis de los últimos seis años. Trabajemos en pro de la conciliación, en que las distintas fuerzas políticas puedan sentarse a la mesa a partir del diálogo razonado. Tomemos de un PRI la experiencia de Gobierno, su intuición de lo que es justo, la firmeza necesaria para salir avantes. De la izquierda auténtica, la verdaderamente combativa, formada por muchos simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, el deseo de distribuir la riqueza más equitativamente y abatir rezagos históricos mediante un Gobierno sensible a las genuinas necesidades del grueso de la población. Sumemos, ya es hora.
Desde que Ernesto Zedillo entregó a Vicente Fox la estafeta, hemos tenido estabilidad financiera y paz social. La pretensión de impugnar las elecciones sólo conseguiría poner en jaque a nuestra joven democracia, lastimar lo mucho que hemos conseguido en estos años, aunado a repercusiones políticas y económicas que nada bien nos harían a ti y a mí. Es tiempo de comportarnos a la altura del momento y respetar el resultado que arrojó el IFE. Es tiempo de que López Obrador se haga a un lado. Es tiempo de aceptar que tuvimos una elección limpia y que el próximo primero de diciembre, Felipe Calderón Hinojosa será el nuevo presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.