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Personajes de la historia / OBISPOS DE ZACATECAS

José León Robles de la Torre

Excmo. Sr. Dr. don Miguel de la Mora de la Mora, V Obispo de la Diócesis de Zacatecas. Hace 52 años, en 1963, el Sr. don Joaquín Antonio Peñaloza escribió una biografía del señor De la Mora, con introducción de J. Jesús de la Mora y Apéndice de don Rafael Montejano y Aguiñaga, de la que tomo los siguientes datos:

?Nació en el pueblo de Ixtlahuacán del Río, a las ocho de la noche del viernes 14 de agosto de 1874, siendo sus padres don Sóstenes de la Mora, ?hombre curtido en el sol?, la vida del campo esta mirada firme y lejana. Su madre, doña Cristina Mora, quien escogió el nombre de Miguel en honor al de su padre Miguel de la Mora?.

El padre don Antonio Ruiz, bautizó y puso los sagrados óleos a Miguel, a los tres días de nacido, como era la costumbre familiar.

Pronto falleció doña Cristina, dejando en la orfandad a sus tres pequeños: María Dolores, Julio y el más pequeño Miguel. Su tía María de Jesús, hermana de don Sóstenes, se hizo cargo de los tres pequeños porque el viudo contrajo nuevas nupcias.

Miguel fue a la escuela del profesor don Leonardo López, y en vacaciones ayudaba a su padre en las tareas del campo.

?Miguel de la Mora acaba de cumplir 13 años y va a conocer la capital (Guadalajara) de su Estado, la que juró por patrono San Miguel, en aquella imagen de guadamacil dorado... ya está Miguel de la Mora bajo los naranjos del patio del Seminario. En este clima, en este trazo, en esta fragancia de Guadalajara. Logró convencer (no quería) al señor cura por fin. Son las postrimerías del 87 (P. 19)?.

?Su carrera en el Seminario de Guadalajara fue triunfal; las calificaciones óptimas, los exámenes públicos, la beca de honor que no se la quitarían nunca, la participación obligada en las fiestas académicas en que leía sus discursos o declamaba poemas inventados por él, y aún sentarse en cátedra de maestro siendo alumno todavía?.

?La tía Jesusita, desde luego no descuidaba el menor detalle. No te juntes con ese Pascual, tan prieto y tan feo muchacho. Ese Pascual, su compañero de estudios, sería nada menos que el Arzobispo de México, don Pascual Díaz y Barreto?. (P. 20).

El 30 de noviembre de 1897, el voltejeo de las campanas anunció su Ordenación Sacerdotal. Ya ordenado, el señor Arzobispo de Guadalajara, lo dedicó a la formación de los seminaristas. Ahí pasaría 14 años, desde 1897 hasta 1911.

?Pero cuando el Arzobispo de Guadalajara -dice Peñaloza-, le confió la designación de Roma que lo constituía Quinto Obispo de Zacatecas, se echó a llorar como un niño: ?Yo no puedo esto, yo no valgo nada?. En vano suplicó para que lo liberacen de la carga. El siete de mayo de 1911, la Catedral de Guadalajara vistióse de gala por su consagración episcopal?.

?Se fue dos días de escapada a su pueblito natal. El tiempo ahí no había pasado; era nada más un ancla. El monte tutelar, las casas blancas cal y canto, como parvada de palomas dispuestas para el vuelo imposible?.

Le tocó una época muy difícil ?cuando las misas duraban cinco minutos. Volvían las catacumbas y los mártires... una verdadera persecución religiosa violentaba el país. Se pretendía castigar y exigir responsabilidades al clero, pretextando su ayuda a favor de Victoriano Huerta y el sostenimiento de la dictadura con miras a adueñarse del poder...

Fue un Obispo muy querido y sabio. Murió en olor de Santidad el 14 de julio de 1930?.

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