Desde que en junio pasado Carlos Abascal se hizo cargo de la Secretaría de Gobernación fue evidente la paradoja, contradicción y riesgo de que la política interior durante este año electoral fuera manejada por un detractor de la democracia. Se creyó, sin embargo, que así como la función hace al órgano, el ex secretario del Trabajo adecuaría su pensamiento a sus nuevas responsabilidades. Su discurso de anteayer muestra que no ha sido así, que persevera en su credo antidemocrático y que su integrismo -la fusión de religión y política- no se mantiene en el plano de los conceptos sino que tiene conexión con el proceso electoral y con la militancia panista de miembros y ex integrantes del Gabinete.
Abascal clausuró el domingo las sesiones del Foro Ético mundial, que había sesionado los días anteriores y que fue precedido por encuentros regionales, cuatro de ellos en ciudades de estados gobernados por el PAN y una más en Puebla, donde está la mata de las agrupaciones convocantes. Entre ellas sobresalen la Universidad Autónoma Popular de esa entidad (una iniciativa académica organizada en los años setenta para poner a la juventud poblana a salvo de la subversión comunista), la agrupación política nacional Coordinadora Ciudadana, fundada por Antonio Sánchez Díaz de Rivera, ex subsecretario de Desarrollo Social, y a la que perteneció la ex titular de la Sedesol, Josefina Vázquez Nava; y la Asociación Nacional Cívica Femenina, Ancifem, de que ha sido notable impulsora la actual responsable de esa Secretaría, Ana Teresa Aranda. No es exagerado decir, en consecuencia, que el foro fue convocado por organizaciones para panistas, vinculadas al activismo electoral de este año: Sánchez Díaz de Rivera será diputado, y su ex jefa coordina la campaña presidencial.
El foro surgió con la pretensión algo desmesurada de compararse con el Foro económico mundial, que se realiza en Davos hace varias décadas, y el Foro social mundial, respuesta de las corrientes alternativas a la globalización expoliadora (a ese género de globalización, hay que precisar) cuya más reciente edición tuvo lugar en Caracas. Fue concebido como un encuentro universal para reflexionar sobre “los problemas centrales de la sociedad a la luz de los valores y los principios éticos que derivan de la dignidad de la persona humana y su destino trascendente”.
Ese enunciado eludía identificar esos valores con la religión católica. Pero al clausurar los trabajos de esa reunión el secretario Abascal prefirió ser explícito. Habló francamente de religión, no de ética, y tras parapetarse en el prestigio literario de André Malraux, propuso como necesario “recuperar con absoluta libertad de credo, la religión como el espacio que propicie la vinculación, la revinculación del ser humano con su destino trascendente para que le dé sentido a los valores éticos que han de comprometer su existencia diaria”.
Pero fue más allá, al denunciar el relativismo ético a que conduce la democracia, a la que ahora pretendió descalificar llamándola neoliberal, pero que con mayor sinceridad identificó antes con el liberalismo mexicano del siglo XIX, el que fundó la República laica en que, aunque le pese al secretario de Gobernación, vivimos todavía. Hizo al efecto una caricatura:
“Robar, mentir, atentar contra los animales es malo, pero si la mayoría aprueba el homicidio de nonatos (el aborto), la infidelidad conyugal o una violación de los derechos humanos de una minoría, eso es bueno porque es la Ley; el relativismo democrático se convierte en nihilismo”. Su reducción al absurdo es tramposa: que sepamos, ninguna Ley ha autorizado a nadie a robar o a mentir, por lo que no puede decirse que esos antivalores se conviertan en lo contrario porque así lo considere la mayoría. Sí se ha convertido en algo admisible, en cambio, el maltrato a los animales, como el que se practica en la lidia de toros (donde el domingo se produjo un insólito percance, no el de un burel que perdió piso y saltó a la barrera, sino el que un obispo católico, Onésimo Cepeda, sea apoderado de un torero, Javier Ocampo, e increpe al juez de plaza por no dar trofeos a su pupilo).
Fue también tramposa su referencia al aborto como homicidio de nonatos, pues esa afirmación surge de una convicción ideológica, no de la prueba científica sobre el momento en que surge la vida. Pero más allá de esa discusión, la despenalización del aborto en ciertas circunstancias no hace buena la interrupción prematura del embarazo, que provoca siempre dolor. Se ha abusado de la simplificación a este respecto cuando se habla de los partidarios del aborto. No los hay, que yo sepa, y no lo son las mujeres que deciden practicarlo o los médicos que conforme a la Ley lo realizan cuando la vida de la madre está en riesgo.
Abascal se mostró el domingo como lo que es, militante de un partido que disfraza su actividad tras la mampara de organizaciones civiles, y adversario de la democracia: “por la impotencia de la mayoría para discutir con acierto entre lo que favorece y lo que daña al bien común, las bases fundamentales de una sociedad no deben ser fijadas mediante el voto universal, porque los votos no deben contarse, sino pesarse”. Por eso “la democracia es el camino que han escogido las fuerzas internacionales de la subversión”. Eso escribió en su tesis profesional de abogado salido de la Escuela libre de Derecho. Propuso en ella que el Gobierno mexicano “proclame la religión católica como religión oficial”.