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Plaza pública/Marta pregunta a Mireya

Miguel Ángel Granados Chapa

La esposa del presidente de México, Marta Sahagún de Fox aprovechó una gira oficial para explorar sus posibilidades de suceder a su marido. Pidió una cita a la presidenta de Panamá, Mireya Moscoso y apenas al sentarse le preguntó “¿qué se hace para ser presidenta?”. La mexicana estaba en ello, en proponerse como candidata presidencial y su interlocutora terminaba el quinquenio para el que había sido elegida, en el segundo intento por lograrlo. No mucho tiempo después de ese diálogo (del que se tuvo noticia apenas el sábado pasado, por boca de la consultada) ambas padecieron infortunios. La señora Sahagún tuvo que declinar expresamente su ambición y en Panamá los votantes asestaron un contundente revés al partido de la mandataria saliente, que se marchó con escasa credibilidad.

No conocemos la respuesta de la señora Moscoso, pero su biografía indica que uno de los factores que la llevaron a la Presidencia panameña estaba ya presente en la vida de la señora Fox. Consistió precisamente en ser esposa de un dirigente carismático. En su caso, además heredó de su marido influencia política y fortuna. Algunos otros rasgos, como la educación tenue recibida por cada una de ellas, son comunes en ambas biografías.

Mireya Moscoso nació el primero de julio de 1946 y apenas tenía 18 años cuando en 1964 inició una relación sentimental con el doctor Arnulfo Arias, que se convirtió en matrimonio formal en Miami. Arias, elegido tres veces presidente de su país, había sido derribado por tercera vez en 1969 y como en coyunturas anteriores marchó al exilio. Su joven esposa aprovechó el tiempo para estudiar diseño de interiores y técnica de computación, pues sólo había tenido ocasión de terminar el bachillerato. Pudieron volver de su refugio florideño y Arias retomó la conducción del Partido panameñista que él mismo había fundado y la administración de sus fundos agropecuarios. No logró sin embargo levantar cabeza políticamente porque el coronel Omar Torrijos, uno de los autores del golpe que lo derrocó la última vez, permanecía dominando la escena. Murió en agosto de 1988.

Tres años más tarde, disensiones internas en el panameñismo se resolvieron haciendo llegar a la señora viuda de Arias a la secretaría general del partido, a pesar de que hasta entonces no había dado señales de interesarse en la política. En ese mismo año contrajo nuevas nupcias, con el empresario Ricardo Gruber, en un matrimonio que se disolvió en 1997. En el entretanto, y de nuevo para resolver diferencias interpartidarias, la señora Moscoso (que utilizaba su apellido de casada, Gruber) fue candidata presidencial en 1994, ya al frente del Partido arnulfista pues ella lo había rebautizado para establecer más netamente el vínculo con el fundador de esa corriente. Cinco años más tarde fue nuevamente postulada y entonces contó con mayor fortuna, pues triunfó en las elecciones si bien por un margen muy estrecho, ya que apenas superó por 85 mil votos a su opositor Martín Torrijos, hijo de quien la envió al exilio. Al cabo de su quinquenio, el arnulfismo había venido a menos, y crecido la fuerza del partido de Torrijos, que fue elegido con una aplastante diferencia de 47 por ciento contra 16 por ciento del candidato mireyista, como en realidad había que designarlo.

Si el encuentro de la señora Fox con la presidente Moscoso se hubiera producido meses después, una pregunta pertinente, cuya respuesta es particularmente útil hoy, habría sido cómo concluir un Gobierno. Pero la mandataria panameña no habría estado bien capacitada para responder, porque su Administración acabó particularmente mal. Ya había habido durante el lustro en que gobernó algunos escándalos, a los que es posible llamar así porque se trataba de negocios fuera de la Ley que fueron suspendidos por orden judicial, de la Suprema corte panameña. Puesto que tocó a la presidenta Moscoso recibir de Estados Unidos la administración del canal, por efecto del tratado Carter-Torrijos, y por la necesidad de modernizar la operación de esa importantísima vía de comunicación interoceánica, se planeó un Centro multimodal industrial y de servicios cuya construcción fue adjudicada a un grupo empresarial cercano a la Presidencia. Para lograr la concesión fueron corrompidos diputados opositores, uno de los cuales se arrepintió, denunció los hechos y abrió un litigio que luego de largo tiempo la justicia panameña resolvió en sentido contrario al interés de la presidenta. Ella se colocó a la defensiva y rehusó dar a conocer el destino del fondo reservado de que disponía como titular del Poder Ejecutivo.

En la víspera misma de entregar el mando, indultó a cuatro terroristas cubanos (poseedores de pasaporte norteamericano), detenidos desde 2000 porque la Policía panameña comprobó una denuncia de La Habana, de que se pretendía atentar contra Fidel Castro cuando asistiera a la X Cumbre iberoamericana. La presidenta invocó “razones humanitarias” para dar libertad a los delincuentes, que tenían graves antecedentes. El principal de ellos, Luis Posada Carriles, participó en el atentado que derribó un avión de Cubana de aviación con 73 personas a bordo. Éste había recibido elogios de la presidenta como pintor, afición a que se dedicaba en la prisión. Cuba rompió relaciones con Panamá, por el indulto, y buena parte de la opinión pública local le atribuyó motivaciones venales. Las hubiera o no, meses después fue condecorada en la alcaldía de Miami por su “lucha a favor de la democracia”.

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