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PEQUEÑAS ESPECIES

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

¡SOY MÉDICO CIRUJANO!

Me encontraba solo en la clínica sin asistentes, y al parecer el día pronosticaba movimiento, el primer cliente que recibí a escasos minutos de abrir fue ?Rocky?, un enorme Labrador de 50 kilogramos de peso.

Tenía unos minutos que lo había golpeado un automóvil, presentaba abundante hemorragia en el hocico, se veía a simple vista que presentaba una gran herida en la lengua. Lo primero que hice fue sedarlo para canalizarlo y tener una vía directa al torrente sanguíneo, para la aplicación del suero intravenoso y contrarrestar el schock en que se encontraba, y así poder evaluarlo detenidamente.

No habían transcurrido cinco minutos cuando el dueño de ?Rocky? se presentó en la clínica y me hizo la pregunta obligada: -¿Qué tiene mi perro, doctor? ?No lo sé aún, lo estoy sedando para evaluarlo, por lo pronto voy a canalizarlo. -¿Me permite un estetoscopio?, me dijo. Creo que notó mi expresión y se justificó: -También soy médico, pero de personas. Se lo facilité y él muy concentrado escuchaba los pulmones de ?Rocky?, que se encontraba profundamente dormido, después muy amable se ofreció ayudarme a suturar la lengua de su perro, mientras yo lo canalizaba, observó que dudé un momento y me dijo: -No se preocupe doctor, ¡soy médico cirujano!, yo le ayudo mientras usted se encarga de lo demás. Se lo agradecí, también le dije que me encontraba solo, pero no era necesario que lo hiciera, me pidió guantes y un crómico para suturar, demostraba seguridad en sus palabras. Con cierta suspicacia le facilité lo que me solicitó, se despojó de su corbata y empezó a suturar la lengua de ?Rocky?, mientras yo le aplicaba algunos medicamentos a través de la venoclísis. Al terminar de suturar el doctor y parar la hemorragia, me preguntó una vez más sobre el estado de su perro. -Sólo me falta evaluar precisamente la región donde usted estaba trabajando, le respondí. Al abrir el hocico de ?Rocky?, observé que le faltaban varias piezas dentarias, una de ellas precisamente un canino superior. Al inspeccionar su mandíbula, me percaté que presentaba dos fracturas y la parte interna de sus belfos se encontraba expuesta con varias heridas ocasionadas por sus mismos molares al momento del impacto. Al parecer, todo el traumatismo lo había recibido en el hocico, aparentemente no presentaba lesiones en otros órganos o alguna fractura en su extremidades, todo indicaba que las lesiones de mayor consideración eran las fracturas del maxilar inferior.

Se consternó un poco al darle a conocer las fracturas, no se había dado cuenta por estar suturando la lengua de ?Rocky?. Me preguntó la manera en que resolvería la fractura. -Probablemente un cerclaje con acero, le contesté. ?Si gusta, yo le ayudo doctor, me preguntó. ?No gracias, le contesté de inmediato, su perro se encuentra estable, fuera de peligro gracias a usted, así que el resto lo haré con calma. No le mencioné que solicitaría la ayuda de un colega.

Como en toda profesión, no hay como intercambiar opiniones y, sobretodo, apoyarnos con un experto en traumatología, así que le hable a mi colega especialista, que entre más complicados sean los casos, más le atraen. Al explicarle el problema del paciente, sólo alcanzaba a escuchar que decía: -¡Qué bien! Y al seguirle exponiendo la siguiente lesión del perro, me contestaba: -¡Fantástico! Mira ahorita tengo mucho trabajo y ando fuera de la clínica, pero en dos horas estoy contigo y se despidió.

Al estar haciendo los orificios en el hueso con el taladro, para colocar el alambre de acero para la primera fijación de la mandíbula, me decía: -Si taladras en este lugar creo que tendremos mayor fuerza en la fijación, y así fue. En la segunda fractura del hueso, yo pensaba utilizar también un alambre y me dijo: -El alambre quedaría perfecto, pero a mi me gustaría fijar la fractura con un pequeño clavo, y sobretodo ganamos tiempo y ya no abrimos tanto tejido. ?Muy bien, le dije. Todo parecía que iba saliendo a la perfección, nos daba tiempo de recordar anécdotas de otras cirugías, a la vez que trabajábamos en volver a reconstruir algunos de los tejidos internos de los belfos que se encontraban desechos.

Desde que tomó mi colega el hilo para suturar no lo volvió a soltar, yo veía que lo disfrutaba, aunque eso me correspondía hacerlo a mi por ser mi paciente, pero lo dejé hacerlo porque independientemente que se divertía lo hacía muy bien.

Al momento de revisar la lengua, me dijo muy serio: -No te vayas a sentir conmigo, pero voy a deshacer la sutura que hiciste en la lengua, te quedó un poquito desalineada, la voy a volver a suturar casi imperceptible para que se dé cuenta tu cliente, que los veterinarios también sabemos hacer las cosas tan bien como ellos.

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