EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Plaza pública/Presidente lenguaraz

Miguel Ángel Granados Chapa

El que mucho habla mucho yerra, afirma el refrán. Y al presidente Fox le cuadra con exactitud. A pesar que se le ha advertido de la inconveniencia de su propagandismo contumaz, se empecina en practicarlo. Tanto lo quieren sus imagólogos presente en los medios, que lo usan como si fuera un locutor de moda no sólo para proferir proclamas sino hasta para anunciar reuniones.

Tal es el caso del IV Foro mundial del agua, cuyo spot de presentación corre a cargo del Ejecutivo federal, siendo que una voz profesional podría hacerlo con mayor apostura.

Cuando el presidente improvisa, o sus redactores de discursos le preparan textos donde se recupera la frescura verbal que lo singularizó como candidato incurre en dislates, algunos de ellos ofensivos, reveladores de que nunca ha dejado de ser un pueblerino cuyo lenguaje está alimentado por simplismos y prejuicios correspondientes a una visión aldeana del mundo y de la vida.

Causó revuelo, hace no muchos meses, su derogatoria referencia a la población negra norteamericana, cuando dijo que los mexicanos están dispuestos a realizar en Estados Unidos tareas “que ni los negros aceptan”, trazando de ese modo una inadmisible escala cuyos peldaños inferiores nos corresponden a nosotros y a los afroamericanos. Con semejante desaprensión se refirió hace pocas semanas a las “lavadoras de dos patas”. Había comenzado su oración con una grotesca inexactitud, al afirmar que el 75 por ciento de los hogares mexicanos tiene lavadoras. La aseveración contradice flagrantemente el dato oficial, utilizado no pocas veces por el propio jefe del Estado que reconoce que más de la mitad del centenar de millones de habitantes de este país vive en la pobreza. Pero su afirmación habría sido sólo uno de los abusos propagandísticos en los que incurre de modo cotidiano, de no ser porque su discutible humor lo llevó a aclarar que no se trata de mujeres, “lavadoras de dos patas”. Piernas, rectificó enseguida, en uno de esos momentos en que lo inmediato es demasiado tarde.

El jueves pasado, en una de las etapas de su incontenible activismo electoral, visitó la planta automotriz de Honda en El Salto, Jalisco. En su persistente crítica al populismo, que lo ha llevado a mencionar al presidente Echeverría para sugerir que programas económicos como los suyos, que causaron un desastre en el país están siendo ofrecidos otra vez en la campaña presidencial. De nuevo es inexacto su decir, porque el principal efecto del dispendio echeverriista fue la elevación al extremo de la deuda pública, algo imposible de repetir ahora, no sólo porque los mercados no mantienen la disposición con que nos embaucaron entonces, sino porque los enemigos del populismo, Zedillo y Fox, han incrementado esa misma deuda pública a montos mucho más elevados con tal de dar garantías a la banca, cuyas ganancias se abultan no sólo por las altas tasas de interés al consumo y las onerosas comisiones de sus servicios sino por los pagarés que los contribuyentes mexicanos solventan con puntualidad durante esta y la próxima generación.

Pero dejemos a Fox con su antipopulismo. Tiene derecho a profesarlo, como lo tienen quienes ofrecen aplicar fórmulas de desarrollo económico que en vez de generar pobreza la aminores y la supriman. No puede pasarse por alto, sin embargo, su aldeanismo grosero, impropio de toda persona capaz de escapar a las formulaciones estereotipadas, especialmente si se trata del presidente de la República. Un simplismo torpe, remediable con la educación y aun con sólo la instrucción, lleva a considerar que los habitantes de una ciudad, una región o un país están uniformados por una característica peyorativa. Antaño, por ejemplo, para indicar la proclividad a hacer trampas se decía “jugar cubano”, de igual modo que ahora se cuentan chistes en que los gallegos resultan tontos.

En esa línea de razonamiento por debajo de lo elemental se identifica a los chinos como candorosos. En vez de decir: se dejó engañar como ingenuo que es, los simplones dicen que se dejó engañar como chino. Suele decirse también, con pretensiones de dudoso humor que alguien es como policía chino, misterioso y tontejo. El presidente empleó aquella expresión, y en su furor propagandístico la adjetivó. Dijo que los políticos populistas nos engañaron como a “viles chinos”.

Si fuera un hombre informado, de cálculo fino se creería que habló de ese modo ante empresarios y ejecutivos japoneses para halagar su ego nacional, en recuerdo a los enfrentamientos bélicos de China y Japón en tiempos pretéritos.

Pero una sutileza de ese alcance no se aloja en la conciencia presidencial. No es un mero error verbal el que señalamos, no es sólo un traspié como los que comete cuando ignora el nombre de una obra o un autor. Un presidente ejerce, sobre todo cuando tiene propensión a hablar sin mesura, una función pedagógica. De hecho en esa tesitura se coloca Fox cuando alerta a los votantes respecto de ciertas propuestas ideológicas o políticas. Pero su magisterio debe ser cabal, resultado de una conciencia formada sólidamente, que no recoja del basurero prejuicios por lo demás contradichos poderosamente por la realidad.

Aunque no es posible pasar por alto los pasivos de China en cuanto a equidad social y respeto a los derechos humanos, lo menos que hoy puede predicarse de esa nación es que sus habitantes son torpes y candorosos. Las presuntas verdades de los pueblecitos no pueden ser las categorías empleadas para gobernar.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 201854

elsiglo.mx