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Plaza pública/Primeras certidumbres

Miguel Ángel Granados Chapa

Para contar con plena certidumbre sobre el resultado de la elección presidencial debemos aguardar el cómputo en cada uno de los trescientos consejos distritales y aún esperar a conocer por lo menos la naturaleza y el número de las inconformidades que se ventilen ante la justicia electoral, ya no digamos las resoluciones que sobre esos recursos se produzcan.

Pero la incertidumbre no se extiende a todos los ámbitos de la intensa jornada dominical. Hay hechos ciertos que podemos ya dar por definitivos. Uno de ellos es la conversión del Partido Revolucionario Institucional en la menos poderosa de las corrientes políticas que contendieron el domingo por la Presidencia con posibilidades reales de victoria.

Es verdad que el PRI aún gobierna en 17 estados, pero no es seguro que todos los gobernadores a lo que llevó al cargo el tricolor mantengan una disciplina partidaria que los conserve en los hechos dentro de ese partido. Los resultados de Sonora, por hablar sólo del fenómeno más evidente nos ponen delante de un debilitamiento del priismo, igualmente cierto aunque no tan claramente delineado como su reducción al tercer sitio en el elenco político.

De partido avasallador (dominante casi único era su designación académica, benévola y eufemística) el PRI emergió de este dos de julio completamente abatido. Contra lo que indicaban algunos sondeos, no sólo fue tercero su candidato presidencial Roberto Madrazo, sino que el número de sus votos en la elección legislativa lo sitúan en esa misma posición. Como nuestro régimen electoral no es de representación proporcional plena, no significativo de suyo el total de los votos en los comicios parlamentarios porque el resultado final, en número de curules, depende de la distribución de ese total en los 300 distritos y en las 32 entidades. No necesariamente el PRI será la tercera fuerza parlamentaria. Sí es ya, inequívocamente, la que recibió el menor número de votos, contando sólo los partidos mayores.

El infortunio priista se evidenció una vez más, de modo inequívoco, en el Distrito Federal. Nuevamente, como ha acontecido de manera casi invariable desde 1997, no ganó el PRI ninguna posición de elección directa. Acudió a 57 contiendas y las perdió todas: la jefatura de Gobierno, las 16 jefaturas delegacionales, las cuarenta diputaciones. Únicamente dispondrá de unas cuantas bancas, por la vía plurinominal en la Asamblea legislativa. Salvo ajustes de última hora, es probable que sea tercero también en Morelos. Por lo que parecía, en Jalisco estaba a punto de recuperar la gubernatura, pero el voto del procurador general Daniel Cabeza de Vaca se lo impidió, como parte del comportamiento del Gobierno Federal que examinaremos más adelante.

Aunque sólo muy recientemente son verosímiles las estadísticas electorales, importa medir la declinación del partido gubernamental, que como Partido Nacional Revolucionario contendió en dos elecciones, como Partido de la Revolución Mexicana igualmente en dos y como PRI en diez más, resultando derrotado en las dos últimas.

Pascual Ortiz Rubio se impuso a José Vasconcelos, en 1929 a razón de casi veinte votos a uno: 1’947, 848 contra 110, 979. Fue aún más apabullante, en 1934, el triunfo del general Lázaro Cárdenas: 2’225,000 votos contra 24 mil del general Antonio Villarreal.

En 1940, sólo se reconocieron a Juan Andrew Almazán 151,101, mientras que se atribuyeron 2.476,641 a Manuel Ávila Camacho. Puesto que la recién nacida (con otro nombre) Comisión Federal Electoral se obligó a no incurrir en las desmesuras previas, en 1946 resultó que Miguel Alemán obtuvo menos votos que su antecesor, siendo que a partir de entonces era timbre de orgullo del sistema que cada presidente recibiera mayor número de votos que el anterior: Se reconocieron 443,357 votos a Ezequiel Padilla y 1’786,901 a Alemán.

Al igual que en 1929 y 1940, cuando la evidencia pública de una gran movilización opositora no correspondió con las cifras oficiales, en 1952 al general Miguel Henríquez Guzmán sólo se le atribuyeron 579,745 votos, mientras que a Adolfo Ruiz Cortines 2’713,745.

Ocurrió entonces la primera incursión presidencial del PAN, cuyo candidato Efraín González Luna figuró en tercer lugar con 285, 555 votos. En 1958, se hizo registrar una votación copiosísima a favor de Adolfo López Mateos, a efecto de conservar la proporción de uno a diez (o poco menos) de que se ufanaba el gobierno: el candidato panista Luis H. Álvarez sólo recibió, según las cifras oficiales, 705,303 votos, mientras que López Mateos casi triplicó la que su antecesor había recibido: 6’767, 754 sufragios.

A partir de 1964, cuando el PAN traspasó la línea del millón de votos no fue ya posible que la Comisión Federal Electoral diera rienda suelta a su imaginación. La votación de Gustavo Díaz Ordaz, que no se presentó como magra, conservó una proporción de ocho a uno frente a los votos de José González Torres: 8.368, 446 contra 1’034,337.

Disminuyó esa razón en 1970, cuando a Luis Echeverría, preso hoy en su domicilio, le fueron asignados 11’708,065 contra casi dos millones (1’945,070) reconocidos a Efraín González Morfín. José López Portillo, sin contendiente formal (pues el PAN no presentó candidato) obtuvo 15’466,188 votos, el 87.84 por ciento. Ese era el rango, nunca abajo del 85 por ciento, que se asignaba a los candidatos oficiales. En 1982, en cambio, Miguel de la Madrid quedó por debajo del 70 por ciento. La declinación había comenzado.

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