Lo decimos con tanta naturalidad que quizá ya no valoramos las palabras: la educación es central. Lo era en el siglo XIX y en el XX, pero en el XXI ha dejado de ser un factor importante para convertirse en determinante. Hoy ningún país con niveles educativos bajos puede ambicionar a una prosperidad sólida. Tampoco a la verdadera justicia. David Lance, el brillante maestro de Harvard, lo ha descrito de manera diáfana (La Riqueza y la Pobreza de las Naciones). El origen de la riqueza de las naciones -o de su pobreza- ha cruzado por distintas etapas: los recursos naturales, la localización geográfica, el control imperial, el comercio, el desarrollo de técnicas claves y por supuesto la combinación de todas ellas. De esas lecciones históricas se desprende que la educación como condicionante básico ha ido desplazando a las demás variables.
Los primeros países europeos que se industrializaron no tenían niveles educativos altos, pero sí contaban con los centros académicos que les permitieron generar las tecnologías que hicieron la diferencia. El manejo del carbón, la producción de acero, la generación de electricidad y todas sus consecuencias, propiciaron que unos se enriquecieran con rapidez y los otros se quedaran rezagados. Curiosamente la protección a los derechos por la inventiva humana ha sido un factor central del desarrollo. Allí está el espléndido texto de William J. Berstein, The Birth of Plenty. La defensa sin concesiones de patentes y marcas es el puerto de abrigo que buscan todos los que generan nuevas tecnologías que repercuten en la generación de riqueza.
Pero la segunda mitad del siglo XX, con la apertura comercial y la llamada globalización, trastocó de nuevo todos los paradigmas. Se pone a prueba la competitividad global de las naciones. Los recursos naturales o la localización geográfica pierden peso frente al llamado capital humano. El abaratamiento de los costos de transporte, la revolución en las comunicaciones cambian las coordenadas. Las empresas entran a un juego en el que el arraigo no es objetivo. Las plantas viajan en meses. Se cumple sin embargo la profecía de ese gran teórico que fue Peter Drucker, quien afirmaba que los capitales buscarán cada vez más al ?hombre educado?. Esa es la gran variable. Los ?call centers? son una muestra de ello: contestan en la India en perfecto inglés y abastecen pedidos en Illinios. No hay excusas, lo sabemos, la educación es determinante. Si queremos un país más próspero y sobre todo más justo, más vale que nos tomemos en serio la educación.
La semana pasada la OCDE dio a conocer un estudio muy relevante ?Education at a Glancpe? que analiza un periodo extenso 1995-2003. La radiografía merece atención. México gasta en educación más que el promedio de los países de esa organización. El incremento en primaria y secundaria en ese lapso fue de 49 por ciento, sin duda alto. Pero hubo otras naciones como Turquía, Grecia, Polonia, Nueva Zelanda o Irlanda que aumentaron aun más su gasto. El desembolso por estudiante en primaria en México es de mil 656 dlls. Mientras que el promedio de la OCDE es de cinco mil 450. En secundaria invertimos en cifras redondas una cuarta parte; en bachillerato una tercera y en educación superior la mitad del promedio. Poco más del 97 por ciento del gasto educativo se va en salarios, menos del tres por ciento en inversión cuando, de nuevo, el promedio es más del ocho por ciento. Por supuesto que el PIB per cápita de la mayoría de las naciones de la OCDE es muy superior al de México, pero también las naciones con ingresos menores están invirtiendo más por estudiante.
Uno de los rasgos más notables del estudio es que los salarios de los maestros con 15 años o más de servicios son proporcionalmente superiores al del promedio de los países comparados. En México un maestro con 15 años de servicio recibe alrededor de 17 mil dólares anuales, con un PIB de nueve mil 300. En el número de horas de clase y el de alumnos por maestro no hay sorpresas. Conclusiones, seguimos teniendo problemas de cobertura en secundaria, preparatoria y educación superior. Sólo el 25 por ciento de los mexicanos entre 25 y 34 años cuenta con preparatoria y sólo el ocho por ciento de los adultos entre 55 y 64 años cursó en una universidad. Pero el señalamiento más grave de la OCDE es que la calidad no ha mejorado ni remotamente al ritmo del aumento en el gasto o en los salarios del magisterio.
Las diferencias se vuelven muy marcadas por entidad federativa, así lo ha reportado el propio INEE (ver Este País, 172). Mientras en matemáticas o lectura Colima se acerca a los niveles de Turquía o España, Oaxaca está muy por debajo de Túnez o Indonesia. En México hay casi 685 mil menores de entre ocho y 14 años que no saben leer. En un mundo global están condenados a malos empleos y malos ingresos. Sobra recordar que la mayoría se encuentran en entidades sureñas y con alta población indígena. El director general de UNESCO, K. Matsuura, lo ha repetido mil veces alfabetizar es un gran instrumento de desarrollo. Quizá lo más grave es la diferencia de género en el analfabetismo y sus consecuencias: en todos los cortes siempre es más alto en las mujeres. No es casual que las mujeres analfabetas de 15 o más años tenga casi el doble de descendencia que las alfabetizadas. Los destinos de unas y otras serán totalmente diferentes.
Ahora que está tan de moda hablar de justicia social vale la pena seguir con mucho detenimiento las propuestas concretas para disminuir el analfabetismo y la reprobación, incrementar la cobertura y sobretodo garantizar la calidad en todo el país. A la larga eso sí traería más prosperidad y justicia, todo lo demás es continuar en el plantón mental.