El dos de julio, además de la federales para renovar el poder Ejecutivo y el Congreso de la Unión se efectuarán elecciones locales en diez entidades. En cuatro de ellas se elegirá gobernador, llamado jefe de Gobierno en el Distrito Federal. En el orden alfabético de su nombre, me ocuparé aquí de examinar el panorama electoral en esas entidades: el DF, Guanajuato, Jalisco y Morelos.
Escribo estas notas poco antes de que se efectúe el debate entre los cinco candidatos al Gobierno de la ciudad, citados en el orden en que, según el sorteo efectuado el domingo, harían uso de la palabra: Marcelo Ebrard, Gustavo Jiménez Pons, Alberto Cinta, Demetrio Sodi y Beatriz Paredes. Dos de ellos, Ebrard y Paredes son postulados por las coaliciones que sostienen en el ámbito federal a Andrés Manuel López Obrador y Roberto Madrazo. El nombre de la Alianza por México se transformó en el caso capitalino en coalición Unidos por la Ciudad, aunque en ambos casos la integran los partidos Revolucionario Institucional y Verde Ecologista de México. Jiménez Pons es el candidato de Alternativa Socialdemócrata y Campesina (que, a pesar de todo conserva ese nombre pues como tal obtuvo su registro), Cinta por Nueva Alianza y Sodi por el Partido Acción Nacional.
A diferencia de la contienda federal, donde es difícil establecer con razonable certidumbre un pronóstico sobre el resultado (pues López Obrador y Calderón se hallan, conforme a la mayor parte de las encuestas realizadas por empresas o periódicos que exhiben sus vitrinas metodológicas de suerte que sea posible examinar sus modos de hacer), en la Ciudad de México es posible afirmar que sólo un cataclismo de última hora, una acusación eficaz en el curso del debate que no fuera posible contrarrestar en las dos semanas y media que falta para la elección, impediría que el PRD conserve, con sus aliados PT y Convergencia, el Gobierno capitalino. O sea que de igual modo que Cuauhtémoc Cárdenas en 1997 y López Obrador tres años más tarde, ahora Marcelo Ebrard será el triunfador. Permiten asegurarlo varios indicadores, y no únicamente las cifras que resultan de sondear a la opinión pública.
El diario Reforma publicó los resultados de su encuesta de mayo el último día de ese mes. Si bien se observa una leve tendencia a la baja en las preferencias por Ebrard, todavía su ventaja es tal que ni juntos sus principales adversarios reunirían el porcentaje de intenciones de voto expresado a favor del antiguo secretario de Seguridad Pública y Desarrollo Social: descendió de 57 por ciento en marzo a 52 en abril pero llegó a mayo con una amplia diferencia respecto de sus más cercanos contrincantes (cercanos desde el punto de vista numérico, no en ningún otro sentido, como se sabe y se verá). Su 51 por ciento es superior al 25 por ciento de Sodi y el 23 de Paredes, y lo sería en el remoto caso de que hallaran alguna forma de juntar sus fuerzas para frenar al PRD en su bastión principalísimo. Tanto el candidato panista como la candidata priista mejoraron levemente su posición en esos meses (ella creció cinco puntos y él tres, a partir de marzo) pero el ritmo de su crecimiento y el de la disminución de las preferencias de Ebrard no sería suficiente para ni siquiera poner en aprietos al candidato perredista.
Obra en su favor, además, el efecto López Obrador. Así como en 2000 la creciente presencia de Fox benefició al candidato panista Santiago Creel, el alto grado de asentimiento obtenido por el ex jefe de Gobierno, mantenido ahora que es conspicuo aspirante presidencial, beneficiará a Ebrard. Se producirá así, en cierto modo, una compensación respecto del probable efecto que la declinación de éste a su candidatura hace seis años produjo en el electorado capitalino. Como se recordará, la elección de López Obrador se tornó complicada en las últimas semanas, y en ese momento Ebrard dejó de ser candidato del Partido del centro democrático y pidió a su seguidores el voto por su hasta ese momento contrincante perredista. El sufragio que de ese modo cambió de rumbo tuvo un efecto notorio en el resultado final.
Puesto que es lejana la posibilidad de que Ebrard sea batido por sus adversarios, éstos y principalmente Sodi, buscarán minar sus posibilidades y lograr que el triunfo sea por un porcentaje menor o que llegue a la jefatura de Gobierno con una imagen deteriorada. Desde antes de salir del PRD y buscar la candidatura panista, Sodi se había mostrado contrario a la postulación de Ebrard. Más todavía, desde que en 2000 contendió contra López Obrador por la candidatura perredista, Sodi pareció militar en un partido contrario al del jefe de Gobierno, al punto de convertirse (junto con sus compañeros senadores David Jiménez y Diego Fernández de Cevallos) en un estorbo a la reforma política del DF. Su tránsito al PAN no fue más que una consecuencia lógica de una posición así de antigua.
Sodi intentó que otros partidos fortalecieran su candidatura, para aparecer como un ciudadano al que apoyaban varias formaciones políticas. No lo consiguió y lo más que obtuvo fue que una porción del cardenismo, tan antagónica como él a López Obrador se agrupara en torno suyo, en una asociación civil llamada Opción de izquierda metropolitana. Quedó sin embargo, por esa causa, en la difícil posición de demandar a perredistas no el voto útil que muchos de ellos depositaron a favor de Fox en 2000, sino el sufragio a favor de un partido históricamente contrario a caros postulados progresistas.