Andrés Manuel López Obrador puede ser elegido el dos de julio presidente de México. Al día de hoy, cuando comienzan las campañas, todas las encuestas lo mantienen en la punta de las preferencias electorales, como invariablemente ha ocurrido desde 2003. Para que ese objetivo se cumpla hace falta, sin embargo, que su partido, el de la Revolución Democrática, lo apoye.
No que lo postule formalmente, como ya lo hizo al solicitar y recibir su registro como aspirante formal a la Presidencia, sino que comprenda la excepcional coyuntura en que se encuentra hoy y concentre sus recursos y su energía, sin perjuicio del resto de la contienda electoral, en impulsar y acrecentar las posibilidades presidenciales del ex jefe de Gobierno del Distrito Federal. En vez de hacerlo, el PRD contempla su propio ombligo, favorece algunos de sus peores intereses internos, complica sus relaciones internas y riñe, riñe, riñe. El colmo ha sido la configuración de su planilla de candidatos a senadores. Por sugerencia o pedido de López Obrador, figuraría en el primer lugar de la lista doña Rosario Ibarra. Amén de su experiencia en la política electoral (fue diputada y candidata presidencial), doña Rosario es un símbolo en la lucha por las libertades y la democracia, exigente reclamadora de que cientos de desaparecidos, incluido su propio hijo, sean presentados por autoridades cuyos antecesores ordenaron no su detención legal, a partir de mandamientos judiciales, sino su secuestro.
El PRD no entendió el valor de esa candidatura, la señal que enviaría a la sociedad al impulsar hacia el Senado, desde donde podría trabajar en pro de su causa (que dista de ser un empeño personal) y de otras semejantes, a una ejemplar mujer como es la señora Ibarra viuda de Piedra. Los intereses mezquinos y facciosos la relegaron al undécimo lugar de la lista, y el sitio que le había sido anunciado, el que naturalmente le correspondería, fue usurpado por un burócrata, un oscuro dirigente de una corriente cuyos modos y móviles se fraguaron en el Partido Socialista de los Trabajadores, la mañosa creación de Echeverría para combatir la organización del Partido Mexicano de los Trabajadores, en que se afanaba Heberto Castillo.
De ese modo se han impuesto la grilla, el juego convenenciero a la necesidad de introducir valores sociales eminentes en la contienda electoral. Concluida la tregua impuesta por el IFE a partidos y candidatos -y que fue infringida sobre todo por el panista Felipe Calderón-, se han publicado los resultados de encuestas que establecen las posiciones de los presidenciables en el comienzo formal de sus giras de proselitismo.
El diario Reforma, cuyo sondeo de noviembre inquietó e inconformó al entorno de López Obrador, porque su resultado le daba sólo un punto de ventaja sobre Calderón (reacción que debió considerar no digamos ya el rigor de las investigaciones emprendidas por ese diario, sino la burbuja de atención pública formada en torno del aspirante panista por su reciente victoria sobre Santiago Creel), midió en enero una situación muy diferente: el perredista tiene 34 por ciento de las preferencias, contra 26 por ciento del panista y 22 por ciento de Roberto Madrazo. Un quince por ciento de los interrogados se manifestó indiferente ante toda candidatura o confesó no saber por quién sufragaría si en esa fecha (14 y 15 de enero) fuera la elección.
Recalculados los números convirtiendo en cien por ciento el ochenta y cinco que expresó sus intenciones, aumenta la ventaja de López Obrador, que con 40 por ciento supera por diez puntos a Calderón y por 14 al candidato priista. (Reforma, 19 de enero). Otras encuestas difieren en los porcentajes atribuidos a cada quien, pero son contestes en la estructura de la competencia, es decir sitúan todas a Calderón en segundo sitio y en tercero a Madrazo.
El diario Milenio encontró estos resultados: López Obrador, 37 por ciento; Calderón, 31, y Madrazo 30 por ciento. La empresa Consulta Mitovsky establece una distribución semejante de las intenciones de voto: 38.7 para Andrés Manuel, 31 por ciento para Felipe y 29.2 para Madrazo (al que no conviene llamar como en los otros casos por su nombre porque tiene un tocayo en la contienda) Covarrubias y asociados, en fin, en un sondeo pedido y pagado por el PRD, encontró estas cifras: López Obrador, 39 por ciento; Calderón, 27 y Madrazo 22 por ciento.
Preservar esa presencia en el ánimo social, y convertirla en votos, que es en último término lo que importa, requiere un gran esfuerzo de los partidos. En los tres con mayor presencia hay sectores reacios a la candidatura sostenida formalmente por sus organizaciones. Es menor, o menos visible, en el PAN, porque Calderón obtuvo ya el apoyo de sus contrincantes y del presidente Fox. En el PRI Madrazo ha conseguido aminorar la fuerza del Tucom concertando con casi todos sus integrantes.
Para López Obrador la tarea es mayor, porque debe vencer reticencias y obstáculos internos que no osan manifestarse como tales (salvo en el caso de la renuencia cardenista, que no se oculta). La estructura perredista quiere hacha, calabaza y miel: por un lado, hacer sentir su importancia y conservar sus privilegios y por otro ganar la Presidencia de la República, objetivos que pueden resultar contradictorios.
Leonel Cota, presidente del partido, es optimista, pues diagnostica que el PRD comienza la campaña “sin lastres y unido”. Me temo que esa visión se expresa sólo de dientes para afuera.