Me encontraba descansando en la casa a la hora de la comida, cuando escuché sonar el teléfono, era una señora que solicitaba de mis servicios, se trataba de una consulta a un caballo que recién habían atropellado, tenía una abundante hemorragia en una de sus patas, la señora no era la dueña, se trataba de esos carros de tiro que se dedican a tirar el escombro o basura de las casas, los propietarios eran de escasos recursos y la señora amablemente se ofreció pagar de mis servicios para que me hiciera cargo del animal accidentado pues la persona que ocasionó el percance huyó del lugar.
Le explicaba a la señora que ya no atendía grandes especies, especialmente equinos que son muy delicados, además que no contaba con el material necesario, ella me insistía que era una emergencia, que cualquier cosa que yo hiciera por el pobre animal estaría perfecto. Accedí y me dio la dirección, avenida Central de la colonia Torreón Jardín.
Tenía algunos días que me despertaba en la madrugada y no lograba conciliar el sueño, traía en mente una serie de preocupaciones y la mayor parte del día pensaba en eso, esta consulta me ayudó a despejar mi mente y volví veinticinco años atrás al recordar mis días de veterinario rural, me sentí rejuvenecido.
Al estar colocando en mi maletín parte del instrumental para una cirugía de emergencia, además de las suturas más gruesas, anestésicos de perros compatible para equinos, antibióticos, analgésicos para perros y gatos que pesan promedio de cuatro Kg. hacia la conversión mental a 300 Kg. que pesaría aproximadamente mi próximo paciente.
En el camino iba recordando desde la manera de sujetar al animal, las dosis de los fármacos, el libro de Septimus Sisson de anatomía del caballo, músculos, arterias, si contaría con la suficiente gente para ayudarme con el caballo, mi esperanza era que se tratase de un pequeño animal de unos 200 kilogramos de peso.
Al llegar a la dirección afortunadamente era un terreno baldío, parecía convención de carros de animales de tiro. Ahí tenía la ayuda que requería, sólo me faltaba ver a mi paciente, fue lo único que no me agradó, se trataba de un ejemplar enorme de casi 400 Kg.
Inmediatamente al empezar a sacar las cosas del maletín, me sobraron instrucciones para operar al caballo de parte del público que no se perdería por nada del mundo el siguiente espectáculo. Lo primero que hice fue preguntar al dueño del animal me diera un aproximado del peso del caballo y casi coincidimos, 350 Kg., me contestó, y fue así como empecé la cirugía con la aplicación de la anestesia.
El siguiente paso la inmovilización de las cuatro patas, aunque estaba bajo los efectos de la anestesia, de un momento a otro despertaría y como la herida se encontraba en la parte interna de la pata trasera a nivel del fémur, de unos 30 cm. aproximadamente, no quería por ningún motivo recibir una de sus herraduras en cualquier parte de mi persona.
Afortunadamente habían puesto dos torniquetes con lazos en el lugar de la herida, tenía lesionadas dos arterias que sangraban abundantemente, fue el primer paso localizarlas y suturarlas, en seguida la piel, habían transcurrido más de 30 minutos cuando el caballo empezó a despertar, le dije a uno de mis ayudantes, que se parara sobre las pezuñas traseras, aunque estaban sujetas, no quería exponerme, para poder suturar me tenía que colocar entre las patas traseras y delanteras del animal acostado, de repente hizo un movimiento brusco el caballo y salió volando mi ayudante por los aires, afortunadamente alcancé a salir de entre sus patas.
La cirugía duró una hora aproximadamente, el caballo se incorporó de inmediato y lo que más gusto me dio fue que empezó a comer pastura, yo creo que me contagió tanto el caballo de optimismo, que olvidé por completo mis problemas, además cuando me preguntó la amable señora por mis honorarios, le contesté, señora esto va por cuenta de la casa.
