No estaba en el futuro de Xóchitl Gálvez Ruiz ir a la Universidad; ni siquiera recibir la educación elemental. Cuando manifestó su deseo de inscribirse a la escuela su padre le indicó de mala manera que no lo haría: ?ahí está el metate?, le dijo señalándole su destino.
Pero ella no lo admitió. Además de los estudios elementales hizo el bachillerato y se graduó en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, en cuyo centro de cálculo fue becaria. Bien pertrechada profesionalmente, cuando apenas bordeaba los treinta años ya había sobresalido en la aplicación de tendencias modernas de la construcción, como los edificios inteligentes. En 1992 fue responsable del sistema de información del pabellón de México en Sevilla, durante la feria mundial con que se marcó el quinto centenario. Estableció una exitosa firma de consultoría, High Tech Services. En 1994 y 1995 fue considerada Empresaria del año y más tarde el Foro económico mundial de Davos la incluyó en la lista de los cien líderes del futuro en el mundo.
Además de su consolidación profesional y la formación de una familia, Xóchitl Gálvez trabajaba en la atención a sus raíces. Nacida el 22 de febrero de 1963 en Tepatepec, Hidalgo, tenía muy presentes las difíciles condiciones de vida de las niñas indígenas, como las que ella había vivido y para remediarlas con los medios a su alcance creó la Fundación Porvenir. Su pueblo natal es la cabecera del municipio de Francisco I. Madero, una comarca fronteriza entre la aridez del valle del Mezquital y el distrito de riego alimentado con las aguas negras y fétidas procedentes del drenaje de la Ciudad de México.
Cuando Vicente Fox ganó la elección presidencial, la llamó a colaborar en la concepción y aplicación de una política hacia las comunidades indígenas. El comienzo en esa materia no pudo ser más promisorio. En el plano específico de Chiapas y el levantamiento zapatista, el flamante presidente dio pasos significativos desde las primeras horas de su Administración. Nombró comisionado para la paz en esa entidad al respetado Luis H. Álvarez, que a sus lauros como candidato presidencial y dirigente nacional de su partido había sumado su experiencia como eminente miembro de la Cocopa, la comisión del Congreso mexicano coadyuvante en el diálogo con el zapatismo armado. Envió de inmediato al Senado la iniciativa de reforma constitucional en materia indígena que ya contaba con el asentimiento del EZLN y ordenó la retirada del Ejército de posiciones donde hostigaba a la población civil. Y para el abordamiento del tema en general creó a su vera, con espacio en la propia residencial oficial de Los Pinos, una Oficina para la atención de los indígenas.
Responsable de ella desde el principio, Xóchitl Gálvez convirtió el breve espacio burocrático que le fue asignado en la Comisión nacional para el desarrollo de los pueblos indígenas, nacida de una Ley y dotada de personalidad jurídica propia. No se había carecido de instituciones en esa materia: durante medio siglo, con altas y bajas, el Instituto Nacional Indigenista había concretado la culposa conciencia del Estado mexicano en la materia y procurado su remedio. Más recientemente, ante el levantamiento zapatista Carlos Salinas reaccionó creando una comisión ad hoc, demoradísimo y por lo tanto inútil remedio ante una dolencia desatendida.
El sentido de la Ley que le dio vida, y por lo tanto de la comisión, era favorecer la concepción de una política integral para los pueblos indígenas que administrara sólo en mínima escala recursos propios pero que sobre todo procurara la acción transversal de toda la Administración hacia los pueblos originarios. La práctica de ese esquema convirtió a la presidenta de la Comisión en una activa gestora de programas aplicables a las zonas donde se hallaba la población que debía atender.
Su estilo claridoso y desenfadado no reñía con la seriedad de sus planteamientos. Aquel modo de ser no era coartada para ocultar deficiencias e ignorancia sino al contrario, un emulsionante de la pesada maquinaria burocrática. Hasta sus inclinaciones en el futbol, de que era ostentosa espectadora, sirvieron para favorecer (o intentarlo al menos, porque perdió la apuesta) la inversión estatal en obras o servicios.
Hace dos años pareció posible que su energía y su carisma sirvieran en la política hidalguense. Más que nadie que lo hubiera intentado antes, Xóchitl Gálvez estaba en posibilidad de generar un frente único para la derrota del tradicional caciquisimo priista. Leal a sus principios, eligió permanecer en la Administración del presidente que la había invitado, a diferencia de varios de sus funcionarios cercanos que no vacilaron en procurar su propio futuro antes que atender las responsabilidades que se les confiaron.
Al concluir el sexenio, Xóchitl Gálvez no fue confirmada en su cargo pero tampoco se ha nombrado a quien la sustituya. Junto a esa actitud fue aún más elocuente la reducción presupuestal para el año próximo en los programas indígenas. Quizá la movió también la aguda contradicción en que incurrió el presidente Calderón al iniciar una gira por las regiones miserables del país unos días después de la presentación del menguado proyecto de gasto que impedirá fortalecer a los 50 municipios más pobres del país. El miércoles pasado presentó su renuncia. Entre broma y veras anunció a quienes fueron sus compañeros de trabajo que volverá a la CCI pero como denunciante y peticionaria. A ver cómo la enfrentan.