EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Plaza pública/Luis H. Álvarez

Miguel Ángel Granados Chapa

Tuve el gusto y el honor de ser invitado por don Luis H. Álvarez a presentar su libro de memorias políticas y de hacerlo en compañía de Enrique Krauze y José Woldenberg. En 381 páginas compendió el Medio siglo (tal es el título de la obra) que ha durado su compromiso con las libertades en nuestro país.

De su desinterés por la política Álvarez pasó, de pronto, a ser candidato del PAN al Gobierno de Chihuahua, su estado natal y a la Presidencia de la República, en dispareja contienda con Adolfo López Mateos. Tras dos décadas de escepticismo, que se traducía en prédica abstencionista, don Luis volvió al activismo, de nuevo como frustrado candidato (esta vez al Senado, en 1982) y como triunfador en la lucha por la alcaldía de la capital chihuahuense, en 1983. Como presidente municipal y en protesta por el fraude cometido tres años más tarde en perjuicio directo de Francisco Barrio (pero con perniciosas consecuencias para Chihuahua toda), practicó un ayuno de 40 días, durante el cual nació su amistad con Heberto Castillo, uno de los acontecimientos de su vida.

Álvarez fue después elegido líder nacional de su partido, cargo que ejerció de 1987 a 1993, años cruciales para la vida mexicana. En ese lapso se desarrolló la primera elección realmente competida, en la que acaso fue derrotado el PRI; y también comicios locales en que ese partido tuvo que admitir que perdió algunas gubernaturas, o reconocer que había cometido fraude en otras disputas semejantes. En ese periodo también Acción Nacional se aproximó al Gobierno, de Carlos Salinas, para concretar lo que Carlos Castillo Peraza, que sucedió a Álvarez a la cabeza del PAN, llamó la “victoria cultural” de su partido, consistente en que el PRI practicara reformas por las que el panismo había pugnado.

Luego, como senador de la República, don Luis acometió importantes tareas en el ámbito ecológico (como presidente que fue de la comisión del medio ambiente) y frente a la insurgencia zapatista, ya que fue el presidente inicial de la Comisión de Concordia y Pacificación.

Una vida así de rica (lo que se percibe aun a través de la breve y mecánica enumeración de sus responsabilidades, que consta en los párrafos anteriores) podía ser adecuada materia prima para una obra testimonial, a condición de que estuviera impregnada de sinceridad y no buscara, como no es infrecuente que ocurra en las autobiografías, la sacralización del autor.

El Medio siglo de Álvarez satisface sobradamente ese requisito. Es una obra que narra abundancia de sucesos, los que directamente vivió el dirigente panista y los que, con mayor o menor proximidad, influyeron en sus momentos de decisión. En todos ellos aparece la figura, al mismo tiempo principal y discreta, de doña Blanca Magrassi que, dueña de sus propios intereses vitales y profesionales, los concilió sin negarse con los de su esposo. Para subrayar su belleza exterior, sobrepasada por la de su espíritu según la acotación precisa del autor, éste cuenta regocijado cómo años más tarde un funcionario de alto nivel le confesó que lo había seguido punto por punto en su campaña primera, la de Chihuahua, pero no para escuchar sus arengas, sino para admirar a su guapa compañera.

Además de la crónica de hechos, el libro es también una galería de personas. Una destreza sicológica que debe ejercer un dirigente político es la aptitud para conocer a las personas, para penetrar en sus móviles más allá de su talante. La tuvo don Luis y la trasladó a su escritura, en la que a veces con apenas unas líneas nos hace conocer a un interlocutor y la opinión que de él se formaba. Con esas narraciones y semblanzas una memoria política resultaría entretenido e interesante. Pero Medio siglo (cuyo subtítulo. Andanzas de un político a favor de la democracia, no me gustó porque banaliza la calidad de su trayecto vital, como si fuera el de un aventurero) ofrece más. Es un conjunto de reflexiones políticas, de cavilaciones éticas, de análisis de coyuntura. Cuando dirigió su partido, don Luis fue calificado, acusado, de pragmático. Pero en su recordación se advierte el cuidado y el rigor con que asumió decisiones delicadas, lejos del hacer irreflexivo, de la mera obtención de fines sin reparar en los medios.

Uno de los momentos capitales de su vida consistió en la decisión de avalar a Salinas, trascendido el propósito inicial de exigir la anulación de las elecciones. En noviembre de 1988 el PAN lanzó su Compromiso nacional por la legitimidad y la democracia, en el que se planteaba que, ilegítimo de origen, Salinas tendría la posibilidad de legitimarse con su desempeño, entre otras cosas reformando el sistema electoral. “En mi fuero interno, confiesa don Luis, consideré difícil la legitimación en el ejercicio del poder, pero defendí el diálogo como actitud responsable de un Gobierno que necesitaba cambiar”.

Para Salinas fue invaluable el apoyo que de este modo le prestó el PAN. Por eso da una idea de su calaña el último encuentro que sostuvo con Álvarez, a punto éste de concluir su segundo periodo al frente del PAN. “¿Cómo anda usted de dinero?”, quiso saber el presidente del líder opositor: “La pregunta era deliberadamente ambigua, igual podía referirse a mis finanzas personales que a las de mi partido. Yo sentí que la sangre me subía a la cabeza. Vertiginosamente valoré las opciones que tenía: mandarlo al carajo, como era mi primer impulso, o hacer como si no hubiera entendido lo que en el fondo planteaba. Opté por el segundo camino...”.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 218746

elsiglo.mx