La Comisión de Árbitros de la Federación Mexicana de Futbol decidió convocar a los silbantes de Primera División a exámenes físicos para evaluar su estado y que esto sirva como elemento de juicio a la hora de seleccionar a aquellos que intervendrán en la liguilla.
A estas alturas del campeonato nadie dudaría que todos los jueces pasan por un momento físico estupendo, pero como dijo Ripley, aunque usted no lo crea, hubo algunos que pasaron el test de milagro y otros de plano reprobaron.
El futbol moderno representa una tremenda exigencia para el árbitro, quien se ve sometido en cada partido a una presión sin igual al momento de formular sus decisiones; en este sentido bueno sería precisar que no sólo en aquellas jugadas en que hace sonar su silbato el juez está decidiendo sino que lo hace incluso cuando deja correr la acción absteniéndose de marcar. Esto implica que su juicio es, prácticamente, jugada por jugada.
Por ello es tan importante la condición atlética, ya que estando cerca de las jugadas, con un arranque explosivo, buen fondo físico y adecuada posición en el terreno de juego el árbitro gana en dos factores, que son fundamentales para la conducción del juego: exactitud y credibilidad.
La presencia también cuenta pues como se dice por ahí, para ser hay que parecer, y resulta increíble ver a algunos nazarenos luciendo hermosas barriguitas fruto más de la ?chela? que de las abdominales o ancha cintura que les hace parecer tamal mal amarrado.
Cuando Aarón Padilla asumió el cargo obró de buena fe cuando designó a algunos silbantes que no habían demostrado capacidad para acreditar su buena forma física; a los pocos días reiteraron, en diferentes pruebas, su escaso sacrificio y nulo pundonor, de ahí la importancia de efectuar estos exámenes de cara a la liguilla del torneo.
José Abramo Lira, Adolfo Aquino, Sergio Silva y José Joel Molina fueron los jueces centrales del máximo circuito que no fueron capaces, como no lo habían sido, de realizar las distancias y tiempos mínimos que los acredite para dirigir en la Liga, exhibiendo, además, una gran irresponsabilidad.
Llama poderosamente la atención que tres de los cuatro reprobantes vivan en ciudades del interior de la República; ello por supuesto que es un privilegio pero quedan lejos de la supervisión de la dirigencia y del profesor Tadeusz Kempka, por lo que su compromiso de cuidarse y entrenar a fondo queda en su conciencia.
Lástima que no hayan tenido el hambre, el espíritu de lucha, la mística y el fervor que se requiere para ser un árbitro de élite; por el contrario, se han conformado con la gris etiqueta de la mediocridad de la que la hermosa profesión de juez bien pudo haberlos levantado.
Penoso resulta que Abramo con su experiencia se vuele y se haga amigo de la farra y la vida fácil; que Silva piense que sólo con la bonhomía se puede trascender y Aquino crea que el arbitraje es una onda de cuates. A ellos, como al joven Molina, se les está yendo el tren.
Porque vienen otros muchachos empujando duro, trabajando en serio, sacrificando cosas por crecer como jueces y no se vale que la Comisión, cuando a estos baquetones les dé la gana entrenar, los vuelva a colocar en primer plano.
Marco Rodríguez recibió un trato especial por encontrarse enfermo, lo cual me parece un acto de coherencia y conciencia de la dirigencia arbitral; las broncas de Marco no pasan por el lado físico.
Por lo que hace a estos flojos nazarenos les diremos respecto a la liguilla, parafraseando a mi querido ?Perro? Bermúdez ?la tenían, era suya y la dejaron ir?.