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Pequeñas especies / LOS AMIGOS GRANDES

M. V. Z. Francisco Núñez González

Viajaba en un autobús de segunda clase a la ciudad de Durango en agosto de 1973, me encontraba algo nervioso pues era la primera vez que me alejaba de casa para hacer mis estudios de veterinaria a la Universidad Juárez de Durango, eso si aprobaba el examen de admisión que presentaría dentro de algunas horas.

Por mi mente pasaba una gran cantidad de dudas, dónde me hospedaría, qué autobús tomaría para ir a la escuela, a quién tendría de compañeros para vivir. Al llegar a la terminal vi que en el último asiento del camión se encontraba un joven de enorme bigote y sin más preámbulo me preguntó que si me iba a matricular en la escuela de veterinaria, fue grande mi sorpresa pues no tenía ni la menor idea de quién era esa persona, desconfiado le contesté afirmativamente, se presentó, mi nombre es Samuel Pinto, mis amigos me dicen Sam, soy de Gómez Palacio y voy a inscribirme para el segundo año de veterinaria, con toda confianza en lo que te pueda ayudar.

Tuve tanta suerte, me llevó a la escuela, me ofreció hospedaje en la casa de asistencia donde él vive y lo que más me sorprendió, que al conocer a sus compañeros me presentó como su amigo y todo resultó más fácil para mí.

Después de treinta y tantos años de haber ingresado a la carrera de veterinaria, uno de los tesoros más grandes que recuerdo de nuestra escuela son los amigos, el compañerismo que tuvimos fue verdaderamente de hermanos, realmente fuimos pocos los estudiantes que nos graduamos de esa generación, presentamos examen de admisión más de cien aspirantes y debido a las evaluaciones sobre todo de anatomía y fisiología, menos del treinta por ciento logramos recibirnos de los compañeros que iniciamos, la mayoría de los estudiantes éramos foráneos, en aquel entonces no había escuela en Torreón y optamos por ir a las escuelas de veterinaria de Durango, otros a Tamaulipas, Zacatecas y los menos a la Ciudad de México para estudiar la carrera.

?La primera clase?. Nos encontrábamos en el aula cuando repentinamente entra una persona con un portafolios oscuro y solemnemente se presenta, soy el doctor Frías y les voy a impartir la clase de piscicultura, uno a uno nos fue preguntando algunos nombres de peces, con esmero y respeto respondíamos a sus preguntas, repentinamente abandonó la clase al ver venir al doctor Michelena titular de la cátedra de anatomía, al finalizar el día nos dimos cuenta que la materia de piscicultura no existía en ningún grado y que habíamos recibido la clase por un estudiante de quinto año que nos había jugado la primera novatada de muchas otras que aún nos esperaban.

?Los compañeros?. Tuvimos de condiscípulo a una persona de sesenta y tantos años de edad, con una enorme barba canosa con vestigios rubios y de ojos azules, siempre de botas, camisa blanca y pantalón vaquero, con un físico sorprendente de un muchacho de treinta años. Al entablar la plática se presentó, soy Alfredo López Yáñez, inmediatamente nos identificamos con él y nos explicó el porqué de su estancia en primer semestre de la escuela de veterinaria, siendo él un médico cirujano exitoso, egresado de la UNAM en los años cuarenta.

Resulta que el mayor de sus hijos cursaba el segundo semestre de veterinaria y había decidido abandonar la escuela porque le resultaba muy difícil los estudios, después de haber agotado todos los recursos de convencerlo para que desistiera de su idea, decidió inscribirse una vez más a la universidad y demostrarle a su hijo que a sus sesenta y cinco años sería capaz de salir adelante teniendo la responsabilidad de su trabajo y una familia que dependía de él. Pasaron los años y su hijo abandonó los estudios pero no el papá, siguió adelante y empezaron a retoñar los años maravillosos de su juventud, aquellos momentos de angustia de esperar el turno de un examen oral de anatomía con tres sinodales y a la vez ser la persona más feliz después de aprobar la materia, fue un motivo para demostrarse a sí mismo pero sobre todo a nosotros cuando nos veía ?flaquear? o a punto de rendirnos, que el éxito no solamente era del más inteligente sino del más constante y de aquél que se podía levantar después de un tropiezo, recuerdo que nos reuníamos en su consultorio hasta altas horas de la madrugada en tiempo de exámenes, fue un gran amigo que siempre nos motivó y nos dio buenos consejos, en todo nos apoyó, nos acompañaba a los viajes de estudio incluso hasta en los partidos de futbol americano cuando jugaba el equipo de nuestra escuela, se entusiasmaba de tal manera que se despojaba de su inseparable chamarra de mezclilla para dirigir alegremente la porra frente a las gradas del estadio. El aprecio siempre fue mutuo a tal grado que nos decía con lágrimas en los ojos, que le hubiera gustado que su hijo fuera como cualquiera de nosotros.

Cuando alguien enfermaba, nos dirigíamos al consultorio de nuestro compañero el doctor, siempre se encontraba con bastantes pacientes en espera, al llegar él no nos dirigía la mirada, sentíamos cierto sentimiento por desconocernos, no pasaban ni cinco minutos cuando la recepcionista nos llamaba por otra puerta de donde consultaba, sabía de antemano que no habíamos hecho cita y ya nos esperaba él en esa pequeña sala para consultarnos antes que a su primer paciente, al preguntarle sobre sus honorarios nos regañaba y nos decía: ¡qué no somos amigos!

Tantas anécdotas y experiencias que vivimos que quise recordar también a mis grandes amigos que partieron anticipadamente, que sepan que siempre estarán con nosotros aunque de sobra lo saben, pues desde allá arriba son los que nos alientan para salir adelante; mi primer amigo veterinario Samuel Pinto, siempre alegre, Juanito Ortegón, mi compadre Alberto Soltero y nuestro muy querido doctor Alfredo López Yáñez cuyo nombre recibió nuestra generación en su honor, siempre los recordaremos.

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