Hace un mes, cuando con motivo de la primera vuelta de la elección presidencial chilena me referí a la candidata de la Concertación (la alianza de partidos que ha gobernado a Chile desde 1990, cuando Pinochet fue despedido), aseguré que “millones de chilenos votaron ayer para hacer presidenta” a la doctora Michelle Bachelet. Agregué que no sería la primera mujer que encabece un Gobierno en América Latina, pero que sí debería esa coronación de su carrera política a su propio esfuerzo y no al que previamente habían realizado sus maridos, y que ellas recibieron a modo de herencia. Cité como precedentes a Isabelita Perón, Violeta Barrios viuda de Chamorro y Mireya Moscoso (viuda de Arnulfo Arias) en Argentina, Nicaragua y Panamá.
Por poner el acento en el rasgo hereditario de su posición cometí el error de dejar fuera de esa cuenta a la presidenta boliviana Lidia Gueiler. Pero menudearon los mensajes de lectores atentos -en el doble sentido de perspicaces y amables- que hicieron notar la falta y aunque fuera a destiempo la corregí y la corrijo. Diputada, Lidia Gueiler se mantuvo en la Presidencia sólo unos meses, entre 1979 y 1980, y llegó al mando y fue arrojada de él por sendas crisis.
Otros lectores criticaron como pronóstico fallido el que diera como ganadora a la candidata concertacionista. En un sistema de mayoría simple a una sola vuelta, la doctora Bachelet hubiera aplastado a sus adversarios, pues obtuvo 46 por ciento de los votos, veinte puntos por arriba de los depositados a favor de Sebastián Piñera, que como segundo candidato más votado se benefició del mecanismo de doble vuelta y quedó por ello equiparado con quien lo aventajó de modo tan considerable.
Por eso era razonable a la hora de escribir estas líneas -preparadas por razones técnicas antes que concluyera la jornada electoral del 15 de enero- suponer que la votación a favor de la Concertación se consolidaría para hacer de Michelle Bachelet la cuarta presidenta de un país latinoamericano. Así lo mostraban los sondeos más inmediatos a la elección, con base en los cuales se consideró que sólo un desastre impediría un nuevo triunfo de la Concertación.
Recibí también observaciones sobre lo saludable que resultaría el triunfo de Piñera, en cuanto significaría una renovación de la visión gubernamental e impediría que una sola formación política se quedara demasiado tiempo en el Gobierno. En rigor estricto, ha habido ya alternancia en el Gobierno chileno, pues los dos primeros mandatarios fueron democristianos y son socialistas el presidente saliente Ricardo Lagos y su muy probable sucesora. Y, por otra parte, los 15 años durante los cuales ha regido a Chile esa alianza son todavía un lapso menos largo que el periodo en que gobernó Pinochet, que llegó a 17 años en el poder.
A lo largo de las décadas corridas desde 1973 se acrisoló la conciencia de la doctora Bachelet, ministra de Salud primero y de Defensa luego en el Gobierno de Lagos. Ella comenzaba sus estudios de medicina cuando se produjo el golpe militar. No obstante ser un general de la aviación, su padre Alberto Bachelet fue detenido porque había prestado servicios al Gobierno del presidente Allende. Largamente preparado, el golpe era anticipable por alguien como el padre de la futura presidenta. El 19 de febrero de 1973 escribió a su esposa, Ángela Jeria, a propósito de su hija:
“No sabemos lo que será de ella. Recién empiezan las investigaciones en su facultad y si por alguna razón no puede continuar en la universidad, veremos nuevos planes, analizaremos nuevas posibilidades y a lo mejor cambiamos nuestros rumbos. El tiempo dirá”.
El tiempo dijo. Al hablar de investigaciones en la facultad de medicina, Bachelet no se refería a la indagación científica en un plantel universitario, sino al fisgoneo político practicado por los militares. Él fue detenido, con el golpe mismo, y falleció en prisión unos meses después, el 17 de marzo de 1974. Por entonces Julio Scherer conoció a la señora Jeria: “me contó de sus días terribles”, escribió el periodista en El perdón imposible, No sólo Pinochet, segunda y recientísma edición de Pinochet, Vivir matando, de donde tomo las citas precedentes y las que siguen:
“Decía que no lloraba, se hacía la fuerte y las lágrimas se escapaban de sus ojos claros; decía que conservaba el dominio sobre sí misma y el tono incierto de su voz la delataba. Su marido le escribía cartas de amor y despedida. Además de la tortura, padecía una enfermedad llamada isquemia, despiadada. Lesiona las potencias del corazón y altera la irrigación de las arterias. El general fue masón y negaba el dogma del infierno; en su celda conoció las llamas del fuego, las rojizas y hasta las tenuemente azules que, se afirma, alcanzan la intensidad de la pureza.
“Madre e hija también supieron de la tortura. Ángela estuvo internada un mes en el centro de exterminio de Villa Grimaldi, y de ahí fue trasladada a Tres Álamos. Michelle padeció siete días en el horror”. Ya en libertad, y durante mucho tiempo el azar fue duro con Ángela Jeria. Era vecina de quien fue su verdugo. En el ascensor coincidía con el oficial Marcelo Morén Brito. Él no “miraba a su vecina, ostensible el desprecio... ella no podía olvidarlo... la había minado a golpes en Villa Grimaldi y descargado su brutalidad en el terror psicológico”.
Moren Brito, supo después Scherer, “armado de cadenas, sonriente, golpeaba con estudiada furia a sus victimas... y de pronto el hierro caía sobre el cuerpo inerme”.
Cajón de sastre
Quedó en libertad Martín Barrios Hernández, activista civil que encabeza la Comisión de Derechos Humanos y Laborales del Valle de Tehuacán. Haciendo aún más patente la injerencia ilegítima del Gobierno de Puebla en su detención y enjuiciamiento, plagados de irregularidades, el jueves pasado el subsecretario de Gobierno de esa entidad le comunicó que habían llevado a su acusador ante el juzgado, para que se desistiera del cargo de chantaje que falazmente le había imputado. Así deben haber hecho para formular la acusación: llevaron a presentarla a Lucio Gil, un maquilador que de ese modo quiso frenar el activismo de Barrios en apoyo y defensa de las trabajadoras (también hay varones, pero las víctimas del maltrato laboral son sobre todo mujeres). Tanto algunos maquiladores como el Gobierno pretenden que faltar a la Ley es indispensable para el fomento económico de la región, y tienen a Barrios Hernández como un peligro porque promueve la vigencia de la legislación laboral.
Resumen
Sin recibir como herencia de un marido popular el asentimiento de la gente que la eleva el Poder Ejecutivo, Michelle Bachelet corona una carrera que combina tesón y convicciones, por las cuales ella y su familia padecieron durante la dictadura chilena.