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Plaza pública/Espionaje en Conaculta

Miguel Ángel Granados Chapa

El despido de Sergio Raúl Arroyo de la dirección del Instituto Nacional de Antropología e Historia en marzo del año pasado, y el más reciente de Gloria López Morales, coordinadora de Patrimonio Cultural y Turismo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes fueron decididos a partir de la grabación de conversaciones de esos funcionarios, practicada con anuencia de la presidenta del Conaculta Sari Bermúdez por Fernando León Olea, que sin calificaciones de ninguna especie había sido admitido en la estructura de ese organismo cultural y ahora trabaja en Pemex. Su espionaje causó también la frustración del proyecto de que la Unesco declarara a la gastronomía mexicana patrimonio cultural de la humanidad.

El espía forma parte de una familia muy conocida. Además de su intervención en complicadas y opacas operaciones financieras y mercantiles (relacionadas con el edificio del World Trade Center), Francisco León Olea se significó por sus diversos intentos de construirse una presencia y un espacio en la esfera partidaria. Quiso dos veces obtener el registro de un Partido republicano, y en su segundo intento contó con la colaboración financiera del Partido Verde, pues a la sazón su hijo Santiago León Aveleyra mantenía una cordial relación con el “Niño Verde”, Jorge Emilio González Martínez, a quien representaba en Cancún. Desavenencias de negocios los llevaron a una ruptura, evidenciada en una eficaz trampa en que el señor senador cayó redondo, pues se manifestó dispuesto a recibir un soborno millonario por tramitar autorizaciones en aquel balneario caribeño, ignorando que su delegado grababa la escena para denunciar su proclividad a la corrupción. La incursión política más exitosa de Francisco León Olea fue la edición y coautoría con la actual presidenta de Conaculta de la melcochosa biografía de la ahora primera dama, titulada Martha: la fuerza del espíritu. Esa labor le ha propiciado cercanía con la casa presidencial, donde trabaja su hermano, al lado de Ramón Muñoz. Bernardo León Olea es jefe de la Unidad de proyectos de Innovación y fue responsable del de reformas al sistema de seguridad pública y justicia penal al que los legisladores han hecho el feo en el Congreso.

Precisamente enviado desde Los Pinos llegó un día a Conaculta Fernando León Olea, cuyo curriculum consignaba sus destrezas: gusta de la pintura, estudió piano y es piloto de avionetas. Quizá esta última habilidad era una insinuación para que se le admitiera como aviador al que, sin embargo, había que confiarle tareas. Dado que su preparación cuadraba mal con las necesidades de la oficina a la que se le remitió, sólo fue posible encargarle la recolección de folletos y otros materiales impresos para la elaboración de una cartografía del patrimonio cultural mexicano. Se presentaba, sin embargo, en las dependencias como enviado de la Presidencia de la República en espera de que se le abrieran los archivos oficiales correspondientes.

Cuando a la vista de ese exceso, que podría resultar fantasioso o ingenuo le fue retirada la elemental encomienda, copió los materiales que había acopiado y pretendió que ello constituyera un libro de su autoría, con prólogo de la presidenta del organismo y presentación de su inmediatada superiora. Alguna decisión prudente canceló esa posibilidad como también evitó que el Conaculta publicara la autobiografía de su presidenta, destinada a dar cuenta de los títulos por los que, a diferencia de lo que opinan sus críticos, está calificada para el ejercicio de su función.

Colocado en la ociosidad ante tales desplantes, a la sazón del conflicto creado por su sobrino con González Martínez, Fernando León Olea convirtió su espacio en el Conaculta en una suerte de oficina de prensa de Santiago León. Y cuando se le advirtió la impertinencia de su conducta, ripostó que ya se enterarían de la importancia de sus labores y de los apoyos de Los Pinos que le permitían estar allí. Poco después dio cuenta de los alcances de su tarea. Mostraba un paquete de casetes donde era posible oír a funcionarios del Inah y de Conaculta intercambiando información y juicios. No eran balandronadas. Se trataba efectivamente de conversaciones interferidas, que el aviador hacía oír a algunas personas, para que corroboraran la peligrosidad de su actuación. Mostró además papeles con membrete del Cisen donde se enlistaban esas u otras grabaciones. Se comprendió hasta qué punto ese activismo electrónico, que había incomodado por meses a los responsables de aquel Instituto y del propio Consejo ayudaba a formar el criterio de la presidenta, cuando se produjo el despido del director Arroyo y meses después de la coordinadora López Morales, a quien se le atribuyó traición al presidente Fox por haber descalificado vía telefónica algunas de sus propuestas o expresiones.

Previamente al despido de la responsable de obtener de la Unesco (donde fue alta funcionaria durante largo tiempo) la declaratoria de patrimonio de la humanidad de la comida mexicana, fue apartada del tramo final de esa promoción, lo que en noviembre pasado condujo al aplazamiento de la decisión en el organismo de la cultura y la educación del mundo. La propia presidenta de Conaculta desautorizaba a la coordinadora ante otros funcionarios, que a la par que empresarios y expertos en gastronomía se habían sumado a un intento muy ambicioso pues se trataba de valorar no sitios y obras sino un fenómeno histórico y social perdurable, como ha sido la cocina mexicana.

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