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Pequeñas especies / ¡ACABO DE COBRAR MI PENSIÓN!

M. V. Z. Francisco Núñez González

El sábado es el día de más trabajo en la clínica, el ver pacientes a domicilio nos toma mucho tiempo, también es agradable platicar con los clientes y es el día que dedican para llevar a sus mascotas al veterinario, aunque en ocasiones nos sobrepasamos de charla y ese día estaba verdaderamente atareado, mi asistente tomó vacaciones y estaba de más apurado, afortunadamente dos de mis hijos fueron a la clínica para ayudarme, Paco y Alejandra que es estudiante de veterinaria y fue así como salí adelante con el trabajo.

Alrededor del medio día, entró a la clínica una señora de unos setenta años de edad, baja de estatura, pelo blanco y unos pequeños ojos de color, con una enorme bolsa para el mandado casi vacía, fue a consulta pero no llevaba mascota, así que me empezó a describir los síntomas de su perro enfermo para que yo le recetera el medicamento necesario, tal vez me notó algo incrédulo o impaciente y con una voz dulce me dijo; le voy a pagar la consulta doctor, no es necesario le contesté, con gusto la oriento, así fue como empezó a contarme que realmente no era su mascota, se trataba de un perro de la calle pero que ella lo atendía y así como ése tenía varios gatos que necesitaban de su ayuda, pues vivía sola y era su gusto cuidar de ese tipo de animalitos, una señora de gran corazón.

Se acercó a mi escritorio y en voz baja me dijo que yo le inspiraba confianza y era una persona que sabía escuchar, admito que al principio la atendí con cierta suspicacia, y al escucharle hablar, se ganó mi amistad.

Me sugirió acompañarle para consultar al perrito enfermo que se encontraba abandonado en el mercado Alianza, al principio creí que lo decía en broma. ¿Cómo lo encontraríamos en ese mar de gente?, aseguró que lo hallaríamos. Fue así que me convenció.

Al llegar aquel sector del mercado, efectivamente estaba debajo de un automóvil, completamente deshidratado y extremadamente delgado, en un estado grave de desnutrición, se trataba de un perro negro con blanco de la raza Bull Terrier, se notaba que en algún tiempo llegó a ser un vigoroso y excelente ejemplar y así me lo corroboraron los vendedores de alrededor que conocían muy bien al perro y a su benefactora.

Al auscultarlo noté que su problema era una gastroenteritis hemorrágica, así que le apliqué algunos medicamentos y le extendí la receta a la dulce anciana.

Mientras yo escribía los medicamentos, ella me platicaba la historia del perro, le seguía a todas partes cuando vendía sus productos, era un enorme perro que aparentaba ser de cuidado, pero que le lloraba como un cachorrito cuando él la veía acercarse, pues sabía que siempre le llevaba comida y algunas caricias. Sin temor a equivocarme ese pobre animal siempre recibía lo contrario de la mayoría de la gente.

Al cerrar mi maletín me preguntó inmediatamente por mis honorarios, al decirle que se los cobraría en la siguiente visita, indignada me dijo que ella había solicitado de mis servicios profesionales y no era justo que no le cobrara, al seguir ella viendo mi negativa, tal vez leyendo mi mente, sacó un pequeño monedero y me enseñó algún dinero y me dijo, ¡acabo de cobrar mi pensión doctor! Sí tengo para pagarle, me despedí diciendo que no me dejara de informar por mi paciente, seguía insistiendo y fue entonces cuando recibí mi mejor paga, ella ya resignada con lágrimas en los ojos solamente me alcanzó a decir, ?qué Dios se lo pague?.

Pensar que ese día todo indicaba que sería muy estresante, después de esta experiencia resultó muy reconfortante saber que no sólo lo material nos llena de satisfacciones, actuó como si me hubiesen inyectado vitaminas en el alma.

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